El embalse de Mequinenza ya no es tan grande como cuando hace 57 años, en 1966, comenzó a embalsar las aguas del Ebro: una batimetría ha reducido en 161 hectómetros cúbicos (Hm3) su capacidad, que ha pasado de los 1.534 que se le venían atribuyendo desde entonces a los 1.373 a los que ha quedado reducida.
El cambio responde a las conclusiones que ha aportado esa batimetría, una medición topográfica subacuática del vaso del pantano desarrollada por la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y que ha permitido cubicar la magnitud real de la acumulación de barro arrastrado por la corriente a lo largo de ese medio siglo largo de existencia del embalse.
¿Y cuánto son 161 Hm3? Ese volumen supera con holgura la suma de los tres embalses del Pacto del Agua que han entrado en servicio o están listos para hacerlo, La Loteta (104,1), Lechago (18,5) y El Val (24,2) y duplica con creces el volumen teórico que deberían sumar Montearagón (52,3) y el recrecido Santolea (22) si un día se resuelven los focos de inestabilidad geológica que mantienen en el aire sus respectivas viabilidades.
Y resulta igualmente mayor que el de San Salvador (137,2), sustituto del descartado Santaliestra en la primera ‘relectura’ del mitificado acuerdo hidráulico, que va adquiriendo rasgos cada vez más ‘vintage’ en la medida en la que desde algunos flancos de la política aragonesa se sigue presentando como un objetivo irrenunciable pese a sus evidentes desajustes.
La tendencia al aterramiento de los pantanos del Ebro
Esa acumulación de barro en el fondo de los pantanos lleva tiempo generando debates técnicos sobre el riesgo de obsolescencia que se proyecta sobre los embalses, especialmente en cuencas de carácter torrencial como la del Ebro, donde el aterramiento ha llegado a reducir en casi diez hectómetros por década la capacidad de Yesa, a ocupar más de la tercera parte de Barasona antes de su desembalse de fondo en 1993 o a convertir Cellers en algo parecido a una marisma.
Y ahora los resultados de la batimetría de Mequinensa, la situación que se da en la confluencia del Cinca y el Segre frente al casco urbano de esa localidad y la acumulación de lodo en la cola del pantano de Ribarroja, situado aguas abajo del primero en el cauce del Ebro y en el que desemboca la ‘gran Y’ de la margen izquierda que forman esos dos ríos, devuelven el tema a la actualidad.
“Desde el 1 de octubre de 2023, inicio del año hidrológico 2023-2024, se han actualizado los datos volumétricos del embalse de Mequinenza de acuerdo con la batimetría realizada en 2022”, la cual arrojó una “nueva curva cota-volumen” con la que la capacidad total del embalse de Mequinenza pasa a ser de 1.373 hm3 (frente a los 1.534 hm3 de capacidad original estimada), informó hace unos días la CHE.
Ese resultado tiene también consecuencias en la estimación de la reserva hidráulica máxima de la cuenca, la cual “pasa de 7.961 hm3 a 7.800 hm3”. E, igualmente, en la clasificación de Mequinensa en el ránking estatal, donde cae del quinto al séptimo puesto desplazado por los de Cijara, con 1.505 Hm3 en el Guadiana en Badajoz, y de Valdecañas, con 1.446 en el Tajo en Cáceres, aunque sigue como el mayor del Ebro.
Y los tendría de mayor calado si las batimetrías se extendieran al resto de los embalse de la cuenca, donde las interrupciones del flujo natural que suponen las presas unidas al carácter torrencial de la práctica totalidad de los ríos en los que se encuentran generan unos volúmenes de aterramiento o retención de lodos de elevada magnitud.
Fango del Cinca y el Segre para el delta del Ebro
El aterramiento es también importante en la desembocadura del sistema Cinca-Segre en Ribarroja, donde en los últimos años y en parte como consecuencia de la circulación de los lodos que hace treinta años salieron por los desagües de fondo de Barasona y de Santa Anna, en el Ésera y el Noguera Ribagorzana, se ha registrado una elevación del lecho de siete metros sobre los diez que ya tenía.
Esa colmatación de fangos dificulta la circulación del agua, lo cual, “aumenta el riesgo de inundación en Mequinenza, empeora de las condiciones de vida de la comunidad rural, inutiliza las zonas de uso urbano” y provoca una mayor presencia de troncos y de macrófitos frente al casco urbano de la localidad zaragozana.
La situación ha llevado a la CHE y al Miteco (Ministerio para la Transición Ecológica) a activar un plan piloto para testar la posibilidad de trasladar esos sedimentos al delta del Ebro, que sufre desde hace décadas un claro proceso de regresión como consecuencia, precisamente, de la reducción de las aportaciones de lodo que le supuso la construcción de las presas de Mequinensa y Ribarroja (más la de Flix, que almacena fango contaminado de residuos químicos).
Esa experiencia, para la que hay un presupuesto de once millones de euros, se extenderá en los dos próximos años al azud de Xerta, en Tarragona y a la confluencia de los ríos Matarranya y Ciurana con el Ebro, donde también se están produciendo intensas acumulaciones de barro.