El gestor cultural Saúl Esclarín (Zaragoza, 1975) lleva semanas mostrando su preocupación en redes sociales por el futuro del sector cultural aragonés, formado mayoritariamente por autónomos y pequeñas empresas. El consumo masivo de contenidos on line puede llevar a confundir la cultura con entretenimiento. Y el hecho de que los recibamos de forma gratuita no significa que no tengan valor.
¿Cómo está afectando ya la crisis sanitaria al sector cultural?
Está afectando, no puede ser de otra manera. Afecta en general a los sectores económicos y productivos; al sector cultural también y, si cabe, con más consecuencias. ¿Por qué digo esto? Porque el tejido cultural es frágil por naturaleza, se fundamenta en la precariedad histórica, así que cualquier crisis con consecuencias económicas, obviamente, le golpea de forma más brusca. Parecía que estaba remontando la crisis de 2008, pero esta nueva crisis vuelve a atrapar a unos profesionales que son necesarios y claves para el mantenimiento de una sociedad más cohesionada. La cultura es parte de la solución para recuperar la cohesión social. Funciona como vínculo social, es capaz de transformar, de generar capacidad crítica y promover sociedades más democráticas e igualitarias. Por eso, en los cimientos de la recuperación tendrá que estar la cultura sí o sí. Pero las crisis siempre golpean más a los más débiles; el sector cultural lo es y la capacidad de resistencia es limitada porque los recursos son insuficientes.
¿Preocupa que la crisis se alargue más en el sector cultural?
No sabemos realmente qué consecuencias va a tener para la cultura, tanto para los profesionales como para los habitantes del territorio. No sabemos cómo van a afectar las medidas impuestas por el estado de alarma a un sector que ya es, como decía, extremadamente frágil: con estructuras pequeñas y muy sometido, desgraciadamente, a los vaivenes de las políticas públicas. Subsiste en un contexto perpetuo de inseguridad y de precariedad. No sabemos tampoco cómo va a afectar lo que creo que es una inacción o, al menos, cómo va a afectar el no establecer medidas urgentes, a corto y a medio plazo por parte de las instituciones. Además, tengo dudas de que se conozca realmente cómo es y cómo se comporta el ecosistema cultural de Aragón. Si no conocemos bien la realidad actual de este ecosistema, todas las políticas prácticas que establezcamos no sé si serán capaces de amortiguar los reveses que ya están sufriendo las empresas. No sólo eso. ¿Qué panorama nos va a quedar cuando acabe la pandemia? ¿Sabemos cómo vamos a actuar? ¿Si van a cambiar nuestros hábitos? ¿Si nos vamos a relacionar de la misma manera? Las consecuencias son absolutamente impredecibles. Lo que sí está claro es que se está constatando que, en Aragón, el perfil de las estructuras del tejido cultural no son grandes empresas, grandes distribuidoras o grandes productoras. Son autónomos y PYMES que están ya desesperados y con ERTEs en la mayoría de los casos.
¿Qué se podría hacer ya para paliar esto?
Se me ocurren varias cosas. Desde lo público, desde las instituciones, obviamente, empezaría a pensar en garantizar sí o sí que la inversión pública en materia cultural se mantenga y en intentar que esa inversión tenga sentido, que sea flexible, que tenga capacidad de reacción y de improvisación, sobre todo, en permanente conexión con el contexto que estamos viviendo. Habría bastantes medidas de las que podríamos hablar, pero como mínimo tendríamos que garantizar la inversión en materia cultural. También habría que adelantarse al futuro, actuando de manera urgente, pero meditada. Me refiero, por ejemplo, al famoso consumo de los contenidos gratuitos. Además, me parece oportuno que se garantizasen y fortaleciesen los mecanismos de participación que existen. Si estamos pensando en hacer medidas para paliar situaciones en el sector cultural, no queda otra que escuchar a los profesionales con los órganos de participación. Además, las distintas administraciones públicas tienen que coordinarse, complementarse y ser subsidiarias, que no vaya cada una a lo suyo. Por último, me haría la pregunta de cómo va a afectar la crisis a nuestros propios hábitos, porque la cultura se disfruta en espacios íntimos o, como mínimo, de proximidad. Nuestros espacios culturales tienen un aforo limitado, generalmente son cerrados. La cultura es muy de rozarse y muy de compartir. Entonces, ¿qué va a pasar? ¿Cómo va a afectarnos a nosotros, como consumidores -aunque no me guste esa expresión- con respecto a la cultura? ¿Cómo vamos a acercarnos a ella? ¿Volverá a ser una prioridad o estaremos más pendientes de pagar las facturas de luz que de comprarnos un libro? Deberíamos empezar ya de manera urgente a pensar en esto.
¿Deberían pensarlo los propios artistas o productores?
Claro, pensar en si vamos a cambiar hábitos o prioridades, porque hay gente que está ya sin trabajo o que ya no puede mantener su pequeña empresa cultural, porque necesita pagar sus facturas. Todas las personas que poco a poco han ido saliendo de la crisis de 2008, con proyectos personales, cosas nuevas, pequeñas empresas... se van a ir abajo y su prioridad no va a ser ir al teatro o comprar un libro. Por ejemplo, las salas de música han cuantificado ya pérdidas brutales en estos meses de cierre. Es conveniente que los responsables de los espacios culturales privados como las salas de música y los políticos se sienten ya para estudiar cómo está todo y adelantarse a diseñar una campaña potente conducida a reorientar esos espacios, una vez superada la crisis. ¿Qué van a hacer los espacios para volver a manejar las cifras de asistencia que teníamos antes? La gente nos habíamos acostumbrado a acercarnos a los espacios para acceder a la cultura. ¿Cómo vamos a recuperarlo? Creo que son pensamientos que se pueden hacer ya para adelantar a los acontecimientos políticas valientes.
¿La tendencia a ofrecer contenidos culturales gratuitos online puede ser peligrosa?online
No lo sé. Lo que sí tengo claro es que el hecho de ser contenidos gratuitos no significa que no valgan dinero. Se ha roto la cadena. Por un lado, hay un exceso de consumismo. Parece que de manera rápida y compulsiva tengamos que ver más series que nadie, leer libros online... Este consumismo atroz de cultura en tiempos de confinamiento me chirría cuando los teatros no se llenaban. También me preocupa que se esté igualando la cultura con entretenimiento: muchos contenidos digitales parece que estén orientados a la mera tarea de llenar huecos o vacíos de nuestras 24 horas largas de confinamiento. En ese sentido, creo que podemos correr el riesgo de perder el concepto de qué es cultura. Y, por otra parte, el hecho de que sean contenidos gratuitos está muy bien, pero eso no significa que valgan dinero. Y creo que esto no se está valorando. Se nos está pidiendo a los creadores y a los gestores no que seamos bufones, pero sí, de alguna manera, regalar nuestro trabajo. Es una percepción de que a lo cultural se nos exige más que a otras profesiones. No creo que ayude mucho. Por otra parte, en quien no recae nada de beneficio es en el propio creador. En esta crisis, vuelven a ganar los de siempre: las telefonías, las grandes plataformas digitales, las grandes distribuidoras y productoras… detrás de todos esos contenidos que están generando, están los profesionales que los crean y no son tenidos en cuenta. El usuario está dando sus datos alegremente o comprando fibras ópticas o megas para que gane una compañía, pero al músico, al creador o al teatrero no le está llegando nada. Por último, me asusta la vorágine de contenidos gratuitos online porque, claro, tenemos la suerte de disfrutarlos los que tenemos posibilidad de tener Internet. ¿Qué hacen los demás? Es decir, ¿estamos agravando aún más la desigualdad en el acceso a la cultura? Si ya tenemos una dificultad para ir al teatro por no tener dinero o conciliación con nuestros horarios, si encima no tenemos Internet, ¿estamos machacando más a las personas que no pueden acceder a la cultura?
A la vez, con el confinamiento, es frecuente escuchar que es la cultura lo que nos hace que los días sean más llevaderos…
Sí, por lo que decía, porque me da la sensación de que se está usando la cultura como entretenimiento, que está bien. Pero que nos llenen los espacios con cultura... me está dando miedo que sea una fórmula para entretenernos, sin poner en valor la propia cultura. Al menos, deberíamos pagar un euro, aunque sólo sea para poner en valor lo que estás viendo. Está pasando con las librerías y los libros. Cálamo en Zaragoza se ha negado a hacer distribución online porque piensan que no todo vale. Alberto Gamón también ha hecho una reflexión diciendo que esto es como si una panadería abre las puertas y regala pan: si lo regalan, no es para que lo congeles y hagas acopio de pan, sino para que lo comas. Entonces, me da miedo que la cultura se vea como entretenimiento puro y duro. La cultura no es eso.
¿No puede ser una buena promoción para algunos artistas?
Sí, es verdad que es distinto que promuevas un festival como institución pública a que lo haga una institución privada. Por ejemplo, si Mango propone participar a un artista en un festival que ha inventado, sin pagarle nada, pero con 11 millones de seguidores en sus redes, ese artista puede considerar que es una estrategia que le puede interesar y se puede prestar a ese juego que hacen las grandes empresas. Pero es diferente que lo haga lo público; es en lo que no estaría de acuerdo. Si una asociación es capaz de generar un festival online pagando a sus artistas, con sus propios fondos, como Precarifest, ¿qué no puede hacer desde lo público? Es decir, ¿las instituciones públicas se tienen que dedicar sólo a generar repositorios de contenidos digitales o podemos promover también la creación de contenidos y remunerarlos?