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Diez años de teatro en el centro de menores de Zaragoza

Una tarde a la semana, los menores del Centro de Internamiento por Medida Judicial de Zaragoza saben lo que siente un actor cuando sube a un escenario. Utilizan el teatro como vehículo de expresión de emociones: “Permite a los chavales expresarse, canalizar su malestar y sus pensamientos y, además, estimula la creatividad”, explica José Luis Mateos, coordinador técnico de FAIM, la Fundación para la Atención Integral al Menor, que gestiona el centro zaragozano.

Las artes escénicas se imparten en este lugar desde 2006, como parte de la programación educativa anual, que también incluye actividades como música o creación artística. “Es fundamental ofrecer a los internos momentos de esparcimiento y de desarrollo personal”, asegura Mateos.

De coordinar estos talleres teatrales y circenses se encarga Sergio Marzo. Es uno de los educadores sociales del centro, actor de vocación y segunda profesión en la compañía Callejeatro. “El objetivo de estas clases no es preparar una función de final de curso, aunque la hagamos cada año. La idea es ayudar a estos jóvenes a mejorar su vida, a ganar confianza, habilidades sociales y expresividad, y hacerlo a través del juego y del sentido del humor”, comenta. Porque, según Marzo, “muchos de estos chicos son víctimas de su entorno y no han tenido una infancia de juegos como otros niños”.

Las clases de teatro tienen mucho de terapia. “Lo que hacemos cada día depende de cómo se encuentren los chicos, de su estado anímico”, explica. Por eso las sesiones, de dos horas a la semana, comienzan con unos minutos para escuchar al grupo seguidos de un calentamiento físico para tomar conciencia del cuerpo. “Utilizamos ejercicios de teatro terapéutico, dramatizaciones... Los chicos pueden refugiarse en máscaras o títeres para ser los directores de una escena que arman con sus emociones”, asegura.

Se empezó impartiendo teatro pero, poco a poco, se han introducido otros contenidos como actividades circenses: malabares, trapecio, aro volador, monociclo, zancos… “Lo bueno es que pueden practicar a diario y reforzar su autonomía y su autoestima, ya que se encuentran implicados en una actividad y progresan dentro de ella”.

La actividad dura lo que el curso escolar, aunque son frecuentes las altas y las bajas ya que los jóvenes permanecen diferentes periodos en el centro. La asistencia es voluntaria e implica cierto grado de compromiso. Las clases se organizan para grupos reducidos, de unos diez alumnos, y se obtienen muy buenos resultados. “A la función final asisten las familias, los chavales están eufóricos, muy motivados, y muchos nos dicen que quieren dedicarse a esto”, apunta Marzo. 

Llevar las artes escénicas hasta un centro de internamiento de menores es una iniciativa pionera que no ha pasado desapercibida en diferentes ámbitos. “Desde Callejeatro hemos aportado nuestra experiencia en cursos de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, en la Universidad de Verano de Teruel, en el Máster de Terapias artísticas y creativas de Isep, y el reciente Máster de Musicoterapia de la Universidad de Zaragoza”, detalla.