Zapatones, pantalones anchos, bastón y bombín. Ademanes torpes y pureza infantil frente a un mundo incomprensible. Tropezones, resbalones y tentetiesos en los albores del siglo XX. La descripción encaja en la figura eterna de Charlot. Pero el inmortal comediante inglés tuvo un maestro de quien aprendió esta y otras artes del espectáculo que le llevaron a la cima. Y su mayor influencia era de Jaca. Marcelino Orbés Casanova (1873-1927) fue el payaso más aplaudido e influyente de la época. Actuó en los mejores teatros del mundo ante público adinerado e incluso reyes. Y se suicidó, arruinado, en una sórdida habitación de hotel.
“Marcelino es el payaso más grande que jamás vi”, escribió Buster Keaton en sus memorias. Chaplin lo definió como “el ídolo de Londres”. Harold Lloyd también lo citaba entre sus referentes. Se codeó con Houdini y, prácticamente, se construyó un teatro para él en Nueva York, el Hippodrome de Broadway. Su ascenso a los cielos de la comedia fue tan merecido como abrupta su caída. Su muerte, un 5 de noviembre, apareció reseñada en The New York Times y The Washington Post. Sin embargo, su rastro desapareció y su legado cayó en el olvido. Sus orígenes jacetanos se obviaron en sus semblanzas porque él fue el primero en ocultarlos. Ahora, las instituciones aragonesas relanzan su imagen con varias acciones encaminadas a descubrirlo a las nuevas generaciones.
Marcelino –o Marceline como se le conocía en Estados Unidos y Gran Bretaña– Orbés borró las huellas de su pasado. Hablaba con acento ‘cockney’ y siempre llevó su vida privada con discreción. Nació en Jaca y su familia procedía de Zaragoza y de Bailo. Fue hijo de un peón caminero que poco después se trasladaría junto a su familia a Barcelona. Entre la capital aragonesa y la Ciudad Condal representan el kilómetro cero de la carrera de Marcelino. De niño ya sintió la llamada del circo y se enroló en la Compañía Alegría. Él quería ser payaso y le asignaron el papel de acróbata. Con el tiempo y las giras, que le llevaron a conocer los puertos de toda Europa, se fue despojando de las mallas y acomodándose en el traje clásico de payaso que ya nunca se quitaría.
Un niño llamado Charles Chaplin
Sus artes llamaron la atención de uno de los responsables del Circo Hengler británico y así atravesó el Canal de la Mancha para seguir evolucionando y puliendo sus dotes de humor y mímica. No necesitaba abrir la boca para provocar las carcajadas entre el público y eso le abrió una vía poco transitada hacia la gloria. La llegada, décadas más tarde, del cine sonoro apagaría su estrella. En Inglaterra, Marcelino llenó noche sí y noche también el Hippodrome, el teatro más prestigioso de aquel tiempo. Seguía sin dar cuenta de sus raíces (llegó a pensarse que era francés), se inventaba los motivos de su vocación y compartió algunos números con un niño que años después sí sabría adaptarse a la revolución cinematográfica a golpe de talento: Charles Spencer Chaplin.
Niños y adultos le despidieron con pena cuando en 1905, en la cúspide de su leyenda, hizo las maletas rumbo a América. Le dijeron adiós al grito de “¡Marcelino, no te vayas”, frase que Román Magrazó empleó para titular su corto estrenado en 2013 sobre la figura del payaso jaqués. La cinta narra un encuentro inventado entre Orbés y Chaplin. Lo ficticio es el contenido de los diálogos, porque ambos se vieron en más ocasiones. En algún punto entrechocan la trayectoria ascendente de uno y descendente del otro. Charlot cuenta que en una ocasión lo visitó en su camerino y lo encontró perdido para siempre: “Incluso bajo el maquillaje parecía malhumorado, como si estuviera sufriendo un melancólico letargo”.
Incapaz de adaptarse a los tiempos modernos
Incapaz de reciclarse y de adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos, arruinado tras poner en marcha negocios de diverso pelaje, Marcelino acabó olvidado y decidió acabar con todo el 5 de noviembre de 1927 en un cuarto del Hotel Mansfield. Está enterrado en el cementerio de Kensico, a una hora en coche de Manhattan. “El hombre más divertido sobre la faz de la tierra”, como lo definió un crítico, solo dejó un hilo del que tirar. En uno de sus viajes de regreso, en 1918, el departamento de Inmigración estadounidense dejó registrado su lugar real de nacimiento.
El periodista de Heraldo de Aragón Mariano García inició un trabajo de investigación y los velos se fueron cayendo. Marcelino Orbés Casanova ya puede rastrearse en libros, páginas web y los escenarios. A finales del año pasado, el Gobierno de Aragón impulsó una serie de fórmulas de difusión que desarrollar coincidiendo con el 90 aniversario de su desaparición. Entre ellas, la más abrochada al pasado es el proyecto de Darren Reid, que reconstruyó el film perdido Mishaps of Marceline (1915) a partir del storyboard y unos cuantos fotogramas.
El Centro Cívico Santiago Escartín de Huesca ha albergado una exposición retrospectiva que a partir del 24 de noviembre se podrá disfrutar en la Diputación Provincial. El propio 5 de noviembre se escenificará su vida en la Sala Genius (Marcelino, no te vayas está subido en Vimeo) y en Jaca se estrenaron en las pasadas fiestas patronales el cabezudo de su payaso eterno. Marcelino no se va.