El oficio de amortajadora no estaba reconocido como tal en los pueblos, normalmente era algo que se hacía dentro del núcleo familiar. Sin embargo, en Sádaba, Anunciación Bergüés acompañaba a las personas enfermas hasta su fallecimiento, “la confortaba, la vestía, hacía los papeles para la Iglesia”, recuerda su nieto en uno de los testimonios que recoge Marian Rebolledo San Martin en el libro ‘Las mujeres que fuimos’.
Una exposición fue el germen de lo que ahora es un libro que repasa diferentes oficios que, tradicionalmente, ejercían las mujeres, sobre todo en el mundo rural. Rebolledo es la autora de este ejemplar en el que recoge historias personales a las que da contexto para conocer cómo era la vida laboral de las mujeres en el siglo pasado.
“Todas son historias diferentes porque son oficios femeninos que ya no existen. De hecho, muchos de ellos se los ha llevado el progreso por delante, pero eran todos oficios durísimos”, remarca la autora.
Un ejemplo de ello son las cigarreras, esas mujeres “envueltas en capas de ropa y toquillas, y luciendo bata en verano, que sentadas en una silla precaria ofrecían productos al menudeo de consumo rápido y adictivo”, como el tabaco o las pipas. Este era un ejemplo de esos oficios de subsistencia, todos ellos con la precariedad como factor común. “El tráfico de mercancías que se podían trasladar con el cuerpo, como el tabaco, las galletas, el chocolate, la leche el polvo, el café, té o azúcar, ese estraperlo de menudeo quedaba para la mujer”, relata Rebolledo en el libro.
La dureza de estos trabajos y la poca importancia que se les daba, tanto socialmente como por parte de las propias mujeres, ha marcado a Rebolledo. “Cuando hable con las mujeres que cosían zapatos en Illueca me impresionó mucho que cuando me contaban sus jornadas laborales, eran las ocho o nueve horas en la fábrica y luego eran otras tantas en casa, además de llevar sus casas y cuidar a sus hijos. Eran mujeres que han trabajado durante décadas 16 horas al día de lunes a domingo y no se daban la menor importancia. Era lo que había, la vida las empujaba a trabajar así, no había lugar a cuestionarlo, las leyes discriminan a las mujeres y tenían que comer”.
Sin poder jubilarse
No obstante, ha lamentado que han tenido un hándicap añadido, que es que han llegado a la edad de jubilación y muchas de ellas no habían cotizado, por lo que no han accedido a una prestación, lo que “todavía añade más dureza a unas vidas ya de por sí muy complicadas”. En 2020, el Tribunal Supremo reconoció por primera vez el derecho de una mujer a que el tiempo invertido en el Servicio Social computase para su jubilación, igual que el servicio militar. Desde 1937 hasta 1978, las mujeres entre 17 y 35 años solteras que quisieran acceder a un trabajo remunerado o a un título académico tenían que realizar el Servicio Social. Después de la Guerra Civil, Falange lo gestionaba, y se preparaba al las mujeres “para ejercer como buenas madres y esposas”.
El libro recoge relatos de distintas décadas: desde finales del siglo XIX a una mujer que trabajó como taquillera y que ahora tendrá “cincuenta y tantos años”, pero todos con el hilo conductor de que se trata de oficios que han ido desapareciendo y que ejercían, básicamente, las mujeres.
Frente a los relatos de “la primera abogada” o “la primera médico”, más estudiados, este es un libro en el que, “por primera vez, la gente común y corriente tiene voz en el tema del trabajo” y en el que aparecen las jornaleras, las modistas o las sirvientas, algunas de ellas presentes en el acto.
Rebolledo confía en que este libro “nos haga mirar alrededor de nuestras propias familias y preguntarles a nuestras madres, nuestras abuelas o nuestros abuelos qué recuerdos tienen de antaño, a qué se dedicaban las mujeres de la familia, que seguro que nos sorprendemos”.