Un cómic recoge las anécdotas de Labordeta cuando recorría la España vaciada con su gorra y su mochila

Candela Canales

Zaragoza —

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Entre 1995 y 2000, José Antonio Labordeta recorrió la geografía española gracias al programa de Televisión Española ‘Un país en la mochila’. Con su gorra, su bastón y su mochila, Labordeta andaba por caminos y senderos hablando con los vecinos y mostrando lo que se encontraba a su paso. En este nuevo cómic, ‘¿A dónde vas Labordeta?’ pasea por sus recuerdos y revive historias y anécdotas del rodaje. 

Labordeta recorrió muchos pueblos y comarcas de lo que hoy llamamos la España vaciada, desde el Maestrazgo turolense hasta las Sierras del Segura, pasando por el Valle de El Roncal o el Sur de Alicante. De hecho, sus viajes llegaron a las islas Canarias, hasta el punto de España más alejado de Aragón, la isla de El Hierro, su lugar favorito de todos los que visitó, según el cómic, y al que lamentaba no haber ido acompañado de su mujer, Juana. 

Juana de Grandes, su mujer y Presidenta de la Fundación Labordeta, recuerda en el prólogo que, aunque ella no acompañó a su marido a ninguno de sus viajes, él siempre contaba anécdotas al regresar a casa. Explica en este texto que el cómic “no solo es un viaje por España de la mano del programa de TVE, ‘Un país en la mochila’, sino que, desde el cielo aragonés, donde habita Labordeta, Lamberto, con su cabeza siempre a su aire, el profesor Eloy Fernández Clemente, la gran María Moliner, Paco Martínez Soria, Félix Romeo, Agustina de Aragón y tanto otros más, el cómic rinde homenaje a todos los que con su sabiduría, amor hacia una tierra y a la palabra han hecho posibles todos los viajes en libertad y concordia”. 

El cómic también muestra aspectos de la personalidad de Labordeta, de su miedo a los perros, los almuerzos “sagrados” con el equipo o su facilidad para hablar con los vecinos y que le contasen sus historias. “Es un cómic muy optimista porque él tenía mucho sentido del humor”, comenta Carlos Azagra, el dibujante. 

Daniel Viñuales es el autor del guion de este cómic, el tercero de la colección. Su objetivo era contar “lo que no se ve en cámara, lo que está detrás y cómo funciona un rodaje de ese tipo. Ahora hay programas muy parecidos pero en aquella época no era un formato muy común y es curioso ver la forma en la que trabajaban, un poco sobre la marcha”, relata Viñuales. Esta forma de trabajar la representa en el cómic, en el que se ve que, a la llegada a un pueblo, los integrantes del equipo se dividían para buscar historias y personas interesantes. 

Viñuales tenía claro el inicio, con Labordeta en el cielo de los aragoneses hablando con San Lamberto, desde ahí se hace una retrospectiva de los diferentes capítulos: “He aprovechado el del Maestrazgo para contar uno de los capítulos y en el resto hemos ido contando pequeñas anécdotas”, cuenta Viñuales. 

Una vez hecho el guion, el texto pasa a Carlos Azagra, que se encarga de dibujarlo, y después a su mujer, Encarna Revuelta, que le da color: “Cuando trabajo con Carlos le dejo que haga las escenas a su libre albedrío porque es un profesional como la copa de un pino. Tiene libertad total para meter una página más o recortar, trabajamos muy agusto, y Encarna, su pareja y colorista, se encarga de poner los colores y son una maravilla, en acuarela es una de las mejores que hay en España”, comenta el autor del texto. En esta buena conexión laboral parece estar de acuerdo Azagra, que destaca que el guion hecho por Viñuales “era muy cómodo”. 

La unión de Azagra con Labordeta se remonta a su adolescencia, ya que fue su alumno en el instituto, por lo tanto, dibujarlo es “muy fácil”: “No recurro a ninguna fotografía, me fio más de la memoria y lo tengo un poco idealizado, luego ya se fue haciendo más mayor pero la imagen que tengo yo de él es cuando era mi profesor de instituto”. 

El objetivo de este cómic, como de los otros, era que llegase a la gente joven la figura de Labordeta, aunque, como comenta Viñuales, muchas de las compras también son por nostalgia. “Estamos muy contentos, para la gente joven recordarlo es bueno, es una manera de que esté presente en este Aragón tan chuchurrio que nos están haciendo. Un grito a la esperanza siempre va bien”, concluye Azagra.