Telas, colores, retales, hilos…“Tucu Tucu tucu tu”. Marcando el ritmo de las horas, el ruido de una máquina de coser. También una canasta llena de objetos prohibidos: alfileres, tijeras con punta, más hilos, más colores, más retales…Y al mando de todo, unas manos que se mueven ágiles, como haciendo magia, construyendo de la nada, una prenda de vestir. Dos máquinas de coser con las que su madre trabajó desde casa para la fábrica textil de Tarazona. Y, desde el suelo, unas veces jugando y otras ayudando, dos niños que lo observan todo, sin perder detalle.
En ese mundo de telas e hilos, de batas acolchadas, comenzó todo. También la segunda obra de títeres para adultos de Javier Aranda, “Vida”, que arranca rememorando esos momentos de niñez junto a la máquina de coser de su madre y su canasta prohibida. Un espectáculo con el que ha viajado por medio mundo -y lo sigue haciendo-, recogiendo a su paso numerosos premios y reconocimientos.
La historia de Javier es una historia disruptiva. Es la ruptura con lo comúnmente establecido. La determinación de dejar un trabajo fijo en su ciudad natal para irse a estudiar teatro a Zaragoza. “Llevaba ya dos años en una cadena de montajes. Me iba a dar algo si seguía mucho tiempo más haciendo eso”, asegura.
Una decisión de la que ya han pasado 30 años. No es fácil, pero puede afirmar que lleva desde entonces dedicándose a actuar. A lo que le gusta. Su teatro es parco en formas y adornos, pero lleno de sensibilidad y verdad. Sobre el escenario, solo él con sus títeres. Cuatro cajas de cartón, una mesa vacía, dos focos, un reproductor de música y nada más.
“Y tengo esta forma de construir porque, en la escena, cuantos menos elementos y más se desarrolle la imaginación, más grande es el teatro”.
Su concepto de espectáculo choca con el de las grandes producciones llenas de decorado, artistas sobre el escenario, excesivos estímulos. La intimidad que establece con los personajes atrapa y conmueve. Sus títeres no recitan textos largos, de hecho, muchos no hablan ni siquiera un idioma en concreto. Los sonidos guturales son su forma de comunicarse con el mundo. Y, dándoles vida, como haciendo magia, Javier. Su presencia en escena, que “a veces es ausencia, también juega un papel”.
En sus dos espectáculos propios “Parias” y “Vida”, la vida, la muerte y el teatro emergen casi sin querer, sin un guion preestablecido. “Cojo cartón, trabajo con él y a ver a dónde me lleva. Otras, es el movimiento de una tela el que me conduce hasta la historia”. De nuevo las telas como protagonistas. Su niñez. Su madre. La máquina de coser.
“Creo en el teatro pobre”
De un trozo de manga y un trozo de otra cosa, un personaje.
Sus muñecos no tienen grandes vestidos, a veces, solo una tela que deja al descubierto casi todo su brazo. Para la cara, un trozo de cartón con el que dibuja nariz y ojos y para el pelo, un poco de lana.
“Cuando mi madre vio mis obras no entendió mucho, pero observó que el público aplaudía, que aplaudía mucho, y me dijo: ”Chico, parece que les ha gustado“ Y lo siguiente: ”pero esos muñecos tráemelos a casa y te los coso que están todo rotos“.
Una parquedad premeditada que la suple con unos personajes que están vivos, que reaccionan al entorno. “Si en el teatro se cae un foco y el títere no lo mira es como si estuviera muerto. Siempre dejo un margen para la improvisación”.
Javier Aranda hace de la ficción un juego sincero y, desde la verdad, el público recibe un aluvión de emociones. “Si no me creo yo a mis personajes, nadie se los va a creer”.
“A veces pienso que están ahí de verdad”
Hasta el año 2012, trabajaba para distintas compañías teatrales de Zaragoza (Arbolé, Temple e incluso para un programa de televisión). Con la llegada de la crisis y, al verse con más tiempo, comenzó a crear piezas propias. “Cuando amas lo que haces empiezas a contar historias de otra manera”.
Al principio en salas muy alternativas donde, a veces, solo llegaban siete personas. Pero insistió. Pronto, en la Feria Internacional de Teatro de Huesca, recibió su primer gran premio.
El salto internacional se produjo en 2017, en Charleville, donde se celebra el festival de títeres más grande del mundo. Llegó para hacer 4 pases y acabó haciendo 17. Sin duda, Charleville fue un gran punto de inflexión en su carrera. Desde entonces, lleva dos o tres años, trabajando más fuera que aquí. Solo en 2019, viajó a Finlandia, Canadá, Turquía, Marruecos, Inglaterra, Alemania o Italia. Sus dos funciones, casi carentes de texto, funcionan muy bien en cualquier país del mundo, lo que lo han llevado a firmar giras de hasta un mes fuera de su casa.
“Vida” arrasa. En Lleida, consiguió, en una misma noche, los tres premios del jurado. En Cuba, el premio al mejor espectáculo extranjero, compitiendo, entre otros, con el Berliner Ensemble, “que es como estar con el Bob Dylan en la música”.
Pero los reconocimientos no le ciegan. Asegura que, al final, son ficticios, y que, a veces, el mejor premio es poder colarse en alguno de los mejores festivales del mundo.
“El otro día en Estambul, actué en un teatro en el que había 300 personas y dos pases. Los dos estaban llenos. El cómo me conocen o por qué se llena la sala, se me sigue escapando un poco”, afirma.
El actuar y el viajar le da mucha vida, pero no deja de ser, en partes iguales, bastante agotador. Por eso, a veces, añora trabajar más cerca de su casa, aunque sabe muy bien que “el títere para adultos no tiene mucho mercado en España”.
En concreto, en Aragón, cuestiona una política cultural que “no funciona desde la base”. Asegura que no se sabe ver el potencial de la cultura como motor dinamizador y que los técnicos, desde sus despachos, se dedican a entregar las subvenciones a las mismas personas de siempre. “Creo que no van a los teatros. No saben lo que hacemos. Y yo no pienso ir a su despacho para pedirle dinero para producir. Vivo del teatro y vivo bien y trabajo más fuera que aquí, es lo que hay. Pero creo que se está perdiendo un potencial muy importante para la tierra. La gente que se dedica a esto, se tiene que ir”.
Javier Aranda es un artista con mayúsculas y no hace falta que lo avalen sus numerosos reconocimientos. Sus obras sencillas y valientes, llegan al alma del espectador. Y lo hacen con calma, sin prisa. Una conquista, en la que los asistentes se van deshaciendo de sus prejuicios, de lo que entienden por teatro, por títeres, por cómo se cuentan las historias. Y como una araña que va atrapando poco a poco a su presa, llega un momento en el que ya no hay vuelta atrás. El tiempo se desdibuja y, cuando llega el momento en el que los dos protagonistas de “Vida” interpretan al unísono un conocido tema musical, la cabeza se desprograma. ¿Cómo con tan poco puede hacerse algo tan grande?, ¿cómo unas manos pueden captar con tanta maestría las múltiples expresiones de un rostro? Y, mientras todo avanza, sientes que lo ha conseguido: formas parte de su universo.