De la estantería del supermercado a la mesa. Es la hora de comer. Está exquisito. Pero… ¿de dónde viene?, ¿por cuántas manos pasó?, ¿fue alguien explotado, a miles de kilómetros, para que ahora esté en estas condiciones? Quizás se hagan pocas veces estas preguntas. Puede que se obvie el origen. ¿Por qué no tratar de cambiar las reglas? Demostrar que es posible una mayor justicia en el comercio internacional. Es el objetivo de organizaciones como la Federación Aragonesa de Solidaridad (FAS) o Iniciativa de Economía Alternativa y Solidaria (IDEAS).
Sus representantes estuvieron este miércoles en Zaragoza para reconocer a la capital aragonesa con el título de “Ciudad del Comercio Justo”. Desde sus, para muchos, todavía invisibles atalayas ansían transformar las prácticas del comercio internacional y mostrar que un negocio exitoso “también puede dar prioridad a la gente”.
Hicieron hincapié en ese granito de arena que cada uno puede aportar: “Es difícil intervenir en la política internacional, pero cada uno puede colaborar desde sus casas, es nuestra manera de cooperar”, dijo Ricardo Álvarez, presidente de la FAS. “La política también se hace en las calles, no solo en las instituciones”, remató su homólogo en IDEAS, Carlos Céspedes.
Ambos reconocieron que estos productos siguen siendo “caros” para el común de los bolsillos. La calidad, sin embargo, es superior al resto y es ese el mayor atractivo: “Cuando se compran calidades, el comercio justo es competitivo”, apuntó Céspedes.
Criterios para ser una “Ciudad del Comercio Justo”
El comercio justo es un movimiento internacional que nació con el doble objetivo de mejorar el acceso al mercado de los productores más desfavorecidos y cambiar “las injustas reglas del comercio internacional”. Se articula como una alternativa al comercio tradicional, donde prevalecen valores éticos que abarcan aspectos tanto sociales como ecológicos, no se maximizan las ganancias, se garantiza la calidad de vida y es una herramienta para el desarrollo, la lucha contra la pobreza y la desigualdad de las personas en todo el mundo.
Zaragoza es la decimoctava ciudad española que recibe esta acreditación, que ostentan más de 1.800 urbes en todo el mundo. Para ello ha debido cumplir una serie de requisitos, fruto de años de esfuerzo en pos de esta justicia mercantil. Por ejemplo, aprobar una resolución a favor del comercio justo y del consumo de este tipo de productos por parte del Ayuntamiento. Esta declaración fue una realidad en 2009 y, hasta el momento, la Administración municipal ha realizado 14 contratos y siete compras y contrataciones directas en las que se han considerado criterios de comercio justo.
También cumple la capital aragonesa la condición de ofrecer productos de comercio justo: hay 49 puntos de venta y 75 establecimientos de hostelería que lo hacen. El compromiso del sector privado y de organizaciones de la sociedad civil y la comunidad educativa es un hecho con, al menos, siete organizaciones sociales, siete empresas y 12 centros educativos.
De poco sirve todo esto si no se visibiliza, la Corporación municipal cumple al haber realizado 25 acciones de comunicación y 41 actividades de sensibilización en el último año. Un buen ejemplo futuro es la XIV edición de la Lonja del Comercio Justo, que tendrá lugar el próximo 14 de mayo en la plaza del Pilar. La postrera de las obligaciones es crear un grupo de trabajo, algo que se produjo en Zaragoza en enero de 2017, formado por ONG y el Ayuntamiento.
Mérito de las instituciones privadas
Tanto el alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, como los presidentes de FAS e IDEAS destacaron la inestimable labor que realizan las instituciones privadas en este proceso de fomento del comercio justo. Deben ser estas las que encabecen la cruzada, habida cuenta de que las instituciones, por regla general, suelen estar muy lejos de ese 0,7 % exigido.
Santisteve se congratuló porque Zaragoza sea de las que más se acerca al porcentaje, aunque reconoció lo difícil que será alcanzar la cifra antedicha. La vicealcaldesa, Luisa Broto, entiende este reconocimiento como un acicate para seguir trabajando, “una obligación” que les conmina a continuar.