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“El futuro no es solo un asunto individual o familiar, privado. La democracia es un procedimiento para hacer visible ese vínculo entre lo individual y lo colectivo, negociando su articulación. En ella se lleva a cabo la distribución equitativa de futuros haciendo explícito el futuro en el que queremos vivir y los correspondientes derechos y deberes” (Daniel Innerarity).
Finalizaba con este párrafo un artículo sobre el futuro de la democracia Daniel Innerarity, catedrático de filosofía política, en el diario El País. Lo leí después de un artículo sobre la “Ley de la Agricultura Familiar Aragonesa” y me venían a la cabeza analogías entre el futuro de la agricultura y el futuro de la democracia.
El autor explica durante el artículo que la verdadera crisis de la democracia es la falta de futuro, y es curioso como en la agricultura la discusión no es si habrá agricultura, puesto que la debe haber, sino cómo será el modelo de agricultura y cómo afectará esa agricultura a su relación con la sociedad.
El modelo de agricultura y de ganadería familiar profesional supone la producción de alimentos de calidad, sanos y seguros, cerca de donde se producen, el mantenimiento del territorio y del medio natural, y la integración de los trabajadores migrantes.
En el modelo de agricultura y ganadería de grandes corporaciones y fondos de inversión no prima la calidad, ni la autenticidad, ni la cercanía de los alimentos; no mantiene el medio natural, no evita la despoblación y no integra a los trabajadores migrantes; no lo hace si eso pone en riesgo los beneficios corporativos, cuando esto ocurre se deslocalizan, pero después de haber explotado el territorio. En contraposición, el modelo familiar profesional es más resiliente por su especial vinculación al mundo rural.
Quizá estamos ante el problema de que nuestra alimentación, porque eso es nuestra agricultura y nuestra ganadería, será decidida y producida en el futuro por corporaciones sin agricultores ni ganaderos profesionales, sin personas ligadas a nuestra tierra, con multitud de productos sintéticos, o producidos en condiciones desconocidas en lugares lejanos.
Y es en este momento de futuro alimentario incierto cuando nos anclamos al pasado, puesto que no somos capaces de articular un futuro mejor. En este momento, el progresismo pasa de revolucionario a conservador, y el conservadurismo, a retrógrado.
Cuando nos anclamos al pasado no sabemos enfrentar los retos del futuro, que son muchos: digitalización, sostenibilidad, despoblación, relevo generacional, cambio climático, integración de la inmigración, comercialización…
De eso va la “Ley de la Agricultura Familiar”, aunque debería añadirse “Profesional”. Su objetivo debería ser trazar un modelo de agricultura con agricultores y agricultoras profesionales, los que han vivido durante estos años la transformación de la agricultura y la ganadería familiar a las empresas familiares profesionales. Un modelo no solo de producción de carne, sino de granjeros; no solo de producción de fruta, sino de fruticultores; no solo de producción de vino, sino de viticultores.
Si además tenemos en cuenta el contexto actual de globalización, constatamos que el papel de los estímulos económicos públicos ha sido fundamental por el reparto de subvenciones y de la Política Agraria Común. De la decisión sobre las distancias entre granjas y a núcleos urbanos, la normativa sobre uso de fitosanitarios, la ley de la cadena, y de otras muchas más, va a depender el futuro del sector agrario en Aragón y con ello, el futuro de nuestra soberanía alimentaria.
Si la sociedad en general, y la sociedad aragonesa en particular, no opina o desconoce el tipo de alimentación que quiere, no habrá un futuro para la agricultura familiar, y no habrá futuro para agricultores/as y ganaderos/as.
Cuando uno de los criterios de reparto de los fondos europeos son los derechos históricos, los agricultores jóvenes no tienen oportunidades. La gran cuestión que debemos plantearnos es si podemos perseguir nuestro futuro privado sin prestar atención a los futuros comunes y que entendamos la agricultura, no sólo como un sector productor de alimentos con la importancia que ya tiene, sino también como un vertebrador del territorio, mantenedor los pueblos y las tradiciones, garante de la soberanía alimentaria, integrador social de migrantes, y cuidador del territorio.
No estamos hablando solo de los futuros privados de los agricultores, sino del futuro colectivo de los aragoneses, así entenderemos lo importante de una Ley de Agricultura Familiar que blinde a las explotaciones familiares profesionales aragonesas frente a los desafíos de la globalización y la alimentación industrializada mundial.
“El futuro no es solo un asunto individual o familiar, privado. La democracia es un procedimiento para hacer visible ese vínculo entre lo individual y lo colectivo, negociando su articulación. En ella se lleva a cabo la distribución equitativa de futuros haciendo explícito el futuro en el que queremos vivir y los correspondientes derechos y deberes” (Daniel Innerarity).
Finalizaba con este párrafo un artículo sobre el futuro de la democracia Daniel Innerarity, catedrático de filosofía política, en el diario El País. Lo leí después de un artículo sobre la “Ley de la Agricultura Familiar Aragonesa” y me venían a la cabeza analogías entre el futuro de la agricultura y el futuro de la democracia.