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Alexandra

Se llamaba Alexandra y una calurosa tarde de julio vio el rostro de la muerte en pleno centro de Zaragoza. En plena calle, su sangre sobre la acera y la cara de terror de su hijo de cinco años, testigo del odio machista que ha callado una nueva voz, que ha truncado otra vida, que ha vuelto a provocar nuestra indignación y nuestro asco.

Alexandra tenía 32 años y un hijo, y seguro que muchos sueños e ilusiones sesgadas por otro asesino machista que pensaba que esos sueños e ilusiones le pertenecían. Otro violento que consideraba a la mujer una propiedad y que ha acabado con una vida más. Basta. Es insoportable. No podemos seguir considerándonos una sociedad libre mientras asistimos impotentes a una lista cada vez más numerosa de mujeres asesinadas por hombres machistas.

Alexandra no es un número más de esa larga lista. Alexandra es, como todas las mujeres asesinadas anteriormente, una mujer que ha dejado de existir por su condición de mujer. Un ser humano con proyectos y esperanza que muere a manos de un desalmado incapaz de vivir en sociedad. Un desalmado capaz de asesinar a sangre fría, delante de un niño que a su vez también se ha convertido en víctima de una lacra a la que debemos combatir con toda la fiereza de la que seamos capaces. No podemos seguir así, no podemos desayunar tranquilos mientras los periódicos y las televisiones nos informen de que una nueva mujer ha sido asesinada. Toca reaccionar y poner todas las energías en ello.

Las leyes que un Gobierno socialista impulsó para combatir la violencia machista no han terminado de funcionar, a pesar de que fueron pioneras, necesarias y sensibilizaron a gran parte de la sociedad de uno de los mayores problemas que tiene actualmente. Cuatro años de políticas populares de retroceso en lucha contra la violencia y prevención han contribuido también al deterioro de esas políticas y un aumento de la violencia.

Creo imprescindible que la primera actuación del próximo Gobierno, sea cual sea y tenga el color que tenga, sea la convocatoria de una gran mesa para alcanzar un pacto social, político e institucional para combatir la violencia machista. Una mesa en la que se aborden y busquen soluciones, se dote de medios y formación a los agentes implicados y se tome en serio de una vez este asunto. Un pacto que endurezca las sanciones pero que, sobre todo, no escatime recursos en la prevención, en la educación, en sensibilizar desde edades tempranas. Porque el caso de Alexandra y el de otras tantas mujeres asesinadas es el más drástico, pero hay muchas otras actitudes machistas y violentas que están asentadas, y casi diría que aceptadas, en la sociedad, a pesar de que son intolerables. Porque también es machismo repugnante justificar una agresión sexual en un contexto de fiesta y alcohol, y también es machismo repugnante que un quinceañero controle el móvil de una amiga o le censure por su forma de vestir. Y me entristece pensar que esta sociedad, en lugar de avanzar en esta cuestión, vaya hacia atrás. Lo estamos haciendo mal y tenemos que ponernos a trabajar urgentemente. La violencia machista es un asunto de Estado y así hay que tratarlo.

Hoy todos lloramos a Alexandra, la tercera mujer asesinada en Zaragoza en pocos meses. 25 en toda España en lo que llevamos de año. Un dato espeluznante. Alexandra no puede ser un número más de una fría estadística ministerial. Alexandra tiene que ser la última mujer asesinada en este país por la irracional actitud machista de un individuo que merece todo nuestro desprecio. Y aunque ella ya no vea crecer a ese niño que fue testigo de la muerte de su madre, cuando ese chico sea adulto, tiene que vivir en un país en el que a las mujeres no se les mate por el hecho de ser mujer. Se lo debemos.

Se llamaba Alexandra y una calurosa tarde de julio vio el rostro de la muerte en pleno centro de Zaragoza. En plena calle, su sangre sobre la acera y la cara de terror de su hijo de cinco años, testigo del odio machista que ha callado una nueva voz, que ha truncado otra vida, que ha vuelto a provocar nuestra indignación y nuestro asco.

Alexandra tenía 32 años y un hijo, y seguro que muchos sueños e ilusiones sesgadas por otro asesino machista que pensaba que esos sueños e ilusiones le pertenecían. Otro violento que consideraba a la mujer una propiedad y que ha acabado con una vida más. Basta. Es insoportable. No podemos seguir considerándonos una sociedad libre mientras asistimos impotentes a una lista cada vez más numerosa de mujeres asesinadas por hombres machistas.