El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Se suele decir que la Unión Europea se fortalece gracias a las crisis. En buena medida es cierto -la reacción ante la COVID es un ejemplo - pero, ¿será capaz de dar pasos adelante ante esta crisis multifactorial? Y, sobre todo, ¿será capaz de dar los necesarios?
Para ello, además de la voluntad política, es necesario acertar en el análisis del nuevo escenario que se ha configurado en los últimos tiempos, especialmente tras la elección de Trump. El mundo -todavía dividido en norte y sur- ya no se divide entre el este, gobernado por dictadores comunistas que nos quieren invadir, y el oeste, paraíso de la democracia, las libertades y el bienvivir, -EE.UU. es un buen ejemplo, con una forma de gobernar y un “respeto” por las libertades y los derechos humanos mucho más próximo a Rusia que a Europa-; el multilateralismo ha saltado por los aires y las instituciones internacionales no tienen ninguna autoridad, solo vale la ley del más fuerte.
Como corolario, con un presidente que es el mayor responsable del deterioro que están sufriendo las relaciones internacionales, que ha desatado una guerra comercial a escala mundial y que considera que la UE nació para perjudicar a su país, los europeos no podemos considerar al Estado que preside como amigo o aliado ni en economía, ni en política ni en defensa. Es más bien un competidor económico depredador y un adversario político sin escrúpulos.
En este contexto, la Unión Europea tiene que decidir si quiere ser independiente -un factor determinante en el diseño del futuro, que pueda negociar en plano de igualdad con los otros poderes económicos, políticos y militares- o prefiere seguir dependiendo de los EE.UU., con el precio que haya que pagar por ello. Es una decisión transcendental.
En el primer caso, el único camino posible es avanzar hacia una Europa más unida -ante los cambios que ya se están produciendo, la unidad comercial vale de muy poco-, sería necesaria una refundación de la UE sobre bases distintas, teniendo en el horizonte la construcción de una ¿Federación de Estados Europeos?
El camino va a ser largo y difícil, la diversidad existente en el seno de la Unión es muy amplia y el sentimiento nacionalista pesa demasiado, pero, para empezar, se podría avanzar hacia un nuevo marco económico, que mejore nuestra posición en el mercado global; acordar una única voz en política exterior que nos permita ser el único referente mundial, con cierto peso, que defienda los valores fundacionales de la UE y caminar hacia la construcción de un ejército europeo capaz de defendernos de las posibles agresiones exteriores. Para avanzar en esta dirección, es imprescindible acordar las mayorías reforzadas pertinentes en cada caso, pero eliminar la unanimidad, el derecho de veto de los Estados.
Según los objetivos de la UE, aprobados en el Tratado de Lisboa, el nuevo marco económico debería contemplar al menos los siguientes: establecer un mercado interior; lograr un desarrollo sostenible basado en un crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de los precios, así como una economía de mercado altamente competitiva con pleno empleo y progreso social; reforzar la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los países de la UE y proteger y mejorar la calidad del medio ambiente.
En política exterior los objetivos serían: afirmar y promover sus valores e intereses; contribuir a la paz y la seguridad y al desarrollo sostenible del planeta; contribuir a la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos; y el estricto respeto del Derecho Internacional.
No es nada novedoso, nada que no hubiesen deseado quienes iniciaron el camino de la construcción de una entidad europea, pero es mucho el giro que hay que dar para situarse en esa senda. Empezando por olvidarnos del eurocentrismo que nos domina - ¿qué significa el “grito de guerra” de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, de “hagamos grande a occidente” ?, ¿a costa de quién? -; eliminando la doble vara de medir, oponiéndose a Netanyahu en lugar de recibirlo con honores y avalar su política de exterminio en Gaza… La defensa de valores implica la incomprensión y, a veces, el enfrentamiento con otros actores, pero los valores no están para que queden bien en un documento.
En cuanto a la creación de un ejército europeo (EE) nada se dice entre los objetivos que tiene y los valores que debe defender la UE, pero en este momento es una cuestión de primer orden. La cooperación siempre supone un salto cualitativo sobre la suma de los integrantes, pero en el caso del ejercito el salto es abismal. La suma de 27 ejércitos, con diferentes armamentos, munición, prioridades, cadenas de mando, sistemas de información… no hacen un ejército eficaz. Y el gasto en armamento a nivel nacional, a quién beneficia principalmente es a la industria armamentística.
El EE defensivo tiene muchas ventajas: todas las compras están orientadas por un mismo objetivo, con lo que son más provechosas; las compras centralizadas consiguen mejores precios, y se minimiza el riesgo de que ejércitos nacionales fuertes entren en conflicto, es un antídoto contra el nacionalismo exacerbado. Además, la creación de una estructura militar europea, independientemente de su relación con la OTAN, si es que todavía existe esta estructura caducada -Trump está pensando eliminar su aportación económica a la Alianza, igual nos resuelve el problema-, nos hace autónomos y, por lo tanto, capaces de rechazar los objetivos que interesen a EE.UU.
Los gastos que suponga la articulación del EE, deben ser mancomunados y pueden sufragarse perfectamente con un impuesto europeo a los superricos y aun sobraría para atender otros menesteres. Una tasa del 3% a las grandes fortunas superiores a los 100 millones de euros podría recaudar anualmente unos 120.800 millones.
Por supuesto, al margen de la creación de un ejército común, hay que priorizar la política y la mediación como instrumentos de resolución de conflictos y deshacerse de la mochila que nos ha colgado los EE.UU., la relación con Rusia, -y no pretendo minimizar las posibilidades de conflicto que a día de hoy existen- no se puede congelar en el tiempo con los parámetros de la guerra fría, en algún momento habrá que intentar una aproximación atendiendo a los intereses europeos.
La UE podría jugar un papel esencial en la nueva situación geopolítica y aparecer como un nuevo polo de referencia, pero, para eso, además de cambios estructurales, necesita un cambio de mentalidad. Tiene que desprenderse del sentimiento de superioridad con que trata a la mayoría de los países; prestar una atención especial al Sur Global; promover relaciones equilibradas sin intentar imponer nuestra forma de vida, desterrar la doble vara de medir -China es una dictadura, pero también lo es Arabia Saudí-; fortalecer la multilateralidad y la cooperación; ayudar al desarrollo de los países en vías de desarrollo con un comercio justo… y ser más firme en la defensa de lo que, en teoría, son sus valores: el silencio, cuando no el apoyo, ante el genocidio de Israel, no puede tener cabida en la UE.
Puede parecer una utopía, pero los grandes proyectos comienzan así, con planes ambiciosos, mirando al horizonte, y en estos momentos, quedarse estancado es retroceder. Incluso pueden avanzar, aquellos miembros que así lo consideren, articulando una geometría variable en el funcionamiento de la UE. Lo que no se puede hacer es seguir igual, estar sometidos al veto de un Estado o a las posiciones más retardatarias.
La otra alternativa, seguir dependiendo del “amigo” americano, puede resultar más cómoda, no hay que cambiar nada -los cambios siempre producen cierto vértigo-, solo hay que dejarse llevar. Pero supone una subordinación continua al presidente de turno. Vamos, es como jugar a la ruleta rusa permanentemente, al final acabas con una bala en la cabeza.
En cualquier caso, hay que saber con quién se trata en cada momento para diseñar una estrategia, y ahora toca negociar con un matón. Con alguien que no respeta ningún tipo de reglas, con un personaje que recuerda al Padrino cuando “hace ofertas que no se pueden rechazar”, como el chantaje al que está sometiendo a Ucrania. En estos casos la prudencia debe ir acompañada de cierta firmeza, algo que no se ha visto en la Comisión. Al no responder al 10% de aranceles generales, más un 25% para el acero y el aluminio, impuestos por Trump, está aceptando su terreno de juego, la desigualdad desde el inicio. Y esto no hace más que reafirmar a Trump en que “Europa siempre cede” y vamos a besarle el culo. Mal comienzo.
1