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Una apuesta por la paz

Marcha contra la guerra en Ucrania,"la injerencia imperialista" de la OTAN y por la solidaridad internacionalista, la paz y el desarme, convocada en Madrid por la Asamblea Popular contra la Guerra de Madrid. EFE/ Chema Moya

Enrique Tordesillas

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La invasión de Ucrania por Rusia ha trastocado la geoestrategia de muchos países y, desde luego, la de la Unión Europea. Era difícil de imaginar, hace solo unos meses, que Europa iba a ser escenario de una nueva guerra que, aunque tiene lugar en un espacio limitado, extiende sus efectos a escala planetaria: las relaciones comerciales, las alianzas y las políticas de defensa están puestas en cuestión. Miles de millones de personas vamos a ver alteradas, en mayor o menor medida, nuestras condiciones de vida como consecuencia de migraciones, inflación, dificultad de abastecimiento de determinados productos, inseguridad, riesgo de militarización de las sociedades… 

De manera inmediata, el principal objetivo de la comunidad internacional tiene que ser acabar con la guerra, evitar más destrucción y más crímenes sobre el pueblo ucraniano. Ucrania perderá soberanía y su Gobierno tendrá que firmar el fin de la contienda con quienes, a tenor de las imágenes que nos llegan de Bucha, pueden ser considerados criminales de guerra, pero, desde su posición de país neutral, deberá contar con suficiente respaldo internacional en caso de volver a ser invadida No hay otra salida, la política está llena de contradicciones y con frecuencia solo podemos elegir el mal menor.  

Pero el fin de las hostilidades no es el punto final, a medio o largo plazo hay que trabajar por cimentar un espacio propicio para la paz, recomponer las relaciones entre países, tejer las complicidades necesarias y ofrecer las garantías suficientes para que nadie se sienta amenazado. Ya sé que esto parece una utopía, que la historia nos demuestra que, si bien las decisiones políticas están condicionadas por un conjunto de valores, intereses, sentimientos y correlaciones de fuerzas, en política internacional -y esto vale para el dictador Putin, para el demócrata Biden y para el socialdemócrata Pedro Sánchez, como hemos visto con el Sahara- son los intereses y la capacidad de imponerlos lo que realmente cuenta. Pero habrá que intentarlo, la alternativa es peor. 

Putin se ha quejado del acoso de la OTAN, que ha ido incrementando el número de sus miembros hasta casi rodear por el oeste a Rusia. Esto, suponiendo que sea la verdadera razón que ha impulsado a Putin, no justifica en absoluto la invasión de Ucrania -como las condiciones draconianas impuestas a Alemania en Versalles no justifican las invasiones de Hitler- pero es comprensible el malestar de los rusos, a nadie le gustaría ver como avanza hacia tu país una alianza militar a la que has estado enfrentado durante décadas y cuya razón de ser es bastante discutible.

La OTAN se creó teóricamente como escudo defensivo contra el Pacto de Varsovia en plena guerra fría, pero, en lugar de disolverse cuando lo hizo el Pacto junto con la URSS, se extendió hacia el este. Desde 1990 la OTAN no ha sido un instrumento válido para Europa, acaso ha servido a los intereses de EE.UU., que es quien ha dirigido la Alianza Atlántica, entre otras cosas, porque ha soportado en mayor medida su financiación. Y los europeos no tenemos los mismos intereses económicos ni corremos los mismos riesgos que los americanos. La UE debe reflexionar sobre el futuro de la OTAN, porque la existencia de la Alianza, tal como está configurada, es incompatible con el diseño de ese espacio propicio para la paz. 

Pero la búsqueda de la paz, el “No a la guerra”, no puede quedarse en una consigna bienintencionada. Estamos muy lejos de un escenario que nos ofrezca suficientes garantías de que los conflictos entre países se puedan resolver sin recurrir a la violencia y el desarme unilateral no te libra de los Putin presentes o futuros. Habrá que diseñar una nueva política de defensa europea acorde con nuestras necesidades y posibilidades, más independiente de los EE.UU.  

El giro belicista que se está produciendo en los países europeos no apunta bien, se limita a incrementar el gasto militar sin poner en cuestión la estrategia de defensa. Es posible que España tenga que destinar -como dice el presidente Sánchez- más recursos a defensa, pero antes el Gobierno nos tendrá que explicar qué nivel de intervención quiere tener en la escena internacional; si el objetivo es un ejército defensivo o pretende, como EE.UU., “defender nuestros intereses” en cualquier parte del mundo; quiénes son nuestros posibles enemigos -después de la experiencia de Ucrania no parece que Rusia esté en condiciones de invadir Europa-;  qué papel puede jugar la ciudadanía en la defensa del territorio…  

La pandemia y la guerra en Ucrania han trastocado buena parte de las bases sobre las que se sustentaban las políticas económicas y de defensa, ni la globalización ni los equilibrios geopolíticos de la prepandemia han sido instrumentos útiles ante las crisis padecidas. Hay que diseñar nuevas políticas que satisfagan mejor las necesidades sanitarias, alimentarias, energéticas y de defensa de la ciudadanía española y europea. Es en este marco en el que se tiene que decidir qué parte del presupuesto se dedica a defensa, en una política presidida por la apuesta por la paz.

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