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Fue un gran comunicador y, como ha dicho algún amigo suyo, hubiera sido un buen presidente de Aragón por la energía y el compromiso que desbordaba. Después del escándalo del tránsfuga Gomáriz, que derribó el Gobierno de Emilio Eiroa, lideró una corriente de aire fresco y de regeneración en la política institucional aragonesa de mediados de los 90 con similitudes a pequeña escala de lo que representó el 15-M en 2011.
Su vehemencia y su pasión por lo público sonaban extraordinariamente bien en la radio y en la tribuna de oradores.
Con él a la cabeza, Chunta Aragonesista entró en las Cortes de Aragón en 1995 y vivió momentos de esplendor con casi cien mil votos y 9 diputados en mayo de 2003, tercera fuerza política, y con la presencia de José Antonio Labordeta, una de sus grandes referencias morales, en el Congreso de los Diputados durante dos legislaturas, desde 2000 hasta 2008: “Sí, sí, sí…. el abuelo va a Madrid”.
La Cha de Chesús Bernal, una generación sobradamente preparada, no llegó a gobernar en la comunidad autónoma porque les cerraron el paso los pactos del PSOE de Marcelino Iglesias con el Partido Aragonés (Par) de José María Mur.
En 2003 la izquierda sumaba mayoría absoluta en las Cortes de Aragón pero el PSOE también la sumaba con el Par, 8 diputados, y Marcelino Iglesias prefirió continuar con esa coalición que, inesperadamente, le había dado la presidencia en 1999. En el Ayuntamiento de Zaragoza, con Antonio Gaspar a la cabeza, sí gobernaron después de investir a Juan Alberto Belloch como alcalde.
A Chesús Bernal, militante en el servicio público, en la tolerancia, en la convivencia y en la diversidad, valores que han perdido algunos líderes políticos de estos tiempos, y apasionado del aragonés, del occitano y del zaragocismo, le conocí por azar en una aldea gallega de la Costa de la Muerte, Lires, en 1986.
Lo habíamos elegido como lugar de vacaciones por recomendación de un compañero periodista, José Ramón Marcuello. Si no recuerdo mal, nos alojamos en “Casa Lita” donde se comían unos deliciosos percebes y donde nada más llegar me encontré un ejemplar del periódico en el que trabajaba, “El Día de Aragón”.
La curiosidad, la ansiedad, me llevó a preguntar que quién leía un periódico aragonés en aquel rincón del final de la tierra y la respuesta fue que un suscriptor que se llamaba Chesús Bernal y también estaba de vacaciones.
De aquellos días, recuerdo que Chesús dedicaba parte de su tiempo a estudiar y conocer el nacionalismo galleguista de la izquierda, a hablar entre otros con Camilo Nogueira, uno de los fundadores de Esquerda Galega que se fusionaría con el Partido Socialista Galego para terminar unos años más tarde en el Bloque Nacionalista Gallego (BNG).
Ese trabajo de campo tenía su explicación porque ese mismo año acababa de poner junto a otros compañeros la semilla de Chunta Aragonesista (Cha) que daría sus primeros frutos en 1995 cuando, en medio de una explosión de alegría, entraron en las Cortes de Aragón con dos diputados.
David, nuestro hijo, tenía entonces 8 meses. Fueron sus primeras vacaciones de verano en aquellas playas al abrigo del mar, envueltos en aquellos atardeceres serenos e interminables, en aquel estuario en el que desemboca el río Castro. Tierra de migrantes que se agarraban a la barra del bar con una tristeza infinita, que lloraban cuando llegaba el día de regresar a Francia, a Suiza, a Alemania.
Nunca olvidaremos que, cuando David desapareció abruptamente de nuestras vidas a los 16 años una noche de primavera –“la vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba” (Joan Didion, “El año del pensamiento mágico”)- y braceábamos como náufragos aturdidos y derrotados, Chesús y Elena nos invitaron a cenar a su casa de Garrapinillos a Dolores, a Sabina y a mí. Ese recuerdo de calor familiar, de cercanía, de solidaridad entre niños, de humanidad, no lo olvidaremos nunca porque nos ayudó a seguir adelante.
Chesús también era de la generación del cola-cao y de los héroes que llegaron y pisaron por primera vez la luna, cuyo cincuenta aniversario se conmemorará el próximo mes de julio. Me quedo con el sentimiento especial de haberle conocido pero, además, esos días le abrazaré mirando fijamente al cielo.
Fue un gran comunicador y, como ha dicho algún amigo suyo, hubiera sido un buen presidente de Aragón por la energía y el compromiso que desbordaba. Después del escándalo del tránsfuga Gomáriz, que derribó el Gobierno de Emilio Eiroa, lideró una corriente de aire fresco y de regeneración en la política institucional aragonesa de mediados de los 90 con similitudes a pequeña escala de lo que representó el 15-M en 2011.
Su vehemencia y su pasión por lo público sonaban extraordinariamente bien en la radio y en la tribuna de oradores.