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Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a hacerlo. El PP ha vuelto a conseguirlo. Han ganado con un desahogo considerable las elecciones gallegas convirtiendo así a Feijóo en el único presidente autonómico que aún gobierna con mayoría absoluta y, según algún que otro rumor, en el favorito para tomarle el relevo a Rajoy en la dirección del partido llegado el momento. Más allá de no dejar de corroborar el idilio que tiene la tierra gallega con la derecha más desvergonzada, este desenlace lleva a que numerosas personas catalogadas como progresistas se lleven las manos a la cabeza.
Hay una tendencia a plantearse desde la izquierda porque los demás no son de izquierdas si está visión política es, para muchos de sus integrantes, la única que ostenta la razón y la única que se rige por la lógica. Siguiendo este planteamiento, muchos deducen que la falta de adeptos entre sus filas es debida a, o bien una falta de inteligencia en el bando contrario –aunque todas reconocemos la abundancia de argucias y listillos en el PP-, o bien porque cubren su naturaleza “malévola” con engaños.
Pero, si las matemáticas electorales no funcionan en política, los ejercicios de lógica infantil aún menos. Un buen y rápido ejemplo de este fenómeno, que además es más fácil de asimilar por lejano, lo vemos en la batalla Trump contra Clinton que sitúa rápidamente a casi toda la ciudadanía europea en el equipo Clinton. Sin embargo, si analizamos las propuestas de política exterior de ambos candidatos, que es la que nos afectaría, veremos, que por muy despreciable que sea, Trump no sólo está en contra de la intervención militar en Oriente Próximo si no que además también rechaza el TTIP mientras Clinton está a favor de ambas medidas. ¿Qué pretendo con este ejemplo, además de romperle el corazón a más de uno? Pues demostrar que en política es siempre todo mucho más enrevesado de lo que parece y que las alineaciones ideológicas tienen que ver más con ideas previas que con el análisis.
Volviendo al terreno patrio, lo del PP en Galicia no va tanto de que los gallegos no sepan de la corrupción como de una tranquila, tradicional y férrea hegemonía que reside en gran parte de un país conservador y de tintes rurales, no sólo en Galicia si no en gran parte de la Península. Esta hegemonía pertenece al partido que en su momento se hizo con las estancias del poder institucional, ya sea el PP, el PSOE o el PNV dependiendo en qué zona nos movamos. Estos son los que dominan comarcas, diputaciones, ayuntamientos, contratas locales y flujos de influencias. Estos son los que, por poderosos, aún a pequeña escala, se les da más poder en espera de que al formar parte del mismo repercuta en quién les da su voto al seguir una especie de norma “natural”. Estos son los que en su momento decidieron y formaron las identidades nacionales e hicieron una cultura a su medida. Y, consecuentemente, estos son los que ganan.
Ahora, si queremos batirles tendrá que ser en su propio terreno, principalmente el rural, creando estructuras locales que vigilen y denuncien las redes clientelares. Propiciando nuevas formas de leernos como país, de sentirnos como ciudadanos y de relacionarnos con las estancias de poder. Tenemos deberes.
Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a hacerlo. El PP ha vuelto a conseguirlo. Han ganado con un desahogo considerable las elecciones gallegas convirtiendo así a Feijóo en el único presidente autonómico que aún gobierna con mayoría absoluta y, según algún que otro rumor, en el favorito para tomarle el relevo a Rajoy en la dirección del partido llegado el momento. Más allá de no dejar de corroborar el idilio que tiene la tierra gallega con la derecha más desvergonzada, este desenlace lleva a que numerosas personas catalogadas como progresistas se lleven las manos a la cabeza.
Hay una tendencia a plantearse desde la izquierda porque los demás no son de izquierdas si está visión política es, para muchos de sus integrantes, la única que ostenta la razón y la única que se rige por la lógica. Siguiendo este planteamiento, muchos deducen que la falta de adeptos entre sus filas es debida a, o bien una falta de inteligencia en el bando contrario –aunque todas reconocemos la abundancia de argucias y listillos en el PP-, o bien porque cubren su naturaleza “malévola” con engaños.