El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Como si de una defenestrada secta se tratase, los defensores de la tauromaquia, me niego a considerar un maltrato y muerte animal como arte, han salido últimamente a la calle a defender, lo que ellos consideran, sus derechos, al grito de libertad y respeto, como si fueran una clase oprimida por brutales leyes o una raza en país de mejoras radicales en sus derechos sociales y humanos.
A tal disparate ha llegado la defensa de los taurinos, por lo que ellos consideran su modo de vida, que incluso se atreve a considerarse como un sector oprimido y vilipendiado por la sociedad.
Ante tal muestra de deslealtad a la verdad, se suman otro tipo de personajes que, como no, viven de este negocio mantenido en su mayoría por subvenciones estatales, autonómicas y locales, es decir, con dinero de todos.
Defensas al valor, a la conducta ante la vida, al único y cruel destino para el toro de lidia, que es el de servir fielmente de instrumento de disfrute y goce de su muerte, ante personas cuyo único motivo de sensibilidad es ver el porcentaje de taquilla que se van a llevar a casa, es cuando menos sonrojante.
Y es que si una se para a pensar, el cinismo de los taurinos es como el número pi, tiende a infinito. Reclamar respeto y honores, cuando se dedican no sólo a humillar animales sino a maltratarlos hasta arrancarles la vida entre enorme sufrimiento. Reclamar libertad para el toreo, cuando en realidad quieren pedir que se les siga pagando entre todos…
Porque si hay algo en lo que se esfuerzan, es en barnizar y adornar las cosas más evidentes para intentar que parezcan otra cosa. Para eso disponen de sus especialistas en viajes astrales, los críticos taurinos. Aquellos extraños personajes sin rostro que tienen la capacidad de abstraer su mente a un mundo paralelo a pesar de que su cuerpo permanezca en el tendido. Son capaces de describir una escena de un toro vomitando sangre como un baile de grana y oro. Relatan luchas de igual a igual, cuerpo a cuerpo, entre la razón y el instinto, cuando la verdadera escena está compuesta por un animal trasladado, manipulado, previamente mutilado, exhausto, asustado y torturado, tratando de huir en vano de un recinto circular (para que no pueda encontrar ángulo donde proteger su malherido cuerpo y defenderse) de su verdugo. Verdugo que los críticos describen como valerosos hombres de incalculable atractivo, donde los demás, que sí pisamos tierra y nos mantenemos alejados de sus viajes astrales, vemos ridículos y cobardes individuos disfrazados con brillantitos y lentejuelas que adornan las mallas con que cubren sus enclenques garrillas.
Es de recibo comentar que la de crítico taurino se trata de una profesión no menos despreciable que la del propio matador, son hooligans del negocio que prefieren salpicar de mentiras y acusaciones sin fundamento a quien se opone a la tauromaquia, con tal de contentar a sus mecenas de turno, mientras adornan de colores la masacre.
Defender esto desde las páginas de un periódico, no es ser un crítico de nada, es más bien ser un oportunista que desconoce la realidad social actual de nuestro país y ser un cobarde.
Y volviendo al principio, ¿qué será lo siguiente, una manifestación de violadores, exigiendo que se respete su libertad y derecho a realizarse? En fin, menos mal que ya queda poco…
Como si de una defenestrada secta se tratase, los defensores de la tauromaquia, me niego a considerar un maltrato y muerte animal como arte, han salido últimamente a la calle a defender, lo que ellos consideran, sus derechos, al grito de libertad y respeto, como si fueran una clase oprimida por brutales leyes o una raza en país de mejoras radicales en sus derechos sociales y humanos.
A tal disparate ha llegado la defensa de los taurinos, por lo que ellos consideran su modo de vida, que incluso se atreve a considerarse como un sector oprimido y vilipendiado por la sociedad.