Si visitan la catedral de El Salvador, podrán contemplar en la capilla dedicada a Santo Dominguito de Val una serie de cuadros barrocos de autor anónimo a los que el tiempo ha recargado sus tintas sombrías y dado holgura a los lienzos.
Remedios contra un maltratador
Representan un suceso acaecido en esta ciudad en el siglo XV, explicado en textos debajo de cada cuadro y documentado en diversas fuentes. La historia es sencilla, aunque bizarra, como corresponde a la mitología católica. Tomamos el relato de don Diego de Espés, racionero y secretario de la Seo que dejó manuscrita una “Historia eclesiástica de la ciudad de Zaragoza desde la venida de Jesucristo Señor y Redentor nuestro basta el año de 1575”.
En Zaragoza “cerca de los años 1427” una mujer “a quien su marido la trataba mal” consultó a un alfaquí el “remedio o expediente” para “soportar y reprobar la condición de su marido”. Aceptó el musulmán a condición de que “ella le trajese el cuerpo de Jesucristo” que “los cristianos adoramos en la Hostia consagrada”. Dicho y hecho. “Esta mala hembra se fue luego a confesar a la iglesia de San Miguel”, pero tal y como se “limpiaba la boca cogió la Hostia y púsola en un cofrecillo con la mayor disimulación”.
Ya en casa del mago, al abrir el cofrecillo “vio que la Hostia se le había transformado en un niño hermoso, rutilante y resplandeciente, recostado y desnudito. Visto este niño, que era como el sol la loca mujer toda espantada fue por el moro como fuera de sí”. La solución adoptada fue prender fuego al cofre con el niño dentro. Sin embargo, pese a arder toda la arquilla, el cuerpo del niño “quedó ileso e inmune del fuego estando en él muy resplandeciente pareciendo vivo en medio de las ascuas sin quemarse ni tiznarse.”
Desesperada, intuyendo un prodigio, la mujer corrió a confesarse, dando noticia del suceso. Un grupo de eclesiásticos y principales del municipio quiso comprobar el fenómeno. “Llevaron en procesión al Santo niño en un plato de oro” y lo depositaron “en el altar de San Valero y tañían las campanas solas sin manos de hombres, entonces vistióse el Obispo para decir misa” y en ese instante “convirtiose el niño en forma de hostia” que el obispo no dudó en ingerir.
La leyenda concluye que “a esta mujer la hirió un rayo”, como ejemplo para “infieles y malos cristianos”. Otras versiones añaden que el mago musulmán “pidió el Santo Bautismo” ante tamaño portento. El tiempo aún había de añadir más ingredientes al puchero de esta fábula.
Ritos y hechicerías
En 1922, Tomas Royo Barandiarán, periodista y profesor de la Escuela de Comercio, publicó un librito titulado “Los vagos del monasterio”, narraciones zaragozanas basadas en sucesos del pasado. En una de estas historias titulada “Arali el artífice”, Tomás Royo incorpora a la leyenda del Niño Hostia componentes interesantes para conocer prácticas hechiceras del pasado. Así, la sufrida mujer recurre por dos veces al brujo, llamado Yusuf. En la primera, le entrega dos talismanes: una pulsera hecha de cabellos anudados de la propia víctima, que debe atar a su marido en la muñeca; y una piedra mágica, sobre la que debe dormir el maltratador.
Pero el resultado empeora la situación. El energúmeno se despierta al notar la molestia de una piedra junto a su rostro. Para colmo, encuentra su cuerpo lleno de pelambrera, que le repugna. Irritado, hace tragar a su mujer el talismán, lo que acrecienta en la mujer el amor hacia su marido y en este su rabia hacia aquella.
La esposa acude de nuevo a Yusuf quien finalmente le propone robar una hostia consagrada. Pero en el relato de Tomás Royo el brujo exige una condición más: debe raptar a una “niña impúber que hubiera nacido bajo la influencia del Capricornio.”
La escena que sigue parece sacada de un aguafuerte de Goya: en el centro de la habitación, el hechicero encerrado en un círculo mágico, con la hostia en la mano; en un ángulo arden diversas plantas “saturando la habitación de un fuerte perfume” que forma “espesa cortina de humo”. Y sobre un ataúd, “una muchachita de unos trece años luciendo sus castas desnudeces.” Lo que sigue a continuación enlaza con la historia ya sabida.
Desde luego, milagros de la hostia abundan en la tradición católica, pero a este no le falta de nada: ni culpables (mujeres y moros) ni ritos paganos (rayos vengadores y metamorfosis). Lo que nunca sabremos es cómo terminó el maltratador.