El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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No descubro nada escribiendo que una parte importante del medio rural y la izquierda cada vez están más alejados, aquí y en la mayoría de los países desarrollados. La causa no es única y a parte del sesgo más conservador que en ocasiones encierra el medio rural, tiene mucho peso el hecho de que la izquierda no ha sabido explicar las propuestas que afectan directamente a estos territorios, las cuales llegan a sus habitantes con una apariencia, a veces real, de diseño desde y para el mundo urbano con aires impositivos.
Yo, que soy agricultor de un pueblo de 150 habitantes, soy testigo del crecimiento de esta distancia desde hace años, vecinos, agricultores y ganaderos que se van radicalizando en opiniones respecto al cambio climático, la agenda 2030, el ecologismo, etc. Cuando preguntas las respuestas siempre son las mismas, “quieren acabar con la agricultura y la ganadería, vaciar los pueblos, traer todo de fuera, hacer carne de laboratorio, que solo nosotros paguemos la factura climática y además sin haber pisado campo”. Hace unos meses un responsable de la izquierda aragonesa me decía que el problema radica en que nadie se lee los programas y que de hacerse se vería como se defiende el sector agrícola y el medio rural desde la izquierda. Eso es echar balones fuera.
La cuestión es que mientras tanto, la ultraderecha utiliza este hueco para rellenarlo con propuestas y arengas populistas tan alejadas de la realidad, de la ciencia y del sentido común como Bañón, mi pueblo, de Neptuno. Pero calan porque aprovechan, como en tantos otros ámbitos, el miedo, no solo al cambio, si no al futuro inmediato y viabilidad de nuestras explotaciones.
La agenda 2030, las medidas para intentar conservar y mejorar el poco suelo fértil que nos queda, para aumentar la biodiversidad, para bajar nuestras emisiones y capturar el máximo de carbono posible, para reducir los fertilizantes químicos y los fitosanitarios o para mejorar nuestros ecosistemas, etc. no solo tienen el aval de la comunidad científica y agronómica, si no que tienen mucho que ver con lo que siempre se ha estado haciendo en el campo. Estas necesarias prácticas junto a las nuevas tecnologías y el conocimiento desarrollado en las últimas décadas permiten producir en la mayoría de las zonas agrícolas, tras una transición de implementación, con rendimientos similares, bajar costes de producción y aumentar la calidad de los suelos, producciones y rentabilidad de las explotaciones. Es posible hacer nuestros suelos y explotaciones más resistentes a episodios climáticos extremos. El problema radica en que cuando se va justo para llegar a la próxima campaña, con unos costes de producción altísimos, vaivenes tremendos de unos precios que no controlamos, rentabilidades minúsculas acompañadas de necesarias inversiones estratosféricas, aumento de las exigencias, nula formación en innovación, 4.0, nuevas prácticas agrícolas y tendencias de mercado, todo ello, sin ver mejoras económicas que permitan respirar, es difícil integrar que todas estas medidas, tras un tiempo de implementación en nuestras explotaciones, nos reportaran mayores beneficios y alargaran el futuro de nuestros suelos y ganaderías.
No ayudan tampoco algunos sermones, a menudo prepotentes, que se dan en los pueblos por típicos perfiles urbanitas que por ver un documental creen que tienen conocimientos suficientes. De igual manera son irritantes los que desde la agricultura y el medio rural argumentan cosas como “que nos dejen en paz, llevamos toda vida conviviendo con ecosistemas y no nos van a venir a explicarnos como se hace” porque si, se hacen algunas cosas mal, el paradigma cambia y los ecosistemas también y hay que evolucionar, y para eso hace falta conocimiento y perspectiva de futuro.
En todo este escenario parte de la izquierda ha asumido algunos discursos de ecología que, sin estar equivocados, atacan y criminalizan directamente al sector, en vez de ponerse al lado, explicar, proponer y trabajar, se ha elegido a menudo el camino del “lo hacéis mal, tenéis que cambiar y adaptaros, punto” y el “es lo que hay, búscate la vida”. Y cuando te ves en minoría y ves amenazado tu modo de vida porque nadie te ha explicado cómo hay que evolucionar y como puedes hacerlo sin morir por el camino te atrincheras y te agarras al primer mesías que pasa. A todo esto, hay que sumarle lo que es ver como compites en los lineales de tú a tú con productos foráneos producidos con otros estándares de calidad y a los que se les permite casi todo que aquí, acertadamente en la mayoría de los caso, se prohíbe. El resultado de todo esto es el efecto rebote, comprar que todo va a seguir igual, que podré aumentar el uso de fitosanitarios, con una barita mágica me van a garantizar el agua para mis cultivos y que da igual si mi manejo de suelo erosiona porque toda vida se ha hecho así.
Da la sensación de que hay formaciones que directamente abandonan el entendimiento con el rural y las personas que viven y trabajan ahí, dando por sentado, y con cierto aire de superioridad, que los van a tener enfrente y ese hueco es aprovechado de forma altamente eficiente por la ultraderecha, que recluta a uno de los sectores claves en el necesario cambio de paradigma productivo y social.
Existe un riesgo tremendo en que la gente del medio rural se dirija hacia posiciones populistas de ultraderecha que venden que se pueden hacer cosas que la ciencia y la agronomía lleva años desaconsejando porque cada día queda menos tiempo para cambiar ciertas prácticas y potenciar las buenas que históricamente veníamos haciendo. Para revertirlo es clave el dialogo constante, estudiar y explicar, la formación continua a quien está produciendo alimentos, hacer la transición con medidas de acompañamiento, no mirar por encima del hombro a nadie y contar con el sector y el territorio en la construcción de las propuestas legislativas.
Es un error intentar imponer sin trabajar codo con codo con quien tiene que ser uno de los principales actores en el cambio hacia una sociedad descarbonizada y resiliente para afrontar los retos climáticos que nos esperan asegurando la soberanía alimentaria, la conservación de nuestro entorno natural y el equilibrio entre nuestra huella y el planeta. La izquierda, que a menudo tiene razón en estos temas, necesita el voto rural y el medio rural necesita recorrer un camino hacia estas propuestas para asegurar su futuro económico y social.
No descubro nada escribiendo que una parte importante del medio rural y la izquierda cada vez están más alejados, aquí y en la mayoría de los países desarrollados. La causa no es única y a parte del sesgo más conservador que en ocasiones encierra el medio rural, tiene mucho peso el hecho de que la izquierda no ha sabido explicar las propuestas que afectan directamente a estos territorios, las cuales llegan a sus habitantes con una apariencia, a veces real, de diseño desde y para el mundo urbano con aires impositivos.
Yo, que soy agricultor de un pueblo de 150 habitantes, soy testigo del crecimiento de esta distancia desde hace años, vecinos, agricultores y ganaderos que se van radicalizando en opiniones respecto al cambio climático, la agenda 2030, el ecologismo, etc. Cuando preguntas las respuestas siempre son las mismas, “quieren acabar con la agricultura y la ganadería, vaciar los pueblos, traer todo de fuera, hacer carne de laboratorio, que solo nosotros paguemos la factura climática y además sin haber pisado campo”. Hace unos meses un responsable de la izquierda aragonesa me decía que el problema radica en que nadie se lee los programas y que de hacerse se vería como se defiende el sector agrícola y el medio rural desde la izquierda. Eso es echar balones fuera.