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Pasé la noche de fin de año fuera de España. Aunque no estaba lejos, hube de cruzar una de esas fronteras que ya no lo son. Nos reunimos para las campanadas en torno a una tablet. Los dos productos de la oferta televisiva que libraban la guerra de la audiencia nos provocaban una pereza infinita. Vimos las campanadas en Aragón Televisión con Blanca Liso, que es mucho más elegante que las horteras que habitaban otras cadenas. La elección estaba clara porque, además, yo es dejar atrás el Moncayo y ponerme a llorar si escucho una jota.
Todo fue bien hasta que el día 2 de enero, volviendo a casa, vi en las redes sociales que se había desatado una ‘polémica’ con algo que había ocurrido en la emisión de Televisión Española. De nuevo, me invadió la pereza y la tentación de no querer enterarme de nada. Por si fuera poco, en las informaciones aparecían citados Hazte Oír y Abogados Cristianos, con lo que la pereza derivaba ya en bostezo. Yo no fui –a diferencia de aquello que decía Luis Antonio de Villena– un muchacho triste y de corbatas lilas, pero sí fui –con la insolencia que da la juventud– un muchacho que se ufanaba de no conocer una palabra sobre ciertos asuntos o programas televisivos que entonces ocupaban la actualidad. Mirando hacia atrás, hoy creo que esa es una actitud que puede mantenerse cuando se tienen veinte años. Pero también creo que, llegados a cierta edad, debe huirse de ella. Si no se hace, la siguiente parada del viaje será indefectiblemente la del viejo cascarrabias enfadado por no entender el mundo en el que vive. Debemos forzarnos a, por ejemplo, escuchar música que detestamos para no acabar siendo uno de esos señores que protestan en los autobuses urbanos. Y si, como me pasa a mí, además eres profesor, la obligación va en el sueldo.
Por todo ello, vencí esa pereza y me enteré de lo que había ocurrido. No gastaré una línea en hablar de ello porque no ha ocurrido nada. Pero cuando, al tomarme un café, alguien saque ese tema, no tendré que poner cara de marciano. Más allá de los cuarenta no seamos marcianos, por favor. Aunque eso pase por no habernos marchado estas Navidades a otro planeta para huir del burrito sabanero de Bisbal.
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