El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Nacer mujer en los años 50 0 60 en un país confesional católico como España significa que ya de niña aprendes que vales cuarto y mitad que un niño. Bien pronto eres consciente de que aunque seas tú la hija mayor, quien reparte los caramelos es el primer hijo varón, es decir el primogénito, el mismo que transmitirá el apellido y que heredará el negocio familiar o la Corona de España.
En ese tiempo los colegios segregaban por sexo, eran de niños o de niñas. ¿Y por qué? Por una sencilla razón: no se da la misma educación a quienes están destinados a dirigir el país que a quienes se dedicarán a la crianza de los hijos. Para una mujer es suficiente con un baño de cultura que le permita acompañar a su futuro marido sin hacer el ridículo, eso nos decían.
En aquellos años las heroínas de los libros eran inexistentes, las de los tebeos eran meros objetos sexuales, las de los anuncios de televisión siempre llevaban delantal y estaban rodeadas de niños en la cocina “el hábitat natural de la mujer” y las de los cuentos. ¡Ay!, las de los cuentos tenían un final feliz: casarse con el príncipe y comerse una perdiz.
Siendo así las cosas: ¿a qué podían aspirar las niñas españolas? No a mucho más que leer libros y dejar volar la imaginación soñando con viajar algún día al llegar a la mayoría de edad.
Mayoría de edad, que los hombres tenían a los 21 y las mujeres no alcanzaban hasta los 23 años. Al llegar a este momento se planteaban las opciones, o bien de que empezarán a decirte que se te va a pasar el arroz, o bien de pedir permiso a tu progenitor para que te dejará viajar, te autorizara abrir una cuenta en el banco, o cualquier otra actividad que te permitiera vivir independiente….(todo esto antes de las 10 de la noche, como dios mandaba). Ahora da la risa pero era así de verdad. Las mujeres nunca alcanzaban la mayoría de edad, eternamente tuteladas por padres o maridos, por un hombre, vamos.
La iglesia tampoco ayudaba mucho, las mujeres entraban en el templo conscientes de su inferioridad, con obediencia ocupaban la parte de atrás y de forma sumisa se cubrían la cabeza con un velo. Aprendían que no eran dueñas de su cuerpo ni de su maternidad. Ser madre soltera era pecado y significaba estar proscrita por la familia y recurrir al aborto aun era peor: corrías el riesgo de acabar en la cárcel o de morir por una siniestra práctica clandestina (a excepción de unas pocas privilegiadas que viajaban a Londres). En el confesionario se escuchaban cosas como “aguanta, hija. Es tu marido y le debes obediencia hasta que la muerte os separe. El matrimonio es indisoluble”
La Iglesia Católica imponía sus normas en un Estado nacional católico. Franco había firmado un Concordato con la Santa Sede en 1953.
¿Y ahora? Ahora parece que algunas cosas han cambiado, ¡claro!, somos europeos. Se despenalizó el adulterio femenino, se aprobó una ley de divorcio para escándalo de la Conferencia Episcopal y de la derecha española, los colegios son mixtos (excepto los de la sectas) a cambio de estar concertados y recibir dinero público naturalmente.
Pero España sigue siendo un Estado confesional católico por mucho que la Constitución diga que ninguna confesión tendrá carácter estatal, los Acuerdos o mini-concordatos firmados en el 76 y 79 así lo sostienen.
La Iglesia Católica sigue mandando en la educación de las nuevas generaciones; impone la obligatoriedad de la enseñanza de la religión católica. En 2016 enseñan lo mismo que nos enseñaban en los años 60; la mujer es la incitadora al pecado, la portadora del pecado mortal y la culpable de los males de la humanidad, en definitiva y resumiendo, siguen trasladando a las mujeres el mismo mensaje: cásate y sé sumisa
Todo esto nos lleva a la siguiente situación actual en la que todavía NO se ha juzgado la participación de la Iglesia en el golpe militar del 36, NO se juzgan los delitos de pederastia dentro de la iglesia, NO se juzga el negocio de los niños robados por religiosos católicos durante más de 30 años, NO se juzga la estafa a los preferentistas perpetrada por Las Cajas dirigidas por la I.C., NO se juzga el expolio de los Bienes y el Patrimonio artístico de los españoles, NO se juzga la exención de impuestos de la iglesia, NO se juzga una vergonzosa casilla en la declaración de la renta, NO se juzga la indecorosa cantidad de dinero que recibe de los Presupuestos Generales del Estado (mientras se recorta en sanidad y educación), NO se juzga el lujoso ático madrileño al que se ha retirado Rouco Varela, NO se juzga el inútil gasto que suponen los salarios que pagamos a capellanes de hospitales, de las cárceles, de los cuarteles y otras instituciones públicas y por último, NO se juzga que aún exista un indecente artículo en el Código Penal que castiga la ofensa al sentimiento religioso.
Sí se juzga en cambio a Rita Maestre por defender la laicidad de la Instituciones y la separación Iglesia – Estado.
Nacer mujer en los años 50 0 60 en un país confesional católico como España significa que ya de niña aprendes que vales cuarto y mitad que un niño. Bien pronto eres consciente de que aunque seas tú la hija mayor, quien reparte los caramelos es el primer hijo varón, es decir el primogénito, el mismo que transmitirá el apellido y que heredará el negocio familiar o la Corona de España.
En ese tiempo los colegios segregaban por sexo, eran de niños o de niñas. ¿Y por qué? Por una sencilla razón: no se da la misma educación a quienes están destinados a dirigir el país que a quienes se dedicarán a la crianza de los hijos. Para una mujer es suficiente con un baño de cultura que le permita acompañar a su futuro marido sin hacer el ridículo, eso nos decían.