El pasado 17 de marzo la cultura aragonesa y española perdió a una de sus figuras de referencia dentro del ámbito musical: Antón García Abril. El compositor turolense creció rodeado del arte que terminó convirtiéndose en su oficio, de las partituras que acabarían encumbrándolo dentro y fuera del país. Hace unos días el silencio llegó para despedir al encargado de dotar a Aragón de su himno oficial, un instante en el que también el cine y la televisión nacionales quedaron huérfanos de quien, durante décadas, puso la banda sonora de su historia.
Autor de música orquestal, música de cámara y obras vocales, fue catedrático de Composición y Formas Musicales del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid (1974-2003), miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y Presidente de Honor de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, de Zaragoza. Un currículum dotado de distinciones que convivieron con reconocimientos más populares, derivados del éxito que cosecharon muchas de las bandas sonoras que compuso para películas y series que marcaron la segunda mitad del siglo XX.
Su amistad con el director Pedro Lazaga y el productor José Luis Dibildos hizo que colaborase en títulos como Las muchachas de azul (1957), La ciudad no es para mí (1966), Sor Citroën (1967), Vente a Alemania, Pepe (1971), El padre de la criatura (1972) o Hasta que el matrimonio nos separe (1977). Además, ya en los años ochenta trabajó en cintas tan míticas como La colmena (1982) o Los santos inocentes (1984), ambas de Mario Camus; así como en ficciones para la pequeña pantalla, como Fortunata y Jacinta (1980), Anillos de oro (1983) o Brigada Central (1989-1992). Una trayectoria que sirvió para regalar al audiovisual nacional toda una serie de temas que se han convertido en parte del recuerdo de una época entre varias generaciones. Nostalgia que invita al reencuentro con obras que forman parte de la historia cultural del país.
Su legado adquiere todavía más sentido si se le vincula al devenir de una sociedad que, tras décadas consumiendo largometrajes cómicos con los que abstraerse de su realidad cotidiana, se encontró a partir de los años setenta con una España que había cambiado en muchos sentidos, también en la relativa a sus preferencias fílmicas y televisivas. El compositor fue parte de estas transiciones, atestiguando e interpretando a través de su música los deseos y las emociones de una población que, casi sin saberlo, se había transformado con el paso del tiempo.
Las creaciones de Antón García Abril han pasado a formar parte del legado patrimonial de un territorio que ha sabido reconocer y admirar la figura de un músico imprescindible en la historia contemporánea española.