Nochevieja

Era la de hoy una noche en la que se comenzaban a explorar otros territorios, en la que se negociaban horarios más amplios. Se acababa desayunando churros y volviendo a casa con el día amanecido, con el espumillón todavía alrededor del cuello. Sigue siendo la de hoy una noche de excesos. De un modo parecido a la Noche de San Juan, hoy quemaremos los cartuchos del año que termina y nos prepararemos para otro mejor. Una vez leí un poema en el que se decía que los años acaban verdaderamente cuando muere el verano y que la Nochevieja es solo una excusa para salir de fiesta con cuarenta millones de españoles. No le faltaba razón. Casi todos los profesores firmaríamos esos versos.

Se han escrito muchos poemas sobre la última noche del año. Suelen ser poemas reflexivos, compuestos lejos del estruendo de las celebraciones. Es mejor vivir que escribir. Pero suele hacer falta haber vivido para escribir algo digno. Pocas personas exprimieron más la vida que Jaime Gil de Biedma, quizás por eso pudo llegar a desear, en el poema “Píos deseos al empezar el año”, aprender a ser casto y estar solo. Aunque fuera mentira.

El poema que mejor ejemplifica esto que cuento es uno de Joan Margarit: una pareja ya mayor, en la noche de fin de año, lee en la cama de un hotel de Roma en el que “casi no se oye / el ruido de la fiesta”.

En las Nocheviejas celebramos y hacemos balance. En las Nocheviejas, sobre todo, trazamos planes y propósitos. Como canta Love of Lesbian: “Ahora sí, / juro que ahora sí / será mi año, ya verás”.

Apoyado en la barra de la fiesta de cotillón o protegido bajo las sábanas con tapones en los oídos, que 2025 sea –ahora sí– tu año.