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El plan de Varoufakis y los límites de la revolución democrática

Después del dramático resultado de las negociaciones entre el gobierno Griego y el eurogrupo, el primer ministro Alexis Tsipras se enfrenta a una comprensible crisis de legitimidad entre las propias filas de Syriza. Después de la gran victoria del rotundo OXI en el referéndum griego, millones de personas entre asustadas e ilusionadas descubríamos que no había un plan B frente la extorsión del Eurogrupo que pudiera materializar la voz del pueblo griego. Poco después supimos, a través de una entrevista del ahora exministro de finanzas Yanis Varoufakis, que sí había un plan alternativo que planteaba tres medidas concretas para plantar cara al chantaje del Eurogrupo (la puesta en circulación de pagarés, el recorte del valor nominal de los bonos de Grecia de 2012, y la toma del control del Banco de Grecia). Sin embargo, el plan fue rechazado a favor de evitar el enfrentamiento directo con el Eurogrupo en una reunión de seis personas del núcleo duro del gobierno, en la que 4 personas votaron en contra y sólo dos (Varoufakis y otro ministro) a favor, provocando la dimisión de Varoufakis y la pérdida de uno de los personajes más carismáticos del nuevo gobierno griego

En unas horas, una decisión de 4 personas resquebrajaba buena parte del enorme consenso construido alrededor del ejercicio de valentía democrática de validar la posición del gobierno a falta de un referéndum. Todo el efecto de agregación, superación de la campaña del miedo, etc., se vio resentido ante la incomprensión de la decisión final y la pérdida de la confianza en la creencia de que “Tsipras tenía un plan” para hacer frente a la Troika. Durante estos días, vemos como incluso una parte considerable de los diputados de Syriza han votado en contra del acuerdo defendido por Tsipras, amenazando una ruptura con consecuencias más profundas a largo plazo. Independientemente de si el plan de Varoufakis pudiera haber funcionado o no, la tensión entre la construcción de un proyecto de emancipación colectiva y una decisión basada en un liderazgo hipercentralizado en la figura de Tsipras debilita el proyecto de construcción de un cuerpo democrático que construya una salida a la crisis desde abajo. De alguna forma, el cuerpo social que sostiene el proyecto político compartido se desgaja por la falta de mecanismos capaces de conectarlo al centro institucional de toma de decisiones. Desde la imposibilidad de abrir las negociaciones a una inteligencia colectiva más allá de la capacidad de Tsipras y su círculo cercano de sobrevivir a una sesión de 26 horas de negociación y tortura psicológica, a la ausencia de mecanismos económicos y sociales para hacer frente al chantaje de la Troika.

Más cerca y en una situación mucho menos límite que la griega, durante las últimas semanas también hemos asistido a una considerable crisis de reputación de los líderes de Podemos ante el diseño y ejecución de su proceso de primarias. Unas primarias ‘exprés’, manteniendo las impopulares (al menos para una buena parte de las bases más activas y ‘críticas’) e imponiendo una circunscripción estatal que cercena las posibilidades de listas alternativas constituidas a escala provincial o autonómica, han provocado una buena contestación por parte de las bases y cargos de Podemos (casi 8000 personas, un millar de cargos internos y un 37% del total de diputados autonómicos), unida al surgimiento de la plataforma Ahora en Común, que ha recabado más de 26.000 apoyos invitando a una confluencia para las elecciones generales. En contraste, las primarias de Podemos han tenido una participación de algo menos de 60.000 personas, confirmando una tendencia descendiente desde las 112.000 que participaron en la votación de sus estatutos en medio de un enorme debate público a través la herramienta Plaza Podemos. De alguna forma, la falta de mecanismos de para ejercer una influencia real desde el enorme agente social corporizado con el impulso de Podemos, hacen que la movilización languidezca. Si bien Podemos ha sido un ejemplo de la potencia de la participación ciudadana directa en muchos aspectos (y la propuesta de desarrollo de un programa colaborativo para las generales podría ser un buen ejemplo de ello), en muchos aspectos fundamentales no está poniendo en práctica mecanismos que permitan canalizar la potencia y entusiasmo de una ciudadanía en un proceso de revolución democrática.

¿Cómo resolver el problema recurrente del aislamiento de las cúpulas y la desafección progresiva de quienes son relegados a la periferia del ‘núcleo irradiador’? Varoufakis, en un artículo basado en su experiencia en la empresa de desarrollo de videojuegos Valve, proponía que el problema del capitalismo no es (o no sólo) la existencia de mecanismos de mercado que se regulan de forma distribuida, sino que precisamente las empresas y corporaciones son inmunes a estos mecanismos de regulación distribuida al configurarse como estructuras despiadadamente jerárquicas. Frente a esto, Varoufakis defendía el modelo de Valve – sin jefes formales, altamente distribuido y transparente y donde cada empleado decide libremente en qué proyectos invierte su tiempo de trabajo – como una vía hacia un escenario post-capitalista en el que el control y la imposición por formas distribuidas y transparente de trabajo y colaboración.

De la misma manera, aunque el afuera de las nuevas y viejas instituciones se configure de manera democrática (elecciones, primarias, referéndums), nos enfrentamos a límites evidentes a la hora de cambiar las formas de hacer política si los espacios centrales de decisión y producción de políticas siguen blindados por estructuras jerárquicas y su tendencia a la centralización de la información y las decisiones, así como el aislamiento de las personas sobre las que se concentran las decisiones. Más que nunca, es preciso seguir innovando para construir mecanismos y formas de funcionamiento que permitan funcionamientos democráticos y económicos más proclives a la descentralización, la transparencia y la colaboración, a potenciar la inteligencia colectiva en lugar de limitarla.

Miguel Aguilera

@pinkorad

Después del dramático resultado de las negociaciones entre el gobierno Griego y el eurogrupo, el primer ministro Alexis Tsipras se enfrenta a una comprensible crisis de legitimidad entre las propias filas de Syriza. Después de la gran victoria del rotundo OXI en el referéndum griego, millones de personas entre asustadas e ilusionadas descubríamos que no había un plan B frente la extorsión del Eurogrupo que pudiera materializar la voz del pueblo griego. Poco después supimos, a través de una entrevista del ahora exministro de finanzas Yanis Varoufakis, que sí había un plan alternativo que planteaba tres medidas concretas para plantar cara al chantaje del Eurogrupo (la puesta en circulación de pagarés, el recorte del valor nominal de los bonos de Grecia de 2012, y la toma del control del Banco de Grecia). Sin embargo, el plan fue rechazado a favor de evitar el enfrentamiento directo con el Eurogrupo en una reunión de seis personas del núcleo duro del gobierno, en la que 4 personas votaron en contra y sólo dos (Varoufakis y otro ministro) a favor, provocando la dimisión de Varoufakis y la pérdida de uno de los personajes más carismáticos del nuevo gobierno griego

En unas horas, una decisión de 4 personas resquebrajaba buena parte del enorme consenso construido alrededor del ejercicio de valentía democrática de validar la posición del gobierno a falta de un referéndum. Todo el efecto de agregación, superación de la campaña del miedo, etc., se vio resentido ante la incomprensión de la decisión final y la pérdida de la confianza en la creencia de que “Tsipras tenía un plan” para hacer frente a la Troika. Durante estos días, vemos como incluso una parte considerable de los diputados de Syriza han votado en contra del acuerdo defendido por Tsipras, amenazando una ruptura con consecuencias más profundas a largo plazo. Independientemente de si el plan de Varoufakis pudiera haber funcionado o no, la tensión entre la construcción de un proyecto de emancipación colectiva y una decisión basada en un liderazgo hipercentralizado en la figura de Tsipras debilita el proyecto de construcción de un cuerpo democrático que construya una salida a la crisis desde abajo. De alguna forma, el cuerpo social que sostiene el proyecto político compartido se desgaja por la falta de mecanismos capaces de conectarlo al centro institucional de toma de decisiones. Desde la imposibilidad de abrir las negociaciones a una inteligencia colectiva más allá de la capacidad de Tsipras y su círculo cercano de sobrevivir a una sesión de 26 horas de negociación y tortura psicológica, a la ausencia de mecanismos económicos y sociales para hacer frente al chantaje de la Troika.