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El PSOE nos deja sin ética

Quizá sea una cuestión de ingenuidad, pero en ocasiones, ciertos incumplimientos nos siguen pillando por sorpresa. No por la naturaleza del incumplidor, cuyo currículo en esa asignatura raya, desde tiempos de la OTAN, el sobresaliente cum laude con mención europea, sino por tratarse de un tema para el que solo se necesitaba voluntad política, una cierta lucidez y, por ahí vendrá la cuestión, un ánimo mínimamente progresista. Porque recuperar la Ética como asignatura para cuarto de la ESO, más que algo aceptable debiera ser una prioridad en una sociedad sumergida hasta las cejas en la corrupción.

Hace tiempo que pienso que es preciso reformar en profundidad el sistema educativo, pero, precisamente, exactamente en la dirección contraria en la que van las actuales tendencias. Empeño superior de todo sistema educativo democrático debiera ser el de construir ciudadanía con capacidad crítica y autónoma. Si de algo están huérfanas nuestras sociedades occidentales es de valores, de conciencia ciudadana. Su ausencia abre la puerta a derivas muy peligrosas, como las que estamos viviendo ya en el Viejo Continente. No abogo, desde luego, por inculcar una tabla de valores, en absoluto, pero sí por dar herramientas a la gente joven para poder leer el mundo con un mínimo de autonomía y de espíritu crítico. Cuando los medios de comunicación se han convertido en el más efectivo poder e instrumento de construcción de sujetos políticamente correctos, la enseñanza debiera ser un contrapunto para sacudir las conciencias adormiladas por el nuevo opio del pueblo.

Esa es una labor que compete, sin ninguna duda, al ámbito de la filosofía. Me atrevería a decir más: de una cierta filosofía. Porque hay una filosofía empeñada en mantener esa mirada sumisa, que se esfuerza, al modo de una teología con barniz laico, en contarnos cuentecillos estrambóticos de mundos de las ideas y espíritus de no se sabe muy bien qué. Una filosofía preñada de metafísica –en el peor y más literal sentido del término- que ha sido siempre útil a los intereses del poder. Pero hay otra que quiere mirar a los ojos a la realidad para desentrañar sus mecanismos de poder y dominio, que apuesta por una actitud crítica y que desconfía de dogmas y verdades absolutas, las diga Platón o el Informativo de la 1.

Pero claro, ¿a qué poder puede interesar una filosofía tal que erosione sus cimientos, que ponga de manifiesto las mentiras sobre las que se sustenta? ¿Qué poder está interesado en asignaturas que desenmascaren a los medios de comunicación como productores de escandalosas falsedades, nuevas encarnaciones de las evangélicas ruedas de molino? La Filosofía, como asignatura crítica, siempre será una concesión del poder, a regañadientes.

Por ello, hay que entender la coherencia del PSOE. La ética (con mayúscula, como asignatura, o con minúscula, como práctica) no le interesa en absoluto, es más, es un verdadero impedimento para su acción política. Lo estamos comprobando estos días con la cuestión de Venezuela, donde la falta de principios y el cinismo de nuestro gobierno están alcanzando límites insospechados. La ética (con mayúsculas y con minúsculas) pondría de relieve la doble moral de nuestro gobierno, que condena la presunta violencia en Venezuela, pero no en Colombia, donde cada día muere asesinado algún activista social (aunque nuestros medios no lo cuenten), que critica el trato a los periodistas, obviando los asesinatos cotidianos que se venían produciendo en México y que el nuevo gobierno mexicano está intentando erradicar, que habla de democracia, la misma que se le olvida en Arabia Saudí, China y tantos otros países.

La ética, (con mayúsculas y con minúsculas) hablaría de diálogo, como reclama el Papa, la ONU, la mayoría de los países, a pesar del constante boicoteo del mismo por parte de la oposición (aunque esto tampoco lo cuenten los medios, y haya que buscar en las entrañas de Youtube la indignación de Zapatero contra los que promueven el choque civil). La ética le enseñaría que los cínicos fueron unos filósofos de enorme interés que poco tienen que ver con la deformación que la palabra cínico (como también la palabra sofista), a golpe de menosprecio del pensamiento dominante, adquiere en la actualidad y que sirve para describir la actitud de quienes bloquean económicamente un país y luego tienen el enorme cuajo de intentar entrar por la fuerza ayuda humanitaria, una ayuda que la propia Cruz Roja rechaza gestionar.

En fin, que la ética (con mayúscula y con minúscula) funciona un poco como el retrato de Dorian Grey y coloca a nuestros dirigentes políticos ante la imagen de aquello en que se han convertido. La solución para ellos es fácil: rasgar el cuadro, acabar con la Ética. La solución social es exactamente la contraria: acabar con ellos, implantar la ética, al menos, unas gotas.

Quizá sea una cuestión de ingenuidad, pero en ocasiones, ciertos incumplimientos nos siguen pillando por sorpresa. No por la naturaleza del incumplidor, cuyo currículo en esa asignatura raya, desde tiempos de la OTAN, el sobresaliente cum laude con mención europea, sino por tratarse de un tema para el que solo se necesitaba voluntad política, una cierta lucidez y, por ahí vendrá la cuestión, un ánimo mínimamente progresista. Porque recuperar la Ética como asignatura para cuarto de la ESO, más que algo aceptable debiera ser una prioridad en una sociedad sumergida hasta las cejas en la corrupción.

Hace tiempo que pienso que es preciso reformar en profundidad el sistema educativo, pero, precisamente, exactamente en la dirección contraria en la que van las actuales tendencias. Empeño superior de todo sistema educativo democrático debiera ser el de construir ciudadanía con capacidad crítica y autónoma. Si de algo están huérfanas nuestras sociedades occidentales es de valores, de conciencia ciudadana. Su ausencia abre la puerta a derivas muy peligrosas, como las que estamos viviendo ya en el Viejo Continente. No abogo, desde luego, por inculcar una tabla de valores, en absoluto, pero sí por dar herramientas a la gente joven para poder leer el mundo con un mínimo de autonomía y de espíritu crítico. Cuando los medios de comunicación se han convertido en el más efectivo poder e instrumento de construcción de sujetos políticamente correctos, la enseñanza debiera ser un contrapunto para sacudir las conciencias adormiladas por el nuevo opio del pueblo.