De enclave andalusí a refugio en la Guerra Civil, más de mil años de historia en las cuevas de Villalba Baja

Isabel Traver

2 de diciembre de 2021 23:00 h

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Eloína no titubea cuando relata cómo con apenas seis años tuvo que salir corriendo junto a su familia para refugiarse de las bombas que caían sobre su pueblo, Villalba Baja, y alrededores. “Me acuerdo de todo perfectamente”, asegura, y eso que de aquello han pasado más de ocho décadas. El primer aviso de aviación pilló a toda la familia en casa. Al escuchar las campanas de la iglesia, los padres y abuelos de Eloína la cogieron a ella y a sus dos hermanos y dejando todo atrás se refugiaron en unas cuevas cercanas a la casa. “Recuerdo que nos dieron a mis hermanos y a mi un palito para que lo mordiéramos, porque se creía que así, aunque cayera una bomba cerca, no te reventabas por el estruendo”. Cuando hubo pasado el peligro la familia pudo volver a casa, sin embargo, aquella solo iba a ser la primera de muchas salidas precipitadas.

“Todos los días, un vecino se quedaba haciendo guardia en la torre de la iglesia y cuando oía el ruido de la aviación, que de muy lejos se oía, tocaba las campanas para avisar al resto del pueblo. Entonces las mujeres y niños que estaban en sus casas iban corriendo a esconderse a las cuevas más cercanas, mientras que los hombres se quedaban cuidando de los animales, si tenían, o trabajando en el campo”, cuenta Eloína. 

Las cuevas –ubicadas en la parte trasera del pueblo, en la pequeña montaña donde antiguamente se erguía el castillo de la localidad– se convirtieron en un refugio improvisado para las familias durante el tiempo en el que los ataques aéreos fueron frecuentes en la zona. Hasta allí llevaron colchones, mantas y algunas provisiones. “Nosotros estábamos en una cueva grande que compartíamos con otras dos familias del pueblo, una de ellas también con chicos pequeños como nosotros. Allí sobre una colchoneta dormíamos los niños”, relata Eloína. 

Estas cuevas tuvieron además un hito importante en el año 1120 porque por aquí pasó el ejército almorávide que luego sería derrotado en la batalla de Cutanda, en este lugar se refugiaron antes de continuar con su camino

Aunque no recuerda durante cuánto tiempo se prolongaron las idas y venidas a las cuevas, asegura que no fue poco. “Incluso el maestro del pueblo, viendo que aquello iba para largo, comenzó a dar clases a los chicos en una cueva muy grande que había al lado de la que estábamos nosotros. Las chicas no pudimos ir a la escuela porque la maestra que había en el pueblo se marchó cuando comenzó la guerra”.

Los pequeños desniveles que dibuja el relieve donde se encuentran estas oquedades se convirtieron en un patio de juegos para los niños del pueblo. “No nos dejaban alejarnos mucho, pero sí que jugábamos por allí cuando no había peligro y la gente mayor también aprovechaba para salir de las cuevas y hablar con los vecinos. Aun así, siempre había que estar alerta, se vivía con mucho miedo”. 

Con el transcurso de la contienda, el bando sublevado llegó a la zona de Villalba Baja y en los alrededores del pueblo se estableció un frente que se mantuvo durante 18 meses. Entonces ya no había donde esconderse, y los vecinos fueron evacuados a localidades como Torremocha o Alba del Campo donde la situación era más tranquila. No fue hasta que terminó la guerra cuando Eloína y su familia pudieron regresar a su casa.

Atracción turística

Actualmente las cuevas se encuentran en buen estado, con todos sus accesos abiertos, por eso el Ayuntamiento de Villalba se ha propuesto abrirlas al público como recurso turístico y cultural. “La idea es acondicionarlas e instalar unos paneles donde se expliquen sus usos a lo largo de la historia y la gran importancia que han tenido. Creemos que con una inversión pequeña, de unos 3.000 o 4.000 euros, es suficiente, pero Villalba es un barrio pedáneo que no cuenta con ese dinero, por eso pensamos que lo mejor era agilizarlo con el Ayuntamiento de Teruel que nos ayudará con el tema de limpieza de las cuevas y la señalización”, explica Belén Sandalinas, alcaldesa pedánea de Villalba.

A principios de este año el consistorio turolense anunció que daría el primer paso para hacer visitables las cuevas, asegurando que investigaría la propiedad de las mismas ya que algunos residentes de la pedanía las reivindicaban como suyas. “Todavía se está tramitando registrar las cuevas a nombre de la sociedad de montes de la localidad para cederlas al Ayuntamiento de Teruel y así poder empezar a rehabilitarlas”, explica Sandalinas.

El origen

Las cuevas, que datan del siglo XI, se emplearon como hábitat por los pueblos hispanomusulmanes que entonces ocupaban el Valle de Alfambra. Villalba Baja no es el único lugar donde pueden encontrarse, pero sí el de mejor accesibilidad. “Normalmente las cuevas, en el caso de este valle son muy inaccesibles por eso sorprende que aquí tengamos la posibilidad de entrar a pie prácticamente llano desde la misma localidad, con lo cual se puede convertir en un recurso muy útil para explicar este tipo de hábitat”, asegura el historiador Rubén Sáez. Se cree que puede haber hasta 50 cuevas de este tipo en Villalba, algunas de ellas enterradas.

“Estas cuevas tuvieron además un hito importante en el año 1120 porque por aquí pasó el ejército almorávide que luego sería derrotado en la batalla de Cutanda, en este lugar se refugiaron antes de continuar con su camino”, explica Sáez. 

Originariamente las cuevas eran de una sola estancia, pero ya en época cristiana sufrieron algunas transformaciones. Se interconectaron unas con otras concediéndoles el aspecto que presentan hoy en día, y durante siglos se emplearon como corrales para el ganado, bodegas o las más alejadas del municipio, como refugio para los pastores y sus animales. Algunas fueron incluso ocupadas como vivienda, adosando delante un edificio.