La ONG Farmamundi ha organizado en los últimos días unas jornadas sobre “Equidad de Género y Salud” en las tres provincias de Aragón. El objetivo es movilizar, generar conciencia crítica y promover una reflexión sobre la desigualdad en el acceso a la salud a nivel global. Iñaki García (Valencia, 1955) es responsable de la delegación de Farmamundi en Aragón.
¿A qué se refieren cuando hablan de equidad de género y salud?
Las diferencias biológicas y físicas entre el hombre y la mujer son evidentes. Esas diferencias, obviamente, provocan cierta diversidad en cuanto al acceso a la salud, el tratamiento que se recibe y las respuestas a esos tratamientos. Esto es evidente. La cuestión es que también hay una inequidad entre los accesos a los tratamientos de salud entre hombres y mujeres por cuestiones de género, es decir, a fenómenos de carácter sociocultural que inciden de manera diferente en hombres y mujeres.
¿En qué consiste esa inequidad? ¿Se produce en España?
Nosotros somos una ONGD, una ONG para el desarrollo y, por tanto, nuestro trabajo se realiza en el entorno de países menos favorecidos. Estas diferencias de las que hablamos son muy claras en función de que los sistemas sociales y culturales de los países sean más o menos modernos, de si son países en los que los derechos de las mujeres están más o menos reconocidos. Obviamente, las diferencias por cuestión de género son mucho más acentuadas en estos países, pero también tenemos que hacer una reflexión muy fuerte sobre si es cierto o no que existe diferencia en el acceso a la salud en sociedades más avanzadas como puede ser la española. La pregunta que nos tenemos que hacer cada uno es: por el hecho de ser mujer u hombre, ¿tenemos un tratamiento diferenciado, una forma diferenciada de acceder a la salud, y esto puede tener repercusiones en los tratamientos, en los efectos de los cuidados y en nuestra salud?
¿Qué diferencias hay en cómo se atiende a hombres y mujeres en esos países menos favorecidos?
Lo comprobamos fácilmente en cuanto detectamos cuáles son las diferencias socioculturales que rigen en cada país, los patrones marcados para cada uno de los géneros. En los países menos desarrollados, nos encontramos con que la pervivencia y la prevalencia de los patrones patriarcales hacen la mujer tenga problemas mucho más acentuados. Por ejemplo, estamos viendo que algunos problemas que aparecen en sociedades culturalmente cercanas a la nuestra, como la violencia o las diferencias salariales, están aún más acentuados en países en vías de desarrollo. La invisibilidad de la enfermedad de la mujer está muy acentuada, en el sentido de que, a la hora de repartir los recursos disponibles para la salud, hay un privilegio en detrimento del sexo femenino. Esto, también se puede entender si pensamos en la feminización de la pobreza. El 70 % de la población que vive con menos de un dólar al día, según Naciones Unidas, son mujeres o niños. Esa pobreza incorpora una barrera para el acceso a la salud. Al fin y al cabo, la salud tiene que ver bastante con los ingresos.
Además de en la atención que reciben las mujeres, ¿la situación sociocultural influye también en las enfermedades que sufren?
Sí. Hay diferencias que son dignas de notar, por ejemplo, cuando profundizamos en las diferentes etapas de vida de las personas y encontramos que, por el hecho de ser mujer, hay un conjunto de problemas que aparecen para ellas y no para los hombres. Así, durante la lactancia y la niñez, entre 0 y 9 años, las niñas sufren una mayor probabilidad de ser víctimas de agresión sexual. Los porcentajes a escala mundial serían un 8,7 % de niños frente a un 25,3 % de las niñas.
Si pensamos en otra etapa de la vida de las mujeres como la adolescencia o la edad madura, nos encontramos con que el principal factor de inequidad con respecto al acceso a la salud se da en los derechos sexuales y reproductivos; estoy hablando, por ejemplo, de los embarazos durante la adolescencia. Pensemos también que, en muchos conflictos bélicos, la mujer, por el hecho de serlo, se toma como un arma de guerra, con situaciones de rapto, de violaciones, de matrimonios obligados... todas esas situaciones inciden en el derecho a la salud de las mujeres porque la salud no solo es una cuestión de ausencia de una enfermedad que pueda ser tratada con una pastilla o resuelta con una operación. Es, como define la Organización Mundial de la Salud, un estado de bienestar físico, psíquico. Yo añadiría incluso un estado de bienestar social.
Con factores tan diversos y complejos, ¿es difícil intentar mejorar la situación?
Se puede hacer mucho. En los países más desarrollados, como puede ser España, tendemos a pensar que somos países con capacidad y posibilidad de hacer educación y transformación de este tipo de situaciones. Sin embargo, hace ya muchos años que la cooperación no trabaja con este concepto, sino que son colectivos de personas de cada uno de los países los que necesariamente tienen que coger en sus manos este problema y luchar por superarlo. Hay muchas experiencias en este sentido. Estos días, en las jornadas en Zaragoza hemos presentado experiencias, por ejemplo, de República Democrática del Congo, que ha sido definido por Naciones Unidas como el peor país del mundo para nacer mujer. En el ámbito de la salud, en concreto, nosotros presentamos la experiencia de un colectivo de mujeres que, al margen de las instituciones oficiales, de las que se sentían olvidadas, son capaces de coger el destino en sus manos para crear estructuras sanitarias para atender la violencia de género ejercida contra la mujer en una zona tremendamente conflictiva a nivel bélico.
¿Piensa que también hay inequidad de género en España?
Yo creo que hay inequidad por factores de género, pero son unos factores mucho más sutiles. Por ejemplo, pensemos en las enfermedades coronarias o en las muertes por infarto. En los países desarrollados creemos que tenemos resueltas muchas cosas y resulta que hasta finales del siglo XX no se incorporaba en los estudios clínicos de los medicamentos la característica mujer. Por tanto, los sistemas de salud tratan determinado tipo de enfermedades con medicamentos probados exclusivamente en varones, sin tener en cuenta características como las diferencias hormonales, las situaciones de los momentos reproductivos de la mujer... ¿Por qué la mayoría de los antiinflamatorios que se usan solo se probaron antes de salir al mercado en varones? De los 42.000 adultos incluidos en los últimos estudios sobre el SIDA, solo el 15 % eran mujeres, cuando el impacto del SIDA en las mujeres puede ser tremendamente problemático, por ejemplo, en la transmisión al feto.
Hoy, el número de mujeres que mueren por infarto es mayor que el de hombres y es algo que se explica porque, sencillamente, los estudios que se han hecho sobre el infarto han sido fundamentalmente en varones. Si preguntamos a cualquiera cuáles son los síntomas de un infarto de miocardio, nos diría de manera casi inmediata el fuerte dolor de pecho que se transmite al brazo izquierdo y que da una sensación de ahogo. Pues bien, esa es la manifestación de un infarto de miocardio en el varón, pero no en las mujeres, que se manifiesta con dolor en el cuello y abdominal. Esto provoca que, cuando aparecen estos problemas, un hombre tarda como máximo unas 16 horas en acudir a un centro sanitario para ser sometido a tratamiento mientras que la media de tiempo en las mujeres es casi el triple. Esto es inequidad por factor de género, porque no se ha considerado a la mujer, en sus características biofísicas y sociales, en la problemática asociada a los infartos de miocardio.