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Fiestas en el trombón

Y suerte que hay escalera. Lo mejor han sido los baños en pozas de ríos aragoneses, si es que se pueden adjudicar o inmatricular los ríos. El Alcanadre baja limpio y lleno de peces. La caminata desde las piscinas de Abiego hasta el abrupto descenso al puente de Famiñosa es de cuarenta minutos, el polvo del camino machacado –Machado– es harina. Las cercas que lo flanquean son de piedras ciclópeas, algunos tramos ya desmoronados, otros firmes como bases de pirámides.

Si estás viva/o todo da gusto, el calor, el frescor, el polvo del camino, el sudario de incendios remotísimos, el whatsapp que tintinea en el bolsillo. Por donde pasa la cabañera de Broto a Mequinenza hay un taxi vacío de Barcelona. Es un detalle de Josep Pla, y también de Josep María Espinás, que fatigó estos parajes y lo contó en sus libros.

Las pozas del Alcanadre, cerca o lejos, a pie o en coche o en bici, son inolvidables. Las gentes, de cerca o lejos, también. La evolución del mundo no afgano se concreta en la carne y los gestos, en los tatuajes, los desnudos y la amabilidad.

Tengo una colección incipiente de carteles grandes y pequeños a los que el tiempo ha borrado los mensajes: dos del agreste embalse de Moros encima de Azlor, otro de Pertusa, uno de Berbegal. Prefiero esta imagen un poco alucinada de las fiestas en el trombón, ¿hay algo más festivo que un trombón y una charanga?

Los carteles borrados te los puedes inventar, son soportes libres. Si Bansky viviera en Aragón podría hartarse de hacer moñacos.

En el Alcanadre, debajo de Pertusa, por donde pasaba (y pasa, aunque no se utilice) la autovía romana entre Lérida y Huesca, hay pozas y badinas donde los pececillos te mordisquean mientras suena el eco del trombón de fiestas.