“Dichoso aquel que vive en el campo”. Esa sería más o menos la traducción del tópico literario del “beatus ille”, muy recurrente en el Renacimiento y que el poeta Horacio mostró por primera vez en su famoso poema. A pesar de las estadísticas, son muchos los jóvenes aragoneses que apuestan por esta vida. La vida rural. La vida en el campo donde, nunca mejor dicho, la ganadería se convierte en su modo de vida.
La juventud ganadera en la comunidad aragonesa es una realidad. Y es que pese a los datos pocos favorables, existe una juventud resistente a no abandonar sus pueblos y que decide continuar con uno de los oficios más antiguos del mundo.
Una inmensa minoría
Julia Trillo tiene 26 años y es ganadera en Torres del Obispo, un pequeño municipio de la provincia de Huesca. Se dedica tanto a la ganadería vacuna extensiva como a la intensiva, con el cebo de terneros. “Siempre se dice que al campo se le subvenciona mucho, pero realmente es la única manera de que los jóvenes estemos aquí”, advierte.
Ella es joven y mujer, algo que llama especialmente la atención en este sector: “Somos muy pocas. Hay que dar visibilidad para que se sepa que esto existe y tener referentes. No quiero decir que sea yo la referente de nadie, pero sí cara visible de que existimos, estamos aquí y hay gente joven”. Como explica Trillo, muchas ganaderas pasan desapercibidas al encargarse de la parte administrativa de las explotaciones.
Graduada en Educación Social, Trillo decidió seguir con el negocio familiar: “Un día tienes una vaca coja y tienes que hacer cura, otro día hay que llevarlas caminando, otro hay que planificar la semilla que vas a sembrar... Son temas muy variados y eso es lo que me gusta. No tener algo repetitivo que hacer todos los días, y el poder vivir aquí”. De este modo, es optimista en cuanto al futuro en el campo: “Creo que hay gente joven que tiene ganas de trabajar y de quedarse en los pueblos, y el sector primario es su mayor sustento”.
A la ganadería extensiva ovina también se dedica José Luis Ferraz (26 años) con sus más de 1.000 ovejas. Aunque también tiene parte del rebaño estabulado en ‘La Morera’, en Cajigar (Huesca), pero él es de Graus, también en Huesca: “Está como partido en dos: las que salen afuera al monte a pastar y las que se quedan en la cuadra, que son las que tienen corderos y que hay que alimentar con la maquinaria”, relata.
Ferraz se graduó en Ingeniería Agrícola y pone en práctica sus conocimientos adquiridos en la carrera: “En la manera que puedo sí lo hago. Me parece que hay un desequilibrio entre lo que se enseñan en las universidades de lo que es la agricultura y lo que es después realmente aplicada en el día a día”.
Además, este gerente de una explotación agrícola anima al resto de jóvenes a sumarse al sector: “Si tienen un cachito de tierra heredado de los abuelos y de los padres, sí que les recomiendo que le den una oportunidad. Si no, es muy complicado. Por muchas ayudas que te den, necesitas muchísimo dinero para poder empezar a hacer algo”.
Las ovejas son también el medio de vida de Manuel Ibáñez (26 años). Este pastor bilbilitano trabaja en las localidades de Morata de Jalón y Mesones de Isuela, ambas en la provincia de Zaragoza. “Mi padre y mi abuelo siempre se han dedicado a esto y ha sido una cosa que me ha gustado”, comenta. Su día a día es una miscelánea de libertad, tranquilidad y también soledad, y siempre acompañado de su perro. “Si no hubiera perro, ya puedes ser el mejor pastor del mundo que no te haces con ellas”, confiesa.
La lluvia y el frío en invierno es lo que menos le gusta y, en cuanto al futuro del sector, él lo tiene claro: “Si no estuviera la agricultura o la ganadería, a ver de qué vamos a vivir. Pero desde la Administración no te lo ponen fácil, por mucho que lo digan. Y eso que yo no me he querido meter mucho”, señala.
“Empezar de cero es complicado”
“Creo somos una minoría y que va a menos. Concretamente, mi sector, el porcino, que es el que conozco. Empezar de cero, hoy en día, es complicado. Son unas inversiones muy fuertes y si no tienes un apoyo, como en mi caso familiar, es muy difícil. Además, cada vez hay más burocracia para abrir una explotación”; así nos cuenta Carlos Bruballa (26 años), vecino de Capella en Huesca, su visión de los jóvenes ganaderos en Aragón. No obstante, añade que sí hay personas que deciden quedarse: “Aquí, concretamente, en el pueblo gente joven que estemos, que no sean trabajadores de la empresa grande, somos dos”.
Bruballa tiene cuatro naves de engorde de cerdos y una granja de madres en esta misma localidad oscense. A las trabas burocráticas, considera que los jóvenes no quieren quedarse en los pueblos: “La gente joven encuentra más atractivo trabajar en la ciudad”. Porque recuerda que es “un trabajo muy esclavo”, que no entiende de fines de semanas o de festivos. Pero si te gusta, se convierte en tu profesión: “Desde muy pequeño he ayudado con el negocio familiar, los animales me gustan mucho y llevaba la idea desde cuando estaba en el instituto. Me fui a estudiar fuera, a Huesca, en pandemia volví a casa y ya me quedé. Es un trabajo muy reconfortante y puedo organizarme a mi manera”.
El apoyo de la familia
“Yo me decanté por esto porque ya lo tenían mis padres. Y mis padres, porque tenían colmenas y campo, pero del campo solo no se puede vivir… Así decidieron hacerse una granja de pollos y luego pasamos a los pavos”. Raúl Edo de 38 años posee cuatro granjas avícolas en su pueblo del Bajo Aragón, La Ginebrosa.
De nuevo, ganadería intensiva en la que cuenta que los primeros 15 días son los más sacrificados: “De pequeñicos me tengo que quedar ahí a dormir y todo”. Cada cuatro meses traen los pavos, unos animales que llegan a pesar hasta 20 kilos. “Cuando se los llevan tenemos que limpiar, desinfectar, meter la paja, prepararlo todo y, al mes o por ahí, traen los recién nacidos”, señala.
Una de las granjas de terneros de La Almunia de Doña Godina (Zaragoza) es propiedad de Sergio Nerín. Este joven de 31 años no duda en cuanto le preguntamos sobre la necesidad – o no- de un sostén familiar en la ganadería: “Yo si no estuvieran mis padres, ya hubiera cerrado”.
Su pasión por el sector primario, además de ganadero se dedica a los árboles frutales, también es de herencia: “De pequeño siempre me pegaba todo el verano en Laspaúles (Huesca), en el pirineo aragonés. Mi abuelo paterno tenía vacas, íbamos allí, le hacíamos la paja… Lo típico de un verano en la montaña. Y también mi abuelo materno, que es de La Almunia, se dedicaba a la agricultura. Me viene de familia”.
Su trabajo consiste en la cría de terneros: “de unos 200 kilos, los engordo hasta unos 500-600 y ya los vendo”. En cuanto a su día a día, explica que varía en función de la temporada: “Hoy, por ejemplo, he ido a dar la primera vuelta por todos los parques. Ver que todos los terneros estén bien, que no haya ninguno resfriado... además de mirar que todas las tolvas y que todos los bebederos estén correctamente. Lo hago por la mañana y por la tarde”.
Y sobre si son -o no- minoría señala que “poco a poco se va llenando el campo”. “¿Que podría haber más? Claro. ¿Que hace falta relevo generacional? Eso es obvio. La agricultura y la ganadería son sectores muy envejecidos. Antes sí que pensaba que no había juventud, pero cada vez me estoy dando cuenta de que hay gente que entra”, manifiesta.
Pero no toda la juventud apuesta por el sector primario por lazos familiares, hay personas como Sandra Burgos (31 años) que lo hacen motu proprio: “En mi caso, mi familia no está vinculada al sector ganadero, solo mi pareja. Me decanté por el sector porcino por la vocación que obtuve a través de mis estudios. Acabé la carrera de Ingeniería Agrícola con la especialidad de explotaciones agropecuarias en julio de 2017. Este sector me llamaba bastante la atención, ya que es un mundo en el que nunca dejas de aprender”.
Burgos es de Guadalajara, pero actualmente reside en Alcañiz (Teruel). Es la encargada general de una granja del Grupo Jorge de 3.500 madres en La Puebla de Híjar, en esta misma provincia. “Es un oficio sacrificado, más que otros, ya que los animales necesitan atención los 365 días del año, y es una cadena de producción que no para”, declara.
El papel de las instituciones
En cuanto al rol de los organismos públicos, todos ellos están de acuerdo: los organismos públicos deben apoyar más a los jóvenes ganaderos en Aragón. Y no solo a nivel económico.
Sin ir más lejos, Nerín afirma que en Aragón el acceso de los jóvenes a comprar los derechos de las parcelas con la PAC ha sido mucho más complicado. Declara que era “más fácil recibir derechos con las parcelas si históricamente ya habías hecho otras PACs”. “Y el Gobierno de Aragón no hizo nada. Eso sí que me parece mal. Porque no fomentas que los jóvenes puedan adquirir o tener los mismos derechos por parcela que tenga un hombre de 50 años. Al final, oportunidades para todos y por igual”, recalca.
Trillo considera que se debe fomentar la reutilización de antiguas explotaciones en desuso: “Un reciclaje del sector. Y así no destrozas nuevas parcelas, nuevos paisajes, sino que aprovechas los que estaban antes. Que no sea la única manera incorporarte con algo nuevo o con algo de tus padres, y dar oportunidades también a los jóvenes que no están dentro todavía”. Además, indica que las ayudas de incorporación “habría que darles una vuelta”. Ella, por ejemplo, no la obtuvo ya que sus estudios se consideraban “incompatibles”.
Por su parte, Bruballa apunta al terreno educativo: “Ahora, en Aragón, han sacado un grado de FP para trabajadores de granjas. Sabiendo que las cuatro principales empresas de Huesca se dedican al sector porcino, está bien que hayan hecho un grado para trabajar en este tipo de sitios”.
Asimismo, Ferraz indica que es “un problema más social que económico”, ya que el sector recibe ayudas como la subvención de jóvenes agricultores, que él mismo pudo disfrutar, además de la ya mencionada Política Agraria Común. “Parece que quedarse en la granja está mal visto, en el sentido de que estás renunciando a muchas cosas que la sociedad te está dando. Cuando, en realidad, esas cosas que está dando la sociedad, las está dando para que consumas, para que gastes, no te las está dando porque sí”, subraya.
Porque siguiendo con los tópicos latinos, para ellos, la granja y el campo son su verdadero “locus amoenus” o “lugar ameno”. Ellos y ellas son el presente y el futuro del sector primario.