El Tubo, en defensa de los vecinos
Cuando hace 39 años decidimos vivir en la calle José Pellicer Ossau, una calle corta que en un extremo tiene como referencia la iglesia de San Gil y que linda con las de Estébanes y Méndez Núñez, en la comunidad de vecinos éramos unos cuantos más que ahora y la vía era un muestrario de pequeños negocios familiares.
Que yo recuerde, en la calle había una tienda de alimentación, Buisán, una frutería selecta, Forcés, una tienda de lencería, Obsesión, otra de pipas de fumar, un relojero, la pastelería Ismael, las cortinas Monreal, los cafés La Mejicana, la camisería Orbe, una joyería y la cuchillería Carballo que aún sigue abierta.
Posteriormente llegarían una tienda de futones, también Coronel Tapioca, a la que sucedió en el mismo local Imaginarium, negocios ya extinguidos aunque el espacio de la marca de juguetes lo ocupa ahora un 'Impact Hub', un centro de trabajo compartido dentro de una red de emprendedores. Más adelante abrieron la joyería Monge, una peluquería, una tienda de informática y una sala de exposiciones, Arte por un Tubo.
¡Ah!, se me olvidaba que había un bar, el Pachi, que regentaba la familia de uno de los pioneros del rock en Zaragoza y en España, José Luis Cano, conocido artísticamente como Rocky Kan. En medio de esa variedad de pequeño comercio, el Pachi fue durante muchos años el único bar de la calle con el que algunos vecinos llegamos a tener una relación casi familiar.
Por entonces había aceras y los vehículos circulaban sin restricciones. El Tubo estaba ahí, delante, nos identificábamos con su ambiente pero vivíamos en la calle Ossau, una calle que como me ha recordado estos días algún veterano de la comunidad aún no estaba incluida en el clúster hostelero del Tubo.
Con las necesarias y saludables restricciones de tráfico (teóricamente solo pueden pasar taxis ocupados, residentes y servicios públicos) empezaron a extenderse los negocios de hostelería, entre ellos alguno que, al calor de la Expo 2008 y con la firma del fallecido director de cine Bigas Luna, se promocionó a bombo y platillo como el modernizado regreso del café cantante de 1920.
Al final, la tan loable como efímera iniciativa terminó transformándose en una sala musical que abre después del cierre de los bares a la que se accede por la parte trasera, por un estrechamiento de la calle Estébanes. La sala está anexa a un solar habilitado como la gran terraza “El Patio del Plata”.
El 'after hours' (a deshoras) está dañando, directa o indirectamente, a un derecho fundamental como es el de la intimidad, al que se puede unir el derecho al descanso, a la salud, a la calidad de vida de los vecinos, cada vez somos menos y más mayores, y al respeto a un Bien de Interés Cultural (BIC) como lo es la iglesia de San Gil.
Gritos y broncas a horas intempestivas que le alteran a uno el sueño, suciedad, botellas, vasos de plástico, vómitos y hasta un urinario mural en un recoveco de la iglesia BIC, en el mismo en el que se acumulan desde primeras horas de la tarde bolsas de basura, cajas y materiales de desecho. Iglesia BIC a la que están acudiendo a diario grupos de visitantes con sus guías turístico-gastronómicos micrófonos o megáfonos en boca.
Por su ubicación, la calle Ossau se ha convertido en el patio trasero entre otros para los clientes de ese negocio a deshoras. No hay mejores testigos de las afecciones que los empleados de la limpieza pública, especialmente de jueves a domingo. También en acontecimientos puntuales como las despedidas de curso o las fiestas Eramus.
Los BIC, por cierto, gozan de una especial protección en un área de 50 metros a su alrededor. La norma dice que cualquier actividad en ese entorno debería contar con el visto bueno de la Comisión de Patrimonio del Gobierno de Aragón.
Pues bien, en el cruce de Estébanes con Ossau se alcanza el mayor nivel de decibelios que, hasta que el anterior equipo de gobierno prohibió las charangas en las despedidas de solteros/as resultaba insoportable, al igual que ha estado ocurriendo con algunas ruidosas fiestas de tardeo los sábados a la hora de la siesta que ocupaban la calle como pista de baile.
Paradójicamente, el sonómetro está en el otro extremo, cerca del cruce con Méndez Núñez, donde la concentración de público en horas punta es mucho menor.
Creo que el sonómetro solo sirve de adorno, de falsa coartada para las normativas europeas, porque dudo que se esté tomando medición alguna. Otra curiosidad. Entrando por la calle don Jaime, la acera de la derecha de Méndez Núñez, qué cosas, es zona saturada y la de la izquierda, la más próxima a Ossau y al clúster turístico hostelero del Tubo, es no saturada.
Digo clúster del Tubo porque, aunque no esté registrado como tal, los pequeños autónomos ya coexisten con firmas más grandes como las de la fachada y el pasaje de “Puerta Cinegia” o como los grupos “Ágora” y “Aura”.
A estas alturas ya habrán deducido que el Tubo es una cuadrícula libre, o como mínimo relajada, de restricciones para la hostelería. La fiebre que se disparó después de la pandemia nos ha metido a los vecinos de la calle Ossau y del entorno en un constante remolino de saturación, de decibelios, sobresaltos nocturnos y jibarización del espacio público. Quiero hacer la salvedad de que la gran mayoría de los hosteleros cumplen con los horarios.
El ruido empieza al punto de la mañana con el incesante trasiego de palés de bebidas y comida desde la calles Verónica y don Jaime que se prolonga durante todo el día a lo largo y ancho del Tubo. Mejor abstenerse de abrir las ventanas si se está descansado, leyendo o trabajando, cualquier actividad que exija un mínimo de concentración. Algo que es especialmente irritante en verano.
Desde hace unos años ya es una calle a cota cero, agradable para pasear con unos bolardos que hasta no hace mucho delimitaban el paso de los peatones y el de los vehículos autorizados.
De la noche a la mañana desaparecieron, lo que facilitó que se abrieran hacia la calle las terrazas, una seña de identidad de estos tiempos en los que muchos asocian la libertad no con la igualdad y la fraternidad sino con las cañas y las tapas.
Cañas y tapas que representan un envidiable modo de vida del que nos podemos sentir orgullosos los españoles y los zaragozanos pero con límites, los del respeto a la intimidad, al descanso y a la salud de los vecinos, y al espacio público que, ante la pasividad municipal, se ha encogido desmesuradamente para los peatones.
La terraza hostelera es el ágora actual y quizá también el lugar para hacer la campaña electoral más eficaz, la del boca a boca.
El equipo de gobierno del ayuntamiento de Zaragoza decidió hace unas semanas incorporar al mapa de zonas saturadas dos nuevas, las de la plazas de San Francisco y de los Sitios (se supone que con la excepción de los nuevos negocios o ampliaciones que hayan iniciado el procedimiento administrativo antes de que las apruebe el pleno municipal). Todos contentos, vecinos y empresarios hosteleros.
La de la plaza de los Sitios se estira hacia el centro y el Casco Histórico, en concreto hasta las calles Josefa Amar y Borbón, Jerónimo Blancas, Juan Porcell, los números impares del 1 al 18 de la calle San Miguel y Santa Catalina. Nadie se ha acordado ni de la calle Ossau ni del Tubo. Toda una declaración de intenciones. En el clúster turístico hostelero del Tubo los vecinos vamos de figurantes.
Según la ordenanza municipal, zona saturada es aquella “en la que se produzcan graves molestias a la vecindad por la afluencia de público a los locales o actividades sujetas, motivadas por la real o previsible saturación en el número de establecimientos”.
En algunos casos, como el de la calle Ossau, a los establecimientos abiertos al público se suman otros locales que los gestores han habilitado para almacenar bebida y comida.
La declaración conlleva que no se puedan conceder nuevas licencias de hostelería de bares, cafeterías, bares con música, pubs, cafés-teatro, cafés-cantantes, discotecas, salas de fiesta, tablaos flamencos y restaurantes. Es una declaración revisable y reversible con el paso del tiempo.
La especie vecinal está en riesgo de expulsión en el Tubo y también en otras calles del Casco Histórico. Algunos opinantes han calificado al Tubo como un “no lugar saturado” o como un clúster de bares sin personalidad. Los vecinos, sin embargo, seguimos más arraigados si cabe. Somos una comunidad que se cuida y que se defiende.
Con la idea de oxigenar la zona, en el planeamiento de la ciudad estaba prevista una plaza – si no recuerdo mal con estudio de detalle redactado- en el cruce de las calles Cinegio, Estébanes y Ossau, a la espera de que la junta de compensación le diera el visto bueno.
Cosa que no ha ocurrido, y probablemente no ocurrirá, porque la actual situación es cómoda y sobre todo rentable para los propietarios de los solares que cobran arrendamientos, para los hosteleros que ganan más y el ayuntamiento que ingresa más. El alma rentista siempre ha cotizado al alza en Zaragoza.
Desde mi punto de vista, me atrevo a decir que el de muchos vecinos y hasta del responsable de Urbanismo, Víctor Serrano, esa plaza esponjaría la zona al cerrarse las medianeras y los patios, desaparecería el cuello de botella de Estébanes y se revitalizaría el patrimonio cultural. Nos acercaríamos al equilibrio, a la divina proporción. Ah! y se construirían unas cuantas viviendas nuevas en una zona muy envejecida. Este fue el compromiso político incumplido desde hace años por unos y otros.
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