La chilaba chillout, el paraguas reconvertido a sombrilla, la misma improbable sombra de los caserones y palacios ya derribados... piedras de la muralla romana, omnipresentes en Hispania, catedrales, conventos, pantanos inútiles, monolitos egipcios... cualquier cosa vale para fabricar sombra, incluso un sombrero, cuyo nombre, sin mucho etimologizar, debe venir de ahí.
La felicidad y el estrépito de julio se colapsan como la nube Azure, que se azora y peta y hace FAIL en medio mundo, menos en Rusia y China, que usan otros sistemas. La matemática también se calienta, la mayor parte del negocio (legal e ilegal, si es que se pueden diferenciar) se ejecuta en máquinas que necesitan frescor, como cualquier persona. Una buena túnica, una capucha o un traje de Batman protegen contra el calor extremo aragonés. El cachirulo va bien para el riego cerebral, los colores canónicos del cachirulo esquivan la segunda ley de Carnot.
Ah, el cierzo, qué bien vendría cuando no se usa. Esas torres que asoman detrás de la muela que encumbra a Berbegal miden el doble que las torres del Pilar. Cada aspa podría degollar a un centenar de pterodáctilos, por eso se extinguieron antes, para no pasar estas penurias.
La pandemia aquella que aún colea tanto nos ha vuelto fiesteros insaciables, festivaleras, desaforados, ansiosos, angruciosas (o angluciosas)... somos unos agonías (vid DRAE), no hay palmo de la Esp Vacía que no tenga su festival, evento, congreso, fiestas, saraos, cenorrios, cumpleaños tumultuosos, bodas de tres días... la pasión por vivir y aprovechar nos hace subir a montañas con zapatillas, trepar por riscos a los setenta años, ir en bici bajo 40º...
Hay que sujetar este hedonismo desatado y sofrenar un poco el carpediemismo que nos impulsa a hacer locuras sin parar. Al menos hasta que baje el sofoco vendría bien templar las rpm pues los cerebros, igualque los servers de la nube, también necesitan refrigerarse.