La carrasca milenaria de un pueblo de 13 habitantes que puede convertirse en el Mejor Árbol de Europa
Para María Jesús y Felisa Arasanz, la Carrasca Milenaria de Lecina es un emblema familiar y del pueblo. Es un símbolo de resistencia, de fuerza y de larga vida. Lo es de la comarca del Sobrarbe, de la que forma parte, y aparece en el escudo de Aragón. Para Pura Buil, vecina del pueblo, es un orgullo tener “algo que destaque” y que va ligado a su vida en Lecina. Carmen Lalueza, alcaldesa de Bárcabo, municipio al que pertenece, cree que haber crecido en una zona tranquila y con el cariño de los pocos habitantes de la zona es la razón “por la que se ha mantenido viva tantos años”. Ahora, la Castañera, como es conocida popularmente, opta por ser el Mejor Árbol de Europa.
Es de los únicos de la región que se salvó de la tala para el carbón. Antiguamente había muchos del mismo estilo y categoría pero no corrieron la misma suerte: “Los carboneros los compraban para hacerlo. También quisieron hacerlo con esta carrasca, pero mi padre, Nicolás, le tenía un cariño especial y se negó. Gracias a su tesón hoy podemos disfrutar de ella. Si mi padre viviera estaría contento”, explica María Jesús. Las hermanas de la familia indican que era un árbol singular, tanto que en Lecina se le conoce como Castañera, a pesar de que no da castañas sino bellotas. Señala que son más gordas que las habituales y más dulces, por eso gustan tanto al ganado.
No fueron pocos los intentos de convencer a Nicolás para cortar el árbol. Cuenta María Jesús que un carbonero la quiso comprar y “le hizo una apuesta a mi padre en la que le dijo 'apostamos que mientras tú te comes un pollo, yo soy capaz de cortar las castañera'. Mi padre dijo que le daba tiempo de comer un pollo, un cordero, volver a casa, dormir la siesta y lo que hiciera falta, que cuando llegase al día siguiente no la habría terminado de cortar. Aún así, no se apostó nada, por si acaso”.
Los visitantes de este árbol han sido miles durante los últimos años. Al tener un tronco bajo, muchos se subían y así desgarraban la corteza. Nicolás no sabía que hacer para que la gente no la destrozara, al final se le ocurrió untar el tronco con manteca de cerdo, “al árbol no le pasa nada pero la persona que quiere trepar se va a ensuciar o se resbalará y desistirá. Aún hay gente que se sube con los carteles y vallas que hay”, lamenta María Jesús.
Bodas y leyendas
A sus 83 años, Pura Buil hace memoria de su infancia ligada a la Carrasca. “Antes íbamos a pasear a los corderos por ahí y se comían las bellotas. Cuando acababa la escuela salíamos a buscar bellotas y nos las tirábamos. Es como que está a las afueras pero dentro del pueblo, yo me entiendo. A veces te encontrabas con los dueños y decían 'dónde irán estas mozetas'. La hemos tenido como un lugar al que ir a visitar siempre. Cuando vienen las madres con los niños, vamos de paseo y se la enseñan, se hacía antes, ahora y lo harán en un futuro”, recuerda. Señala que antes el árbol era “mucho más recogido”.
Ahora, este imponente árbol tiene más de 16 metros de altura, una copa de 28 metros de diámetro, su sombra supera los 600 metros cuadrados y el perímetro de su tronco es de 7,5 metros. En invierno podía dar hasta 600 kilos de bellotas que alimentaban al ganado. La vida de la Carrasca ha dado para mucho, hasta se llegaron a celebrar bodas debajo de su copa, unas ocho o diez, rememora Pura, donde las campanas sonaban muy fuerte. “Cuando estabas ahí no veías la luz del cielo porque todo eran hojas, hojas y hojas, era precioso. Ahora hay unas praderas muy llanas porque lo han talado todo”, detalla.
Acusada emigración
Con el paso del tiempo, Lecina ha ido perdiendo población y ahora tiene 13 habitantes. En los siete núcleos que forman el municipio de Bárcabo viven entre 15 y 20 personas en cada uno. “Yo he vivido toda la vida aquí, desde que nací. Mucha gente se fue, creo que por los años 60. A mí me cogió que tenía dos hijos pequeños y a la abuela en casa que había que cuidarla, así que nos quedamos. Hacíamos la agricultura con mulas y burros. Había también corderos, gallinas, conejos y palomos”, enumera Pura con nostalgia y pena. Nostalgia por los buenos momentos en familia y con los vecinos. Y pena por la marcha obligada del pueblo al negarles servicios esenciales.
“Sentí mucho la falta de población. Se fueron amigos, conocidos que habían vivido siempre. Al haber gente todo era más fluido. Lecina fue un pueblo que tenía cura, sastre, modista, herrero, carpinteros, barberos, peluqueros. Teníamos tienda, la conservaron pero ya no era igual. Había de todo, muchos servicios. Había músicos, hasta uno que tocaba el violín. Antes los que tocaban en las fiestas eran los músicos del pueblo. Lecina fue un pueblo muy armonioso, tengo muy buenos recuerdos de la vida de este pueblo”, expresa emocionada. De repente, la llamada con Pura se corta. “Es que aquí hay muchos cortes de luz”, se excusa.
Afluencia turística
La propaganda que está generando la Carrasca al optar por ser el mejor árbol de Europa la está notando Carmen Lalueza, alcaldesa del municipio. “Se ha percibido mucha afluencia de gente. La semana pasada estuvo muy frecuentada por familias con niños. Significa poner a Lecina en el mapa de España y en el del continente. También a Huesca y Aragón, es bueno para todos”, afirma. La votación sigue en marcha hasta el domingo y el 17 de marzo se conocerá el ganador.
El sendero de acceso se ha reacondicionado para facilitar el acceso a los minusválidos y hay multitud de barrancos y rutas rupestres cercanas. Más de 20.000 niños y niñas de la provincia muestran su apoyo en forma de dibujos, con unas láminas donde también imaginan su futuro y plasman el amor por la naturaleza. El material está distribuido por 85 colegios de la provincia de Huesca. “El árbol ha ido creciendo en una zona tranquila y todo el mundo le tiene aprecio. Las encinas son árboles resistentes. La gente le ha dado mucho cariño, igual es por eso que se ha mantenido viva tantos años”, asegura Lazuela.
15