La despoblación es la principal amenaza que la Asociación para el Desarrollo y Fomento de las Cinco Villas (Adefo Cinco Villas), detecta en su territorio, la comarca más al norte de la provincia de Zaragoza. En los últimos cinco años, Cinco Villas ha perdido unos 2.000 habitantes, más de un 6 % del total. Sin los dos municipios más grandes, la densidad de población ya no llegaría a los 4 habitantes por kilómetro cuadrado. Maite González (Ejea de los Caballeros, Zaragoza, 1973) es la gerente de esta asociación que, con un equipo técnico formado por seis mujeres, se propone ahora diseñar acciones con perspectiva de género.
En Adefo Cinco Villas, se han planteado empezar a diseñar medidas específicas con perspectiva de género, ¿por qué?
La perspectiva de género debe ser transversal a todas las políticas para mejorar la situación de un lugar, ya sea rural o urbano, porque la igualdad y la justicia social es fundamental. En Adefo Cinco Villas ya tenemos medidas que discriminan positivamente hacia las mujeres en la gestión del programa LEADER, relacionadas con la formación en áreas poco habituales entre las mujeres y con creación de empleo y emprendimiento por parte de mujeres. Sin embargo, en las políticas sobre despoblación y en otros proyectos en colaboración con Abraza la tierra o Pueblos vivos no hemos diseñado todavía ninguna medida específica relacionada con las mujeres y con la igualdad de género, que es algo que nos parece importantísimo en todos los procesos de repoblación.
Aunque todavía no estén diseñadas, ¿en qué tipo de medidas están pensando?
En primer lugar, tenemos que analizar con rigor y detalle cuál es la situación real en la distribución por sexos de la población en nuestro territorio. Tenemos estadísticas generales, pero hace falta un análisis más profundo para discernir en qué edades y por qué razones hay menos mujeres. Hay muchos estudios de sociólogos e investigadores en economía, pero a nosotros nos gustaría trabajarlo con detalle en las Cinco Villas porque cada sociedad, cada pueblo, cada territorio es diferente. Las particularidades de cada zona son las que al final definen por qué una persona trabaja, vive y decide hacer su vida en un lugar o en otro.
A la espera de ese estudio, ¿tienen la impresión de que la migración ha sido diferente en las últimas décadas entre hombres y mujeres?
Sí, eso está claro. La migración fue mayor entre las mujeres por distintas razones: la agrarización de la economía en el medio rural que relegaba a las mujeres a un segundo plano, las estructuras patriarcales, las ganas de las mujeres de huir de esa opresión que había en el pueblo... todo eso está estudiado (ww.eldiario.es/aragon/sociedad/mujeres-migrado-condiciones-precarias_0_704130504.html) y, ciertamente, ha dado lugar a un desequilibrio en la pirámide de la población. Hoy en día, la mayor parte de estas cuestiones ya no están tan vigentes. Cinco Villas todavía es una zona bastante agraria, pero hay muchas otras zonas en las que la economía se está terciarizando tanto como en las sociedades urbanas. Por eso, quizá el empleo ya no sea lo más importante a la hora de que una persona decida marcharse o quedarse, sobre todo en el caso de una mujer. Además, la concepción del mundo rural ha cambiado mucho en los últimos años. Yo pienso, quiero creer y creo de verdad, que ya no es ese lugar oscuro y cerrado donde no llega la modernidad. Ni muchísimo menos. Un joven rural y un joven urbano son exactamente iguales hoy en día, por eso, cualquier persona, hombre o mujer, puede desarrollarse igualmente en el pueblo que en la ciudad; incluso en el pueblo, en según qué cosas, de una manera mucho más satisfactoria.
¿Hoy en día, el origen de la emigración desde los pueblos se debe sobre todo a que los jóvenes salen a estudiar fuera?
Sí, no es que se vayan de una forma consciente: en principio, salen del pueblo solo para estudiar, pero, por lo que han vivido y porque toda la vida han escuchado que en el pueblo no hay trabajo para personas formadas, el momento de decidir volver al pueblo no es fácil. Además, hoy en día, tanto en el pueblo como en la ciudad, pero creo que incluso más en el pueblo, estudian más carreras universitarias las mujeres que los hombres. Ellos a veces se quedan a hacer una formación profesional relacionada con la economía del lugar o, simplemente, siguen llevando las explotaciones agrarias de sus familias. Por eso, en ese momento de transición, de decidir volver o no tras la universidad es donde nos gustaría trabajar específicamente con perspectiva de género, para abrir ventanas a estas mujeres que directamente han desestimado trabajar en el medio rural porque piensan que no tiene salidas. No es así. Yo pienso que actualmente es igual de fácil o difícil para una mujer y un hombre trabajar en el medio rural o el urbano. De hecho, las empresas en Cinco Villas se vuelven locas muchas veces para buscar gente formada que quiera vivir en el pueblo. Entonces, tenemos que ser capaces de transmitir a las mujeres que se han ido que pueden volver. En las mujeres, influye también mucho el tema del arraigo, que ha sido muy estudiado desde el punto de vista de la sociología y de la antropología. Por ejemplo, Rosario Sampedro, que es una gran especialista de la Universidad de Valladolid, habla de distintos tipos de arraigo. El positivo es el que tendría una mujer ya formada que ve una oportunidad en el pueblo de desarrollarse incluso mejor que en la ciudad. Se trata de que vivan en el pueblo porque quieren vivir allí y porque pueden contribuir a mejorar la sociedad. Otros tipos de arraigo que tienen que ver con gente que va al pueblo porque no le queda otro remedio o que se quedan porque no tienen fuerza o herramientas para marcharse fuera... esa gente está, pero no es lo que nos interesa. Se trata de establecer acciones para que nuestros pueblos tengan garantía de futuro.
¿Es más difícil todavía atraer a gente que ha crecido en las ciudades, que nunca ha vivido antes en un pueblo?
Atraerles no, pero es más difícil que se integren porque el medio rural tiene dos vertientes que son contradictorias. Por un lado, está muy idealizado, como un lugar en el que vives en contacto con la naturaleza, que hay que trabajar menos, con menos estrés, que los hijos se pueden criar con más libertad... todo eso es verdad, aunque, por otro lado, genera unas expectativas que muchas veces no son reales. En el medio rural hay que trabajar también y mucho y en los pueblos hay una soledad que no esperas en algunos momentos. Hay, por tanto, dificultades que es importante que la gente conozca cuando decide trasladar a su familia. La gente que viene de fuera y no sabe nada de los pueblos, que solo han estado una semana de vacaciones o un fin de semana en una casa de turismo rural, muchas veces los idealizan y no podemos llegar a cumplir sus expectativas. Por eso, quizá es más fácil que se establezcan permanentemente las personas que ya han vivido en un pueblo y que luego vuelven, porque ya saben dónde van.
¿Es diferente emprender negocios en el medio rural para hombres y para mujeres hoy en día?
Nosotros asesoramos a emprendedores y las iniciativas en comercio y servicios se suelen dar más en mujeres. Algo sorprendente es que muchas de ellas vienen con un miedo al fracaso mucho mayor que los hombres: parece que si el negocio no les funciona por cualquier circunstancia se hunde el mundo, mientras que, para los hombres, ese riesgo parece que no existiera, incluso con inversiones mucho mayores. También ocurre que las iniciativas promovidas por mujeres normalmente tienen menor coste económico, es decir, el riesgo que se asume es menor. Quizás las mujeres no entren a negocios con mayor inversión porque el rol femenino en la sociedad sigue estando marcado. A no ser que vengas de una familia emprendedora o que hayas mamado desde niña la posibilidad de crear algo grande, las mujeres normalmente empiezan con cosas pequeñas.
La despoblación, más allá del modo de vida, provoca que cada vez haya menos servicios en los municipios pequeños. ¿Las mujeres y los hombres viven esa falta de servicios de forma diferente, teniendo en cuenta los roles que comentaba?
Sí, sucede en los pueblos, aunque pienso que también en las ciudades. Lo que pasa es que es cierto que se evidencia más en el pueblo, porque en algunos no hay estructuras públicas de servicios sociales para los colectivos que normalmente son atendidos por mujeres. En un pueblo sin guardería, es más difícil que una mujer se plantee trabajar. Hay mujeres que cogen a su niño y lo llevan a la capital comarcal, haciendo más kilómetros todos los días; lo tienen mucho más difícil y, normalmente, el hombre no se plantea que él también lo puede hacer. Todavía hoy estamos así. Yo creo que, en la ciudad, si existieran estos problemas, se evidenciaría la misma desigualdad. Por eso, yo entiendo y comprendo perfectamente que las mujeres se quieran marchar; hay muy pocas personas que hoy en día, con la cultura y la educación que tenemos, quieran dedicar su vida exclusivamente al cuidado de los demás. También la creatividad está dando lugar a iniciativas interesantes, como guarderías o centros de día gestionados por familiares de una forma alegal: un grupo de madres contratan, por ejemplo, a una cuidadora infantil para que en la ludoteca municipal cuide a los niños mientras ellas trabajan. Es una pena que tenga que ser así, pero también es una solución que puede empujar a que en un futuro las políticas sean más flexibles en el medio rural, que es algo que siempre demandamos: que las políticas y las ratios tienen que ser diferentes a las del medio urbano, porque nunca jamás vamos a alcanzar los números que nos piden para que sea rentable. En los servicios sociales, la rentabilidad no es económica.
¿Las mujeres y los hombres se implican igual a la hora de reivindicar esos servicios?
No lo había pensado nunca, pero la reivindicación de las mujeres quizá es soterrada, quizá no es suficientemente potente. Yo tengo la sensación de que las mujeres muchas veces sienten ese cabreo, pero la reivindicación sobre la igualdad creo que debería ser más fuerte. También me da mucha rabia que tengan que ser las mujeres las que reivindiquen los servicios para los cuidados de los niños y mayores, cuando esos cuidados son una obligación tanto para el hombre como para la mujer. Probablemente, las mujeres también se lo tienen que reivindicar a sus propios maridos. Lo digo porque siempre se vincula que las mujeres puedan trabajar a que haya servicios de cuidados para niños y mayores, pero esos niños y mayores no son propiedad de las mujeres. Es una responsabilidad común.