Ernesto Hernández tiene 27 años, es agricultor y emprendedor rural en la localidad de Cuarte (Huesca). Ventura González tiene tres años más y además de ser agricultor es viticultor en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), cuna de la reina Isabel la Católica. Ambos jóvenes forman parte del Programa Cultiva que pone en marcha el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación con la colaboración de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), en todo el territorio español.
El objetivo es que profesionales del campo visiten durante cinco días la explotación de otros y otras agricultores y ganaderos para crear sinergias y compartir sus experiencias. Las estancias son gratuitas para los jóvenes que participan, lo que hace mucho más atractiva esta iniciativa que, de otra manera, no se podrían permitir, no solo por el coste económico de la misma sino porque a él se sumaría la pérdida económica que supone dejar la explotación para salir a conocer otras prácticas, otros cultivos y otras vidas.
Ernesto, agricultor oscense, es la segunda vez que participa en este programa. “Antes de visitar Ávila estuve en una explotación de trufa en Soria”, apunta, “una experiencia que me sorprendió muchísimo ya que el compañero al que visité me confió una forma totalmente novedosa para mí de producir trufas sanas, sin gusanos, a través de un método propio”, añade. El joven agricultor evita dar detalles de esta visita, que resultarían muy interesantes, porque “las trufas son un producto caro, y no me gustaría que se las robaran”, explica con pesar.
Para Ventura, tener a Ernesto como joven agricultor en acogida le ha hecho plantearse nuevas formas de hacer las cosas
Y es que así es el mundo de la agricultura. Los robos están a la orden del día, la venta fuera de los circuitos legales es cada vez más habitual debido al encarecimiento de los productos y la trufa es la joya gastronómica más buscada. Tras la experiencia en Soria, Ernesto volvió a participar en el Cultiva. Esta vez hizo la maleta y se marchó rumbo a la pequeña localidad castellano-leonesa de Madrigal de las Altas Torres, donde Buenaventura González Pinto, más conocido como Ventura, sería su anfitrión.
Ambos son productores de cereal, pero las diferencias de la tierra, el manejo de la misma y la modalidad de su cultivo les diferencian. Ernesto, procedente de una zona de secano “con tierras fuertes y ricas en nutrientes” debido a la tradición de practicar la siembra directa. Ventura es productor cerealista también de secano, pero en tierras “más castigadas” debido a la costumbre de hacer la siembra de manera convencional. Esta pequeña diferencia supone sin embargo la clave para que, durante la visita del oscense a Ávila, ambos agricultores hayan podido debatir, entre otros muchos temas, sobre las formas más propicias de riego, de aplicación de fertilizantes y de uso de fitosanitarios para el mismo cultivo en sus diferentes suelos.
Para Ernesto, la experiencia ha sido todo un “éxito” y le ha dado la oportunidad de ver con sus propios ojos “extensiones de tierra de secano enormes, de hasta 600 hectáreas, o el sistema de riego con extracción del agua de pozo por bombeo, que nuevamente debe bombearse para regar, con el encarecimiento que ello conlleva”, apunta, algo que sería “impensable en Aragón, dónde al contrario que en Castilla y León, sí pagamos canon de agua”, explica el joven.
Para Ventura, tener a Ernesto como joven agricultor en acogida le ha hecho plantearse nuevas formas de hacer las cosas, aunque “teniendo en cuenta que son prácticas, por ejemplo, el cambio de siembra convencional a siembra directa, que llevan sus tiempos, son arriesgadas y se tienen que plantear bien porque los resultados se verían a largo plazo”, comenta. En la parte que ambos jóvenes agricultores coinciden es en los “beneficios a nivel personal” que les ha aportado esta experiencia.
“No solo he salido de casa y he visto nuevas formas de trabajar la tierra, sino que he conocido a personas que tienen los mismos problemas, las mismas preguntas y las mismas inquietudes que yo”, dice Ernesto, a lo que Ventura añade que “Ernesto sabe que tiene aquí un amigo con el que puede contar siempre”. Y es que no solo la parte agraria es importante en estas visitas. Los agricultores y agricultoras de acogida muestran cómo trabajan sus tierras, pero también añaden actividades y planes complementarios a la experiencia. “Tenía claro que quería que la persona que me visitara también se llevara de aquí una idea de cómo vivimos, de nuestras costumbres, nuestra gastronomía, de cómo nos organizamos en nuestras cooperativas y presentarle a personas que pudieran resultarle interesantes”, explica Ventura.
En definitiva, la experiencia ha sido muy positiva, y es “de ida y vuelta” porque la relación ha sido tan buena entre estos dos participantes que ya están preparando una visita a Aragón para que Ventura y su padre puedan conocer la explotación y el negocio de fitosanitarios y fertilizantes que Ernesto puso en marcha con su socio en la comarca de la Hoya de Huesca.
Detrás de cada vida hay una historia
Ernesto, el agricultor oscense, decidió que se dedicaría a prestar servicios a otros profesionales del campo cuando siendo todavía un niño vio cómo su abuelo, impedido por una enfermedad, no podía realizar las labores y tenía que subcontratarlas a terceros. En un principio, sus padres, que nunca se habían dedicado al campo, no tenían claro que convertirse en agricultor fuera el mejor camino para su hijo. Pero Ernesto contaba con el férreo apoyo de su abuelo Patricio y con 19 años, tras finalizar su formación de grado medio en gestión forestal, compró su primer tractor; “era de cuarta mano, pero a mí me parecía perfecto” confiesa el joven.
Tras comprar algunas tierras, una sembradora usada y un remolque, este agricultor oscense empezó a trabajar en el campo para él y para otros. El fallecimiento de su abuelo un tiempo después no le frenó, sino que fue un impulso para seguir adelante con su sueño y el de Patricio; después de todo, su madre ya le había advertido de que “si dejaba de estudiar tendría que ser uno de los mejores en lo que eligiera” y, por supuesto, tenía la intención de cumplirlo. Adquirió su primera sulfatadora con 22 años.
En 2021 se asoció con su actual colega para poner en marcha su empresa de tratamientos fitosanitarios y fertilizantes. Siete años después del comienzo de su aventura, de abrirse camino trabajando con maquinaria de segunda y tercera mano, y con su abuelo siempre en la mente, Ernesto ha conseguido hacerse con un parque de maquinaria agrícola de alta gama para realizar su trabajo, el que siempre quiso, “prestador de servicios para agricultores”.