En sólo dos años, la asociación Prepali asegura que ha ayudado a entre 300 y 400 presos. No reciben ninguna subvención y son sólo una decena de voluntarios, aunque en algunas acciones se han implicado más personas. El secretario de la asociación, Enrique Calvo (Zaragoza, 1957) piensa que lo ideal sería aspirar al modelo de algunos países del Norte de Europa, donde las políticas apropiadas de reeducación, reinserción y prevención de los delitos están llevando a cerrar cárceles por falta de presos.
¿Cómo surgió la asociación?
El impulsor fue el actual presidente, Felipe Juste, porque, de la mano de su tío, un diácono, empezó a colaborar con algunas asociaciones que trabajan por la reinserción de gente en peligro de exclusión. Felipe se dio cuenta de que estas asociaciones no hacían exactamente lo que él quería; él había tenido algún empleado en el sector de la construcción que había tenido problemas y había visto de cerca lo que supone que alguien entre en la cárcel. Entonces, hace un par de años decidió poner en marcha una asociación especializada en atender a personas que han estado presas. Son personas normales que entran en prisión por las circunstancias que sea, pero que suelen perder la familia, el trabajo, las dos cosas... Al salir de la cárcel, puede haber cierta desesperanza si no hay alguien que te guíe para intentar volver a ser una persona normal, que luche, que trabaje y que tenga vida propia.
¿Por qué hacía falta una asociación específica?
Nosotros pensamos que no estaban cubiertas las necesidades y expectativas del colectivo preso. Nuestro objetivo es que se cumpla el artículo de la Constitución española que dice que las condenas privativas de libertad deben ser para reeducar y reinsertar a las personas, que no pese más la parte punitiva. La legislación es muy bonita, pero no se cumple nada. Lo único que tiene ahora mismo alguien que sale de la cárcel sin apoyo familiar es un subsidio de excarcelación; además, tardas dos meses en cobrarlo. Normalmente, la administración sabe con tiempo cuándo va a salir un interno de la cárcel. No tiene sentido que sea en ese momento cuando comience el papeleo; el día que sale, el preso debería tener ya como mínimo los 426 euros del subsidio de excarcelación. Ahora, con una mano en un bolsillo y la otra en el otro, lo normal es que alimentes el ciclo penitenciario y que, antes de que transcurran esos dos meses, reincidas y vuelvas al centro penitenciario. Al fin y al cabo, tal y como está planteado, es un negocio: alojas a una serie de delincuentes, manejas unos 21.000 euros al año por cada persona que tienes presa e incluso se puede hacer algún apaño que otro.
¿Para quién es un negocio? ¿Para Instituciones penitenciarias?
Sí, y para los políticos en general.
¿Ese subsidio de excarcelación es suficiente?
Para alguien que empieza de cero, es evidente que no es suficiente. Aún es más sangrante el caso de las personas que están privadas de libertad que trabajan en talleres penitenciarios: cuando salen, ni siquiera pueden acogerse a esos 426 euros del subsidio de excarcelación. Sólo les corresponde su paro y ese paro suele ser ridículo porque sólo han estado cotizando por 120 ó 160 euros al mes. No se premia de ninguna manera que la gente trabaje dentro de la cárcel. Muchos presos también lo harían para mantener a su familia fuera. Pero esos 120, 160 o, como mucho, 200 euros, no suponen nada.
¿Qué otras necesidades tienen las personas que salen de la cárcel?
Si la condena es corta, hay bastantes menos problemas porque normalmente el preso no se ha desvinculado familiarmente y se le puede ayudar mucho más rápidamente a encontrar trabajo o el camino para rehabilitarse. Cuando la condena es más larga, es muchísimo más complicado. Lo fundamental es que no se desanimen dentro, que la gente estudie y, si se puede, que aprenda un oficio. Se trata de aprovechar el tiempo, de no malgastarlo. Si no, los presos acaban dándole vueltas a la cabeza para seguir haciendo lo que hacían antes de entrar sin que les pillen.
Además de la duración de la condena, ¿qué más influye en que la reinserción en la sociedad sea más o menos difícil?
Si uno tiene fe en sí mismo, quiere recuperarse y tiene claro que no quiere volver a entrar en un centro penitenciario, la reinserción es mucho más fácil, hayas hecho lo que hayas hecho. Estamos tutelando a gente que está a punto de terminar condenas de 20 o 30 años por acumulación de pequeños robos y, claro, cuando ellos entraron no había tranvía en Zaragoza, ni móviles... Eso es todo un shock. Con todo, tenemos por ejemplo un caso de un hombre condenado a 23 años que está ya en tercer grado, estuvo estudiando y trabaja casi desde que salió. Por cierto, el tercer grado se usa muy poco, a pesar de que es un muy buen punto de salida para cualquier condena. Nunca se debería dar a nadie por perdido; cada caso hay que estudiarlo individualmente. De hecho, es a lo que está obligada la administración, a hacer un estudio de tratamiento individualizado para cada preso. Hay pocos equipos de tratamiento para demasiados internos y, al final, no se estudia a conciencia a ninguno de ellos. Después, hay gente que se deja ayudar y gente que no se deja.
¿Ha habido casos de presos que hayan rechazado vuestra ayuda?
No exactamente, lo que sí nos ha pasado es que hay gente que, en principio, sí quieren la ayuda y piensan que volver al ciclo vital de la sociedad va a ser fácil, pero después no ponen nada de su parte y vuelven a las andadas. Nadie ha rechazado la ayuda, pero sí ha habido casos puntuales a los que no les ha servido, que no han sabido aprovecharla. Los voluntarios no pueden ser su sombra en todo momento.
¿Los presos con los que trabajáis suelen contar con el apoyo de los amigos y familiares que tenían antes de entrar en la cárcel?
Sí, normalmente, son las familias quienes acuden a nosotros para que ayudemos al familiar preso. También tenemos casos de inmigrantes que sin familia aquí, que nos han conocido a través del “boca a boca” dentro de la cárcel y nos han pedido ayuda. A veces, vamos a recogerles a la salida de las cárceles de Zuera y Daroca para trasladarles a Zaragoza. Les ayudamos a presentar los recursos iniciales para los permisos, para solicitar grados, se intenta hablar con el juez de vigilancia y con la asistenta social… No tenemos ninguna subvención pública. Todos los voluntarios dedicamos nuestro tiempo de forma gratuita y también ponemos algún dinero en gasolina, cartas, sellos...