‘Héroes del silencio’: la soledad y el vacío conviven ya con los vecinos de la provincia de Teruel

Nerea Lozano

10 de enero de 2023 22:23 h

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El silencio, la sensación de soledad, las calles vacías y ausencia de luces en las casas es lo que muchos vecinos de la provincia de Teruel encuentran cada día al abrir la puerta de sus hogares. Cada vez se escuchan menos coches, maletas de viajeros o conversaciones entre vecinos para dar paso a los simples sonidos de la naturaleza que llenan las calles y los recuerdos de lo que antes fue. Lo que muchos denominan como España Vaciada sigue perdiendo habitantes y como el propio nombre indica podría “vaciarse por completo”. Al menos así lo señala el último Censo de Población y Viviendas publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Este indica que a principios de 2021 la provincia turolense contaba con 134.259 censados, lo que supone 8.903 habitantes menos desde el último registro hace 10 años y se convierte así en la provincia aragonesa que más decrece. 

Esto no es un caso aislado y la historia de dejar el campo para encontrar nuevas oportunidades en las grandes ciudades “se repite”. El censo turolense está en “números rojos” desde 1981 y solo rompió la tendencia a la baja en 2001 gracias a la llegada de personas de otros países. El último registro fechado en 2021 deja un mapa con “amplios desiertos”, ya que se estima que un 84,7% de los municipios han perdido vecinos o, lo que es lo mismo, 200 de las 236 localidades totales existentes en Teruel. Estas cifras no reflejan la realidad al completo, hay que tener en cuenta, especialmente en poblaciones reducidas, que muchos vecinos están censados, pero visitan el pueblo como segunda residencia en épocas vacacionales. 

Los pueblos más vacíos

En la provincia se cuantifican 196 municipios con menos de 500 habitantes y que reúnen cerca de un 20% de la población total. Es en estas poblaciones donde más se nota el silencio y recuerdan los bares llenos para dar paso a sillas vacías. Algunos con la caída más destacable se encuentran en la Sierra de Albarracín, como pueden ser Frías al pasar de 156 a 103 censados, Jabaloyas de 87 a 61 registrados o Valdecuenca que de 55 se queda con 29. Aproximadamente a 80 kilómetros de distancia de esta última población se encuentra el caso “más extremo”, Almohaja, con una caída de casi el 52%, lo que se traduce en una pérdida de 29 a 14 habitantes. Sin embargo, esta cifra es “muy superior” a los que realmente viven, según explica José Ignacio Abril Anquela, quien guarda relación familiar con este pueblo. “En Almohaja viven todo el año entre dos y cuatro personas, pero las temporadas de frío son muy duras y puede que en invierno se quede totalmente vacío. Hay parejas mayores que intentan pasar el máximo de tiempo posible, aunque no es su residencia principal”, reconoce. 

La historia de José Ignacio es un ejemplo de tantos de los hijos de aquellas personas que se vieron obligadas a dejar los pueblos para sobrevivir y vuelven allí para pasar los veranos. “Mi familia materna es de Almohaja, cuando era niño me llevaban a pasar el verano y cuando terminaba volvíamos a Valencia, así cada año y se notaba como la gente dejaba de ir con el paso del tiempo”, relata. Además, incide en la idea de que “Almohaja está despoblado, pero no abandonado porque la gente ha tratado de arreglar las casas”. Él mismo decidió adquirir con su hermano una casa construida en 1892 y restaurarla para tener un lugar al que volver “más allá de las vacaciones” y seguir construyendo recuerdos. A pesar de todo confiesa con claridad que “es cuestión de tiempo que Almohaja se quede en nada y el futuro es que nadie viva ahí”. 

Lo que ven y viven las calles de Almohaja es la realidad de otros muchos pueblos, como puede ser Riodeva, reconocido por su riqueza paleontológica y que debe su nombre al río que la rodea. En tan solo diez años un 27,8% de sus vecinos han hecho las maletas para marcharse, pasando de 176 censados a 127. Uno de los hechos que podría haber acelerado la bajada fue el cierre a finales de 2018 de la explotación minera de silices y caolín, después de 60 años siendo el motor del pueblo. Según los vecinos, en las últimas décadas se había convertido en una de las únicas vías de subsistencia para una decena de familias, que se vieron obligadas a dejar sus casas para buscar nuevas oportunidades. 

Un vecino que nació en esta localidad continuó con la tradición familiar y comenzó a trabajar en la mina, aunque terminó dejándolo para impulsar su propio negocio en una gran ciudad. “Ahora vengo porque mi madre sigue viviendo aquí, en el verano la gente viene y me reencuentro con amigos y familia que salieron a Barcelona o Valencia y recordamos buenos momentos. El invierno es mucho más costoso y a veces piensas que con los años estos pueblos están destinados a desaparecer ”, añade. Su madre de casi 90 años “es la resistencia” y pasa “todo el año en su casa de toda la vida en Riodeva”. “Es muy duro ver como algunos vecinos de siempre se van a pasar casi la mitad del año fuera y sales a la calle y puedes pasar semanas sin encontrar a nadie con quien hablar. Recuerdo cuando era joven y el pueblo, los campos y la escuela estaban llenos de vida, había más de 800 personas y me da pena que eso se esté perdiendo en este y el resto de los pueblos y no se haga nada para pararlo”, describe. 

La actividad minera es uno de los fuertes turolenses y tiene gran repercusión demográfica. El cierre definitivo de la central térmica de Andorra provoca que sea una de las diez grandes poblaciones que más censados ha perdido. Con la caída de las torres se fueron 877 vecinos, que supone casi el 10,7% de su población. La epidemia de la despoblación va más allá de los pequeños pueblos porque a la localidad andorrana le siguen Alcañiz con un declive de 396 censados, Cella con 308 o Alcorisa, que ha perdido 265. 

Todos esos pueblos que ven como las luces se apagan, los edificios empiezan a deteriorarse y muchos terminan derrumbados y las persianas bajadas se encuentran con otro gran obstáculo. La publicación del Censo poblacional del INE les puso en alerta porque en 28 de los 236 municipios no hay ningún menor de 16 años censado y dificulta la posibilidad de “futuro”. 

Proyectos de salvación

Para revertir estas “preocupantes” cifras se trabajan en distintos proyectos. Por ejemplo, en Almohaja, José Ignacio Abril Anquela emprendió junto a su prima y hermano una Asociación Cultural con el fin de crear actividades que reunieran e hicieran volver a la gente al pueblo. Una de las iniciativas más frecuentes es la exposición anual de “un fondo documental de fotografías” para recordar la historia de Almohaja y que va creciendo con el paso del tiempo. 

Por otra parte, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) concede a Teruel 1,2 millones de euros para luchar contra la despoblación. Esta cuantía permitirá financiar doce proyectos con el objetivo de transformar el territorio y potenciar la llegada de nuevos habitantes. Ejemplo de ello son el programa lanzado por la Diputación de Teruel con una oficina que muestre todas las oportunidades de la provincia, la Comunidad de Albarracín apuesta por el proyecto Fungalia para el desarrollo rural a través de la micología o SeRural en Ejulve que tiene por fin lograr sostenibilidad territorial con la creación de comunidades energéticas.