No les faltan clientes (aunque todos son bienvenidos). Tampoco manos (alguna más no vendría mal). Conocen los procedimientos y los mecanismos. De la borda (RAE: en el Pirineo, cabaña destinada a albergue de pastores y ganado) de 1853 que han convertido en fábrica sale la cerveza perfectamente embotellada. La odisea empieza entonces y está trufada de obstáculos que rozan el surrealismo. Impropios de este tiempo. Ajenos en la gran ciudad.
En Aineto, a poco más de 50 kilómetros de Sabiñánigo, en el valle de La Guarguera (Huesca), viven unas 40 personas. Hay tres negocios: dos carpinterías y la fábrica de cervezas Borda. Felipe, el autor cervecero, y Menchu, la cocinera, están al frente. La aldea se abandonó en los años 50 y comenzó a repoblarse en los 80.
Allí llegó Felipe en 1992 por la misma razón que después le llevó a fabricar cerveza: “Por casualidad. Yo residía en Zaragoza y me dedicaba a la animación infantil. Quería vivir en un pueblo, por la tranquilidad, por el entorno, porque me encanta pasear. Empecé a colaborar con un grupo de títeres de la zona y caí allí”. Dice abiertamente que se vive “mejor” en el pueblo que en la ciudad, pero, ojo, “eso de que en un pueblo no te estresas, tampoco es verdad”.
Con la crisis los contratos para actuar comenzaron a escasear y, aún compaginándolo con su faceta artística, empezó a fabricar cerveza: “Por casualidad, llegó uno al pueblo y dijo, ¿qué pasa, que en este pueblo nadie sabe fabricar cerveza? Y a ello que me puse”. Al principio era casi un hobby, invitaba a sus amigos, la regalaba; en 2015, junto a Menchu, lo convirtieron en un negocio. En un modo de vida.
“Llevamos la carga a 40 kilómetros de Aineto y allí la recogen, pero pagamos como si vinieran a la puerta de casa”
Cervezas Borda lleva casi cuatro años funcionando. Han sacado adelante un negocio en uno de esos lugares masacrados por la despoblación. Adaptándose a las dificultades, que se multiplican en este entorno tan idílico como hostil para según qué cosas. Ya con cierta experiencia, no dudan ni un ápice cuando se les pregunta por el mayor escollo: el transporte. “Dicen que internet es la clave de todo, pero no estoy de acuerdo. Tenemos página web, y de qué me sirve si no consigo transportistas que lleven los pedidos. Para un negocio como este lo importante es el transporte y este solo es bueno donde hay buenas carreteras”, asegura Felipe.
En los inicios, recuerda Menchu, discutía con los transportistas todos los días: “Ahora ya sabemos cómo funciona, manejo los tiempos y, si necesito algo, lo pido, como mínimo, 10 días antes”.
Les costó poco descubrir que el transporte iba a ser la gran piedra en un camino plagado de ellas. A estas alturas hacen ellos casi toda la distribución, sumando kilómetros por carreteras que, a veces, ni ameritan esa denominación. El problema acaece cuando, por imposibilidad física o temporal, les es imposible llevar un pedido: “Ningún transportista sube a Aineto”, explican, “así que tenemos que llevar la carga a Hostal de Ipiés (a 40 kilómetros) y allí nos la recogen, pero pagamos el porte como si subieran hasta Aineto”.
La divergencia entre lo pagado y lo obtenido surge también cuando son ellos los receptores: “Si necesitamos algo lo pedimos con mucho tiempo de antelación, tardan, más o menos, 10 días, y nosotros pagamos por un servicio de 24 horas”.
La mesa está en Sevilla, el lúpulo en Alemania
Hace un tiempo les hicieron –con mucha previsión– un pedido de seis palés de cervezas para un supermercado en Zaragoza. Con la premonición de que aquello no iba a ser fácil, comenzaron a barajar las opciones que tenían. Algunos, recuerda –ahora sonriente– Menchu, nos pedían hasta 700 euros. Otros ni siquiera iban. Uno nos propuso ir con una furgoneta a Hostal de Ipiés, llevarse dos palés, al día siguiente otros dos y terminar en un tercer día. Guardarlo todo en un almacén en Huesca y, desde allí, llevarlo con un camión a Zaragoza. En total, un sinfín de servicios que lo encarecía sobremanera.
Tres meses tardaron en encontrar a un transportista que hiciera el servicio sin dislates y por un precio adecuado. Al final, explican ambos, salió todo bien, “pero te dan ganas de dejarlo todo. Era un gran pedido y encima la primera vez que nos lo hacían”.
En cuatro años hay ejemplos de sobra para evidenciar una problemática que linda con la tragicomedia. Hay veces, cuentan, “que, si el transportista conoce a alguien de Aineto que trabaja en Sabiñánigo, le da a él el paquete para que nos lo suba”. A Felipe le dejaron un paquete de 300 kilos en Hostal de Ipiés, con la intención de que él se lo llevara al pueblo.
Y más: como la ocasión en la que les hicieron un pedido urgente de dos cajas para un evento de una tienda en Zaragoza y el transportista llegó dos días tarde: “Aunque no lo pudieron usar para el evento, al menos se lo quedaron”.
Están hartos de escuchar y leer dos palabras: “En tránsito”. Cuando piden algo y, pasado un tiempo prudencial, no ha llegado, consultan su paradero, “y siempre está en tránsito, pero ¿dónde?”. En Sevilla acabó una mesa que necesitaban para una feria. En Alemania un pedido de lúpulo. En Aineto siguen Felipe y Menchu. A la espera de un envío que va con siglos de retraso.