A César Velasco (Madrid, 1986) no le gustaría que le presentásemos como un “achiever”, un “triunfador”. Tampoco es un trepa ni un bicho raro. Es verdad que la revista Forbes le considera el joven europeo más influyente en el ámbito sanitario. Ocupa la subdirección médica del Clínico Universitario de Zaragoza. Colabora con la Organización Mundial de la Salud como experto internacional para vacunación del ébola. Y está contento con su carrera profesional. Pero, a la vez, nos cuenta que ha tenido que acostumbrarse a mantener el contacto con su familia desde la distancia. Que se ha visto obligado a trabajar en inglés durante más tiempo que en castellano. Que tiene amigos en paro. Y que sus mejores aliados han sido las becas y el esfuerzo.
¿Qué está suponiendo para usted haber entrado en la lista Forbes de los jóvenes menores de 30 años más influyentes de Europa?
Aunque contactaron conmigo en el proceso de candidatura, nunca imaginé que me fueran a seleccionar y menos aún, que yo fuera quien encabezara el apartado de “Ciencia y Salud”. Fue una sorpresa; da un poco de vértigo porque no sabes qué implicaciones va a tener. Yo me lo he tomado con mucha humildad, con los pies en la tierra y con ganas de seguir trabajando. Esto no cambia ni mi trabajo diario ni mis perspectivas de futuro. También creo que es una mención a una trayectoria y lo que me importa es continuar con esa trayectoria de intentar cambiar el mundo poco a poco y de seguir aceptando retos como el que acabo de asumir ahora en la sanidad pública de Aragón.
Aunque no haya cambiado sus intenciones, ¿puede suponer un refrendo de su trabajo ante los demás?
Sí, puede ayudar a que la gente crea en los jóvenes y en el talento, independientemente de la edad. También a que se crea en la universidad pública y en los que hemos luchado por tener un futuro a la altura de algunos profesionales del extranjero. La otra cara de la moneda es que alguien entienda esto como una amenaza a cómo se han hecho las cosas hasta ahora, que se pueda ver como una incursión en un terreno que no pertenece a los jóvenes. Tenemos que conseguir que los jóvenes, las mujeres y todos los colectivos que han tenido difícil acceso a algunos ámbitos rompan esas jerarquías.
¿En España necesitamos especialmente que alguien externo nos haga valorar lo que tenemos?
Sí. En primer lugar, lo vemos en que mi presencia en la lista Forbes se ha convertido en noticia. Hay otros diez españoles en la lista, aunque no estén colocados los primeros de sus categorías, y el único que está teniendo tanta repercusión en los medios soy yo, porque trabajo en Sanidad. Es muy normal que un deportista tenga 28 años, gane millones de euros y salga en la televisión. Sin embargo, hay mundos, como el sanitario, en los que parece que a los jóvenes nos cuesta más ser reconocidos; parece que ser joven sea un hándicap. Tenemos que ir rompiendo esas barreras poco a poco.
¿En qué ha influido usted hasta ahora?
Es algo que me pregunta mi familia, cuesta explicar a los padres a qué te dedicas cuando has estudiado medicina y no haces cirugía, sino que has elegido una especialidad que es una gran desconocida. Yo creo que, en mi caso, ser influyente se refiere a que conozco el mundo sanitario: a nivel asistencial, en la administración pública española, en el Ministerio, en instituciones internacionales, conozco sistemas sanitarios en países en vías de desarrollo, he trabajado en sanidad en diferentes idiomas... Pienso que Forbes considera influyentes a personas que tienen capacidad de influir porque conocen su ámbito laboral y, al mismo tiempo, personas de las que la sociedad debería, si no lo hace, esperar algo. Además, creo que esperan algo de aquellos a los que representas. Es decir, si seleccionan a alguien que tiene una start-up de libros infantiles, esperan que ese sector logre cambiar el mundo a través de la educación infantil. En mi caso, esperan algo de la gente que trabaja en sanidad, es joven, se ha movido en países en vías de desarrollo, no tiene miedo a salir de su círculo de confianza... De esta gente, esperan que seamos capaces de mantener esa ética y ese compromiso. Y que si podemos cambiar el mundo, lo hagamos con esfuerzo y dedicación, que no nos acomodemos.
Dice que la especialidad de “salud pública” es una gran desconocida, ¿usted la eligió convencido?
Sí, aunque tuve mis dudas porque entré en Medicina sin saber que querría hacer realmente. El sistema educativo español es muy bueno, pero creo que tiene un problema: que no nos deja elegir lo que queremos ser de una manera informada; con 17 años ya tienes que lanzarte a elegir una carrera y si cambias de mundo profesional con veintitantos años parece que eres un fracasado, algo que no ocurre en otros países. Yo decidí hacer Medicina porque me gustaba la ciencia, el arte y la humanística. Me parecía interesante, pero no soy uno de esos estudiantes de Medicina de familia de médicos o que quieren ser médicos por encima de todo. Utilicé mucho las becas para descartar opciones y cada vez me gustaba más la medicina preventiva y la salud pública. Fue una decisión reflexionada, me costó tomarla.
¿Por qué eligió esta especialidad?
Porque tratar a un paciente tiene mucho mérito, pero la salud pública da la opción de tratar poblaciones. Podemos abordar los problemas antes de que sucedan, prevenir, tener una visión global y capacidad de cambiar el mundo a través del conocimiento y de la medicina basada en la evidencia. La salud pública da muchas herramientas, es una manera de integrar en el trabajo del día y a día la creatividad y la innovación. A mí eso me pareció una oportunidad.
La salud pública se enfrenta a grandes retos, en parte, por los movimientos migratorios...
Sí, a la vista está. No es un reto solo por lo que suponen los movimientos migratorios, el cambio climático o las enfermedades emergentes, sino también un reto para la comunicación científica y social. Decidir cómo comunicar sobre algunas enfermedades supone una gran responsabilidad a nivel global. Evidentemente, las crisis migratorias y las pequeñas fluctuaciones en la salud de una población que antes era lejana, cada vez nos afectan más. Pero es muy peligroso comunicar un riesgo inexistente para nosotros o tomar decisiones que no estén basadas en la evidencia. Un ejemplo sería entender la crisis de refugiados como una amenaza para la salud. Nos ponemos la mascarilla como si nos fueran a transmitir la tuberculosis y hay menos tuberculosis multi-resistente en las personas que vienen de esos países que en los países europeos. Tenemos miedo a que nos transmitan enfermedades vacunables y la cobertura de vacunación en algunos de los países de los que provienen es mejor que en los países de recepción. Por eso, necesitamos generar un conocimiento técnico sobre qué decir y cómo, con profesionales multidisciplinares, que sepan de salud global.
¿Cree que realmente era necesario transmitir a la población que el ébola o el zika suponen un riesgo?
No; además, la situación de riesgo es la misma antes de que cunda el pánico y después. Deberíamos separar mejor las emociones y los sentimientos que pueden provocar una epidemia del pensamiento basado realmente en la evidencia. Evidentemente, siempre hay un riesgo, pero la obesidad es una epidemia y no genera pánico. O el tabaquismo, que mata a mucha más gente.
¿Ese pánico no puede llevar, al menos, a que los gobiernos y las farmacéuticas investiguen algunas enfermedades con más interés?
Eso no ocurre por el pánico, sino por la opinión social. Hoy en día tenemos una sociedad que tiene un suficiente conocimiento y acceso a la información y profesionales comprometidos con la transparencia que pueden promover esa opinión social sin llegar a pasar por el pánico. Lo vemos también en las enfermedades vacunables: cuando la gente no ve la enfermedad, disminuye la vacunación y vuelven a surgir casos. Entonces, la gente vuelve a tener miedo, incluso pánico, y suben otra vez las vacunaciones. Deberíamos conseguir desligar las coberturas de vacunación del miedo, frente al conocimiento de la enfermedad y las evidencias. Al fin y al cabo, la medicina es una cuestión de ciencia, no de creencias.
¿Resulta frustrante pensar en que hay poblaciones que no importan para la investigación científica mundial?
Sí, que existan colectivos vulnerables es duro y no ocurre solo en los países en vías de desarrollo. A la vez, luchar contra las enfermedades que generan estigma, desigualdades de género, injusticias... es un aliciente para los profesionales con un componente más humano. Me gusta hablar de medicina humana y no humanitaria, que es la que se practica en este hospital, en un centro de atención primaria y en la escalera de una comunidad de vecinos. Se trata de que llegue la salud a los que más lo necesitan.
¿En qué más le gustaría influir?
En la manera en que intentamos influir en la salud, tanto las personas como las instituciones; en educación para la salud de la población. También en las inversiones en Responsabilidad Social Corporativa, porque a veces se invierte dinero en proyectos que no son los más prioritarios o que no están basados en evidencias. Se debería invertir más en proyectos sociales de emprendeduría social, dirigidos a personas en riesgo de exclusión, proyectos que tengan que ver con ONG locales, con innovación clínica y hospitalaria... Y la Responsabilidad Social Corporativa tampoco debería quedar limitada a grandes instituciones y fundaciones.