Manuel Castán Espot (Gabás, 1955) es el presidente de la asociación Estudio de Filología Aragonesa, nombre bajo el que ,“por cuestiones legales”, opera la denominada Academia de l'Aragonés. Esta organización surgió en 2006, tras el frustrado intento de crear una autoridad lingüística que fuera reconocida por todos los colectivos del aragonés. Castán, sobrio y comedido, elige con cuidado las palabras de sus respuestas, que traslucen las todavía hoy vivas desavenencias entre los distintos sectores que trabajan en defensa de esta lengua propia de Aragón.
Este profesor de Lengua y Literatura, que tiene la “inmensa tristeza” de saber que un día su dialecto materno, el patúes, desaparecerá, ha asesorado en materia lingüística a los gobiernos de Marcelino Iglesias y de Luisa Fernanda Rudi. Sobre la política de este último ejecutivo, considera que fue un “error” denominar al aragonés y al catalán como “lapapyp” (“lengua aragonesa propia de las áreas pirenaica y prepirenaica” y “lapao” (“lengua aragonesa propia del área oriental”), respectivamente.
Cortés, Manuel Castán pide permiso para fumar durante la entrevista, que tiene lugar en la sede del Estudio de Filología Aragonesa.
¿Cuál es la situación actual de la lengua aragonesa?
La lengua aragonesa histórica está compuesta por las distintas variedades del aragonés. Comenzando por la zona oriental, encontramos el patués, el ribagorzano del Valle de Benasque, y el bajorribagorzano, en la zona de Campo a Fonz. En el Sobrarbe, sobrevive el chistabino en el valle de Chistau. En Bielsa, el belsetán apenas lo hablan familias contadas. En La Fueva está muy muerto, y a partir de ahí hay un vacío en el Valle del Ara, Biescas, Sabiñánigo, Jaca... Salvo un reducto del panticuto en Panticosa. Hay que llegar al Valle de Hecho para encontrar el cheso, con gran vitalidad porque la gente lo defiende. En Ansó, el ansotano está muy alicaído, por desgracia. Luego hay zonas aisladas, como Ayerbe, donde hay restos de ayerbense en decadencia.
¿Se ha producido en los últimos años un retroceso significativo?
Hay zonas en las que se hablaba el aragonés histórico que se están castellanizando a gran velocidad. También hay pequeños milagros, como que el ribagorzano sobreviva en pueblos cercanos a Barbastro, como Estadilla y Fonz. Por otro lado, están los nuevos hablantes que han aprendido el denominado aragonés común, que, como ocurre con todas las lenguas cultas, es en cierta manera una construcción artificial, igual que ocurre con el castellano. Se da la paradoja de que los más fervientes defensores del aragonés son estos nuevos hablantes, que ven en la lengua una seña de identidad. Hay muchas personas que han invertido mucho tiempo, y a veces dinero, en defender ese patrimonio que vemos desaparecer poco a poco. Tengo la inmensa tristeza de que el patués, mi lengua, desaparecerá, pero esa pena está mitigada porque sé que yo no lo veré desaparecer, porque sigue habiendo hablantes jóvenes.
¿Cómo valoras las políticas recientes del Gobierno de Aragón respecto a la lengua aragonesa?
Con el Gobierno de Marcelino Iglesias (PSOE) se aprobó la Ley de Lenguas de 2009, en la que colaboré en cuanto se me requirió y que considero una buena legislación. Dentro de esa ley se creó el Consejo de las Lenguas de Aragón, en el que también participé. Entre sus misiones estuvo elaborar los estatutos de la Academia del Aragonés y de la Academia del Catalán. Pero el ejecutivo que había promovido esa vía se fue sin constituirlas. Así que el proceso se hizo bien, pero no se culminó.
Con Gobierno PP-PAR se aprobó otra Ley de Lenguas en 2013, de la que entonces advertí que era un error no mencionar a las lenguas por su nombre y usar denominaciones geográficas. En cualquier caso, se puede trabajar a favor del aragonés con una ley buena o mala, depende de las circunstancias. Durante estos años he colaborado con el Gobierno de Aragón como asesor en lenguas propias y puedo decir que se han hecho cosas muy importantes por el aragonés, dentro del marco legal establecido, y que las autoridades con las que he colaborado me han puesto toda clase de facilidades.
¿Por ejemplo?
Cambiamos la distribución de las zonas del profesorado de aragonés, de manera que en primaria se estudiaran las variedades de cada lugar. Creamos la plaza de ansotano, la plaza de cheso, la del valle del Ara y la de Secundaria de Aínsa. Por primera vez, se redactó el currículo de lengua aragonesa como una asignatura más dentro de la LOMCE. Hicimos el de Primaria, pero por un desacuerdo respecto a la ortografía usada fue impugnado por la Fundación Gaspar Torrente y se encuentra suspendido cautelarmente. También redactamos el currículo de Secundaria, y con este lo que ha pasado es que ha llegado el cambio de gobierno y se han derogado los currículos de la LOMCE, también el del aragonés. Así que se ha trabajado, tanto con PSOE como con PP, pero en el aragonés siempre volvemos a empezar de cero.
Al final de lo que se habla es del “lapapyp” y del “lapao”...
Nos produce cierta tristeza. Una ley no ha de inducir a error, debe decir lo que la ciencia establece, que las lenguas de la zona oriental pertenecen al ámbito lingüístico del catalán. El aragonés plantea complicaciones desde el punto de vista de la conservación, pero el catalán, que tiene vitalidad – lo estudian cerca de 5.000 alumnos en la zona oriental-, se encuentra con la dificultad de que levanta ampollas en determinados ámbitos de la sociedad aragonesa.
El Gobierno de Aragón ha anunciado la retirada de la Ley de Lenguas del PP-PAR. ¿Qué tendría que incluir desde vuestro punto de vista el nuevo texto legal que se lleve a las Cortes?
Debería reconocer la denominación de las lenguas y volver al espíritu de la ley de 2009, con la reposición del Consejo Superior de las Lenguas Propias de Aragón, que tenía como función aconsejar sobre este tema. También sería una buena medida volver a las Academias que ese Consejo nombró en su momento. Se puede hacer de otro modo, pero entonces la sombra del Consejo y de las Academias sobrevolará negativamente cualquier actuación que se haga.
¿Y es posible que la nueva ley se apruebe con consenso político y social?
Conviene que la ley tenga el apoyo de los partidos mayoritarios para que no haya más vaivenes. Pero creo que no será así. El que se cite al catalán será problemático, y también que se contemple algún tipo de oficialidad.... Sería necesario un esfuerzo para hacer una ley de mínimos que permita el trabajo a largo plazo.
El actual Gobierno de Aragón ha creado la Dirección de Política Lingüística.
De momento a esa Dirección no se le conocen apenas actuaciones, así que no podemos juzgarla. Nuestro reparo es que la persona elegida para el puesto pertenece a CHA, en cuyo entorno hay asociaciones, como el Consello d’a Fabla Aragonesa, que usan un modelo de lengua y ortografía que no compartimos. Tampoco me ofrece confianza la persona elegida para estar al frente de esa Dirección General por otros motivos: apenas habla aragonés, no habla catalán y no tiene conocimientos lingüísticos sólidos. Por otra parte, los primeros anuncios son desoladores. Al parecer, se está tramitando una Orden para que el Diploma de lengua aragonesa que se imparte en la Universidad de Huesca sea la titulación acreditativa para las plazas de profesorado de aragonés. De confirmarse, sería el peor inicio. Ese Diploma lo puede cursar y aprobar alguien que no tenga apenas conocimientos de aragonés y no puede facultar para dar clases de nuestra lengua. Además, entre el profesorado que imparte el Diploma, no hay ningún hablante nativo de la lengua.
¿Cuál sería vuestro modelo para la enseñanza del aragonés en el sistema educativo?
Actualmente, todas las clases de aragonés financiadas por el Gobierno de Aragón, en las zonas donde se conserva el aragonés histórico, son extraescolares, lo cual las estigmatiza, porque se imparten en horas de ocio de los niños. Aún así, hay en torno a 600 alumnos, que son verdaderos héroes. ¿Cómo deberían ser? En horario escolar, con una dotación horaria mínima de dos horas semanales y de manera que se privilegiara para que no fuera una asignatura que entre en un “sorteo” de optativas que la puedan relegar. Es curioso que, de entre todos los monumentos culturales que hay en Aragón, no se considere a la lengua aragonesa como un tesoro intangible. Si en lugar de una lengua habláramos de una ermita, trataríamos de que las piedras no se desmoronaran.
Hay un largo debate en los círculos del aragonés en torno a la ortografía y el modelo lingüístico...
En cuanto a la ortografía, no es más que una convención. La mayoritaria entre los usuarios del estándar del Consello d’a Fabla Aragonesa ha sido hasta tiempos recientes la que se conoce como ortografía del 87 o del Consello, establecida en 1987. Sigue el modelo de la castellana, pero con innovaciones como no usar la “v” ni la “h” (salvo en diacríticos) y usar la “z” para el sonido interdental, por ejemplo en “nazión”. Es un tipo de ortografía que se puede usar, pero la propuesta del Estudio de Filología Aragonesa trata de respetar en lo posible el origen latino del aragonés. Por ejemplo, se puede escribir “bitamina”, pero es preferible “vitamina” porque viene de la raíz latina “vita”. Creo que actualmente el mundo del aragonés ha adoptado mayoritariamente nuestra propuesta, y es difícil que se vuelva a la del 87. Es más, nosotros en ningún caso.
En lo que respecta al modelo de lengua, lo prioritario para nosotros es conservar las variedades históricas en su versión más genuina, ya que muchas están ya muy castellanizadas. Pero junto a esto, es conveniente que exista un registro común, porque da unidad al aragonés, sirve de referencia a los hablantes patrimoniales y permite que lo aprendan personas interesadas en su estudio.
¿Ves adecuada la presencia del aragonés y el catalán en el espacio público?
Debería ser más habitual y normal, que nadie se escandalizara por su uso. En los medios de comunicación sus apariciones son muy escasas y habrían de ser habituales. Ahora bien, los hablantes de aragonés y catalán hemos de ser conscientes de que representamos un porcentaje muy pequeño de la población de Aragón, así que no se puede imponer una presencia más allá de su peso real, aunque debería haber una discriminación positiva.