Aragón, tierra de castillos

Hay lugares en Aragón que merecen una visita obligada y uno de ellos es el castillo de Loarre, que lleva desde el S.XI dominando y controlando las tierras de la Hoya de Huesca. Aunque ostenta el privilegio de ser uno de los castillos románicos más importantes de Europa, se encuentra en tan buen estado que parece haberse construido hace tan sólo unas décadas.

Se puede llegar hasta el castillo en coche, pero también existe la opción de realizar una ruta de senderismo que ofrece una visión diferente de la fortaleza y sus murallas.

De la misma época data el castillo de Montearagón, cuyos restos se encuentran en el término municipal de Quicena. Construido por Sancho Ramírez y su hijo Pedro, el principal objetivo de esta fortaleza fue el de la reconquista de la ciudad de Huesca. Llegó a tener diez torres (de las que hoy se pueden ver dos) e incluso una iglesia barroca.

Precisamente Sancho Ramírez fue en el que conquistó en 1089 el castillo de Monzón. De origen árabe (S.X), esta fortaleza llegó a contar con moneda propia y se convirtió en uno de los lugares más prósperos de la zona. Los templarios se instalaron en el castillo en el S.XII, convirtiéndolo en convento.

Uno de los momentos más importantes de la historia del castillo tuvo lugar entre 1214 y 1217, fechas en las que el maestre templario Guillem de Montrodón educó al rey Jaime I. Para no olvidar este acontecimiento, Monzón celebra en el mes de mayo una recreación medieval en la que cada año participan miles de personas.

Pero no todos los castillos tienen tantos siglos de historia. Algo más moderna es la Ciudadela de Jaca (o castillo de San Pedro). Se construyó a finales del S.XVI para defender la frontera aragonesa ante una posible invasión francesa. Sin embargo, solo vio batallas durante la Guerra de la Independencia. Entre sus peculiaridades destaca su forma pentagonal, casi única en el mundo. En la actualidad, la Ciudadela acoge a las unidades militares de la zona.

Otro de los castillos que sigue registrando una importante actividad es el Palacio de la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón. Este edificio, que sorprende a todos los que lo visitan y que representa un remanso de paz en medio de la capital aragonesa, fue en sus orígenes (allá por el S.XI) un palacio islámico. También guarda restos mudéjares e incluso muestra a los visitantes la grandeza de la época de los Reyes Católicos.

En la provincia de Zaragoza también hay que hacer fonda en Trasmoz, donde se encuentra el castillo con más historias y leyendas de Aragón. Desde el S.XII mantiene un halo de misterio porque dicen las leyendas que un nigromante lo construyó en una sola noche. Otras historias hablan de que las brujas habitaban en el lugar e incluso de que el castillo acogió una fábrica de moneda ilegal.

Sea como fuere, lo que sí que es cierto es que en la actualidad se pueden visitar varias salas y también que el mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer quedó embaucado por las historias y leyendas que existen en un pueblo en el que aún hoy existen brujas...

A algo más de una hora en coche desde Trasmoz encontramos el castillo de Sádaba. En 1223, Sancho VII de Navarra mandó construir esta fortaleza que mantiene sus siete torres. Domina la villa zaragozana y fue escenario de diferentes batallas.

El castillo de la localidad turolense de Valderrobres es otro de los indispensables en esta ruta aragonesa. Sorprenden sus ventanales, su patio interior y las galerías que siguen dejando patente el carácter señorial de esta construcción. Fue el arzobispo de Zaragoza el que decidió levantar este castillo gótico en 1390.

Otra de las joyas de la provincia de Teruel se encuentra en la localidad de Mora de Rubielos. El castillo-palacio de los Heredia cuenta con 12.000 metros cuadrados y destaca por su estilo gótico (aunque sus orígenes se remontan hasta el S.XIII). Entre sus grandes atractivos, un patio de armas desde el que se pueden visitar diferentes rincones del castillo.

Y la última parada tiene lugar en Peracense. La ubicación privilegiada del castillo le permite, desde el S.XIV, tener unas amplias vistas. Su función no era otra que la de controlar el posible movimiento de tropas o caminantes que llegaban a Aragón desde Castilla.