Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Estado de alarma para los dos Pablos
Algunas elecciones autonómicas son mucho más que eso. Son clave para dirigentes nacionales que no concurren directamente en los comicios, pero que encuentran en ellos, sin querer o queriendo, su oportunidad o su dificultad, su epifanía o su martirio. Así fue hace casi cuatro años. Las elecciones gallegas y vascas del 16 de septiembre de 2016 se saldaron en Madrid de manera bien diferente para los dos principales líderes nacionales de entonces. Tras ellas, al del PSOE, Pedro Sánchez, le tiraron por la ventana algunos de sus propios correligionarios, azuzados por Susana Díaz. Al del PP, Mariano Rajoy, la ejecucion de Sánchez y la nueva dirección socialista le facilitaron su nueva investidura como presidente del Gobierno, presidencia por cierto que le arrebató año y medio después de modo súbito un resucitado Sánchez tras una moción de censura. La política muchas veces se escribe con renglones que parecen torcidos y que acaban siendo nítidos.
La jornada electoral del 12 de julio ha dejado dos grandes triunfadores personales en el País Vasco –Iñigo Urkullu- y Galicia -Alberto Núñez Feijóo– y un gran triunfador general, el nacionalismo, que se refuerza tanto en una como en otra comunidad autónoma, y ha dejado también dos y medio grandes perdedores en Madrid y en el conjunto de España. El medio perdedor es Pedro Sánchez, que ha visto cómo no mejora la posición de su partido ni en una ni en otra comunidad, y que en Galicia incluso empeora. Los dos grandes perdedores son Pablo Iglesias y Pablo Casado. Ambos quedan políticamente muy tocados tras la jornada electoral del pasado domingo. Ambos entran en estado de alarma.
La aplastante victoria de Feijóo en Galicia, del Feijóo moderado que hasta ha ocultado en la campaña las siglas de su partido, el PP, son una enmienda a la totalidad al PP nacional de Pablo Casado, tan escorado hacia la derecha que en ocasiones se hace indistinguible del ultrederechista Vox. El fracaso estrepitoso de la estrategia de Casado en el País Vasco -quitar al moderado Alfonso Alonso, pactar con Ciudadanos en condiciones muy ventajosas para este y poner al frente de la candidatura a Carlos Iturgaiz, una vieja gloria cercana a Vox para parar a Vox, y no conseguirlo- son ya la guinda que corona el pastel del error. El balance es tan desfavorable para el joven líder nacional del PP que o toma medidas drásticas y expeditivas o se puede encontrar en pocos meses -tras una previsible derrota estrepitosa en las elecciones catalanas, por ejemplo- con que su propia organización busque su recambio interno en un modelo de moderación como Feijóo.
Las medidas drásticas deberían pasar, según algunos críticos internos, por un reposicionamiento claro del partido en aguas más moderadas, por un distanciamiento claro y contundente de Vox, por sacudirse la tutela de José María Aznar y por remodelar la dirección orgánica de arriba abajo, incluyendo quizás en los cambios al secretario general –Teodoro García Egea- y a la portavoz en el Congreso -Cayetana Álvarez de Toledo–.
El batacazo del 12 de julio de Pablo Iglesias y de Unidas Podemos ha sido aún más estrepitoso y preocupante para el futuro de la organización. Estas eran las primeras elecciones de la formación desde que llegó al Gobierno, al poder central, y el resultado no puede ser más desolador. Ha logrado en el País Vasco el 8,03% de los votos, frente al 14,86% en las anteriores autonómicas, y en Galicia el 3,93%, frente a un 19,07% en 2016. La formación liderada por Iglesias, que despegó con una fuerza enorme en los años 2014-2016, lleva ya muchas citas electorales en caída acentuada. Estuvo por encima del 20% en las elecciones generales de 2015 (20,66%) y de 2016 (21,15%), cayó al 14,31% en las de abril del pasado año y al 12,84% en las de noviembre, y ahora se desploma muy por debajo del 10% en las autonómicas del pasado domingo.
El caudal político desperdiciado en pocos años por una formación que había venido para revolucionar la política y revitalizar la vida y el debate públicos es inmenso. ¿Pasará algo dentro de la organización?, he preguntado este lunes tras el desastre electoral. “No creo que altere mucho las cosas”, dice un dirigente que sigue dentro aunque en funciones secundarias. “Ya no pueden pasar muchas cosas”, contesta un hasta hace nada aliado. “Nada”, contesta uno de los principales exdirigentes. El drama de Unidas Podemos es que, de ser un partido multiliderazgo, ha pasado a ser un partido de autor: Pablo Iglesias. Las horas bajas de uno se trasladan al otro, y viceversa; y las posibilidades de reacción y recuperación se estrechan. Si en la organización no pasa nada tras la hecatombe del domingo, las posibilidades de recuperar la pujanza original del proyecto se reducen también casi a la nada. Sería resignarse a ser un actor secundario cada vez más secundario.
Algunas elecciones autonómicas son mucho más que eso. Son clave para dirigentes nacionales que no concurren directamente en los comicios, pero que encuentran en ellos, sin querer o queriendo, su oportunidad o su dificultad, su epifanía o su martirio. Así fue hace casi cuatro años. Las elecciones gallegas y vascas del 16 de septiembre de 2016 se saldaron en Madrid de manera bien diferente para los dos principales líderes nacionales de entonces. Tras ellas, al del PSOE, Pedro Sánchez, le tiraron por la ventana algunos de sus propios correligionarios, azuzados por Susana Díaz. Al del PP, Mariano Rajoy, la ejecucion de Sánchez y la nueva dirección socialista le facilitaron su nueva investidura como presidente del Gobierno, presidencia por cierto que le arrebató año y medio después de modo súbito un resucitado Sánchez tras una moción de censura. La política muchas veces se escribe con renglones que parecen torcidos y que acaban siendo nítidos.
La jornada electoral del 12 de julio ha dejado dos grandes triunfadores personales en el País Vasco –Iñigo Urkullu- y Galicia -Alberto Núñez Feijóo– y un gran triunfador general, el nacionalismo, que se refuerza tanto en una como en otra comunidad autónoma, y ha dejado también dos y medio grandes perdedores en Madrid y en el conjunto de España. El medio perdedor es Pedro Sánchez, que ha visto cómo no mejora la posición de su partido ni en una ni en otra comunidad, y que en Galicia incluso empeora. Los dos grandes perdedores son Pablo Iglesias y Pablo Casado. Ambos quedan políticamente muy tocados tras la jornada electoral del pasado domingo. Ambos entran en estado de alarma.