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El azaroso y nada seguro viaje del PP de Pablo Casado hacia la derecha dura

Hace 50 meses, en mayo de 2014, bien podríamos haber dicho que nos gobernaba una gerontocracia. El rey, Juan Carlos I, que estaba a punto de abdicar, tenía por entonces 76 años. El líder del PP y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ya había cumplido 59. El del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, 62 muy largos. Y el de IU, la tercera formación con más votos, Cayo Lara, también 62. Edad media del jefe del Estado y de los líderes de las principales fuerzas políticas: 64 años, casi 65.

Cuatro años y poco más después, completados todos los relevos e incorporados a nuestra vida pública los nuevos partidos, el cambio generacional y el rejuvenecimiento general son evidentes. El rey, Felipe VI, tiene 50 años. El líder del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, 46. El de IU, Alberto Garzón, 32. El de Podemos, Pablo Iglesias, 39. El de Ciudadanos, Albert Rivera, 38. Y Pablo Casado, elegido el pasado sábado como presidente del Partido Popular, 37. Media del grupo actual: 40 años. En cuatro años, en conclusión, los liderazgos se han rejuvenecido más de 24, casi un cuarto de siglo.

Lo que ha sorprendido en la llegada de Pablo Casado al mando del PP no ha sido tanto su juventud como la contundencia del resultado -15 puntos porcentuales por encima de su rival, la también joven (47 años) Soraya Sáenz de Santamaría- y la evidencia de que lo ha conseguido gracias a su apuesta por un PP de vuelta a las viejas esencias de derecha pura y dura. Tanto que se diría antañona, que se reposiciona varias décadas atrás, ignorando buena parte de las enormes transformaciones de todo tipo que la sociedad española ha experimentado. Lo nunca visto. Rejuvenecer algo avejentándolo. Caminar hacia adelante marchando firmemente hacia atrás.

Está por ver, sin embargo, si ese PP del Pablo Casado de su campaña en las primarias y en el discurso-mitin final del sábado pasado se sustancia ahora en un PP real tan de derechas “sin complejos” o si sufre en el camino un ataque de realismo, y llega a la conclusión de que las promesas electorales, también en las primarias, se hacen para ganar las elecciones, no para cumplirlas una vez se llega al poder. Los consultados están divididos. Unos consideran que sí, que con Casado emprenderá el PP el azaroso viaje a la derecha derecha que ha dibujado estos días atrás. Otros que no, que había un PP ideal para ganas las primarias entre los por lo general muy conservadores compromisarios y habrá un PP muy diferente para intentar ganar las elecciones generales entre el público general.

Tanto los expertos electorales del partido como el propio Casado, pese a su juventud, saben que en España se suelen ganar las generales acercándose al centro, o al menos no abandonando ese flanco ni dejándolo descubierto y a merced de que acampe alguien que merodee por la zona. Si así fue en las décadas del bipartidismo, cuánto más será así en los años convulsos de los cuatro partidos de ámbito estatal tan pujantes que entre el primero y el cuarto habría, según prácticamente todas las encuestas, no más de diez o doce puntos porcentuales de diferencia.

Salvo caso de improbable revolución -de izquierdas o de derechas-, en la España actual de cuatro grandes formaciones se han acabado por largo tiempo las mayorías absolutas, lo que otorga muchas más posibilidades de gobernar -y de tener realmente peso y fuerza en hipotéticas coaliciones- a quienes se posicionen a uno u otro lado del centro, en el centro izquierda o en el centro derecha. Sólo ellos tienen posibilidades de pacto hacia un lado o hacia otro del tablero. La capacidad de acuerdos de los extremos son mucho más limitadas.

Impulsado por su éxito de votos en la crisis catalana y por su reciente redefinición ideológica –de la socialdemocracia al liberalismo de un salto-, Ciudadanos estaba emprendiendo un camino acelerado desde el centro a la derecha: según los encuestados del CIS, en tres años se ha desplazado una enormidad, del 5,77 al 6,77 en la escala ideológica, un baremo en el que el 1 representa a la extrema izquierda y el 10 a la extrema derecha. Un desplazamiento que parecía llevarle a competir directamente con el PP en los territorios de la derecha. Cuesta creer que ahora el partido de Casado –éste, casi un clon del nuevo Rivera en ideario, edad y puesta en escena- se vaya aún más a la derecha, se eche al monte, y le dé a la formación naranja la oportunidad de dar por acabado su viaje y de quedarse en las llanuras de la moderación, tan productivas en votos populares.

Sea como fuere, en los próximos meses vamos a asistir a dos tipos de batallas muy interesantes. Las que libren entre sí PP y Ciudadanos por la hegemonía del lado derecho del arco ideológico y las que traben ambos, juntos o por separado, con el Gobierno y el PSOE de Pedro Sánchez.

El sábado pasado, muchos socialistas celebraban en privado la elección de Casado como presidente del PP, al tiempo que la criticaban cuando se les acercaba un micrófono o una cámara. “Eso no es regeneración, es regresión”, dijeron algunos en público, entre ellos el número tres del PSOE, José Luis Ábalos. El bajón les llegó el domingo, con el asalto y la toma del poder dentro del PDeCAT por parte de Carles Puigdemont y la correspondiente defenestración de Marta Pascal.

La legislatura a Sánchez no se le complica tanto por los reposicionamientos de las derechas sino por la previsible radicalización de una de los dos grandes patas del independentismo catalán, pata que cuando la dirigía Pascal se asoció con Sánchez en la moción de censura para echar al PP y a la que necesita ahora para sacar adelante cualquier iniciativa en el Congreso, incluso las de meros gestos y poco calado político. El precio que le pondrá a Sánchez el PDeCAT (o la Crida) de Puigdemont será bastante más alto que el de hace menos de dos meses en la sesión que acabó con Rajoy y llevó al líder socialista a la Moncloa.

Hace 50 meses, en mayo de 2014, bien podríamos haber dicho que nos gobernaba una gerontocracia. El rey, Juan Carlos I, que estaba a punto de abdicar, tenía por entonces 76 años. El líder del PP y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ya había cumplido 59. El del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, 62 muy largos. Y el de IU, la tercera formación con más votos, Cayo Lara, también 62. Edad media del jefe del Estado y de los líderes de las principales fuerzas políticas: 64 años, casi 65.

Cuatro años y poco más después, completados todos los relevos e incorporados a nuestra vida pública los nuevos partidos, el cambio generacional y el rejuvenecimiento general son evidentes. El rey, Felipe VI, tiene 50 años. El líder del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, 46. El de IU, Alberto Garzón, 32. El de Podemos, Pablo Iglesias, 39. El de Ciudadanos, Albert Rivera, 38. Y Pablo Casado, elegido el pasado sábado como presidente del Partido Popular, 37. Media del grupo actual: 40 años. En cuatro años, en conclusión, los liderazgos se han rejuvenecido más de 24, casi un cuarto de siglo.