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La calle, aún pesimista sobre la situación política

Ademas de la polémica del mes -en esta ocasión, si los españoles prefieren un Gobierno en solitario del ganador de las elecciones generales, el PSOE, o un Gobierno en coalición con Unidas Podemos-, el Barómetro de mayo del CIS -publicado el jueves pasado- traía una información general muy relevante y en mi opinión poco destacada y analizada en los medios: un pesimismo dominante sobre la vida pública y un suspenso en su conjunto a la clase política, con algunos detalles novedosos que deberían preocupar no solo a los directamente señalados sino también a todos los actores de nuestro sistema de opinión pública.

En el Barómetro, que se elaboró con 2.985 entrevistas realizadas en toda España entre el 1 y el 11 de mayo -es decir, desde pocos días después de las elecciones generales del 28A recién comenzada la campaña de las europeas, locales y autonómicas del 26M-, había datos tan interesantes como estos:

Para el 51,8% de los encuestados, la situación política que se vivía esos días era igual a la de un año antes, para el 18,3% era mejor y para el 25,9% (sic, no es una errata) era peor. Significativo, pues un año antes de la encuesta vivíamos las convulsas semanas finales del Gobierno de Mariano Rajoy.

Los políticos en general, los partidos y la política son, para los encuestados, el segundo problema más grave que sufre España, solo superado por el paro.

La nota media que los encuestados ponían a la campaña electoral de las generales era de 4,3 en una escala en la que 1 es “muy mala” y 10 es “muy buena”. Un suspenso claro, en definitiva, pues el aprobado está en el 5,5.

Cuando se le pregunta a cada entrevistado si, durante la campaña electoral, los partidos y los candidatos le habían proporcionado información “sobre los asuntos que más le interesan a Ud”, solo el 3,1% dice que mucha y el 14,5% que bastante, mientras que el 10,8% dice que regular, el 40,5% que poca y el 23,4% dice que ninguna o casi ninguna.

Y, atención, cuando se les pregunta sobre la “agresividad e insultos” durante la campaña, el 34,9% cree que ha habido mucha y el 30,9% considera que ha habido bastante.

¿Y cómo se ha repartido esa agresividad, qué candidatos y de qué partidos han empleado más agresividad e insultos?, pregunta el CIS. Las respuestas son contundentes: el 30,7% dice que los más agresivos han sido los del PP, muy destacados respecto al resto, seguidos de los de Vox (18,6%) y de los de Ciudadanos (15,8%). A muchísima distancia, los del PSOE (3,7%); y los de Unidas Podemos (2,8%). Los datos hablan por sí solos.

Ya sabíamos que el insulto desaforado -y las mentiras, las fake news, aunque por estas no ha preguntado el CIS, una pena- había sido una de las grandes novedades de los últimos meses en la vida política española, especialmente durante las precampañas y campañas electorales de abril y mayo pasados. Ahora ya sabemos, además, cómo les ha ido en las urnas a los que más han recurrido a esa nueva arma de la dialéctica y cómo la mayoría de la opinión pública tiene perfectamente identificados a los insultones contumaces.

Ese primer lugar destacadísimo que logra el PP tanto en el podio de la agresividad y del insulto a los adversarios como en el hundimiento electoral (3,6 millones de votos menos, 16,3 puntos porcentuales menos y 71 diputados menos que en las anteriores elecciones generales) deberían hacerle reflexionar a Pablo Casado y a sus asesores.

Reflexionar para el futuro inmediato y sobre el pasado reciente. Quizás en su resultado electoral haya pesado bastante más de lo que ellos mismos piensan la intervención del 6 de febrero pasado en la que en apenas un minuto el líder del Partido Popular encadenaba 21 descalificaciones e insultos al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, entre ellas las de “traidor”, “felón”, “incapaz”, “incompetente”, “mentiroso compulsivo”, “ilegítimo” y “okupa”. 

Las urnas le han dicho a algunos políticos que no todo vale, y las encuestas postelectorales ahora les dicen a todos ellos que la situación política sigue siendo muy delicada, que no la están afrontando bien y que se centren no ya en lo que quita o da votos, sino en “los asuntos que más le interesan” al ciudadano. Quizás pasadas las próximas semanas, de pactos poselectorales, todo ello sea posible.

Ademas de la polémica del mes -en esta ocasión, si los españoles prefieren un Gobierno en solitario del ganador de las elecciones generales, el PSOE, o un Gobierno en coalición con Unidas Podemos-, el Barómetro de mayo del CIS -publicado el jueves pasado- traía una información general muy relevante y en mi opinión poco destacada y analizada en los medios: un pesimismo dominante sobre la vida pública y un suspenso en su conjunto a la clase política, con algunos detalles novedosos que deberían preocupar no solo a los directamente señalados sino también a todos los actores de nuestro sistema de opinión pública.

En el Barómetro, que se elaboró con 2.985 entrevistas realizadas en toda España entre el 1 y el 11 de mayo -es decir, desde pocos días después de las elecciones generales del 28A recién comenzada la campaña de las europeas, locales y autonómicas del 26M-, había datos tan interesantes como estos: