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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Un Consejo de Ministras poco improvisado, lleno de mensajes y de simbolismo y con intención de durar

El Gobierno que ha formado Pedro Sánchez ha sorprendido a propios y extraños. A la mayoría, para bien. Hasta algún dirigente del PP, como el presidente castellano leonés, Juan Vicente Herrera, lo ve “muy sólido”.

Cuando el viernes pasado Sánchez sacó adelante en el Congreso la moción de censura a Mariano Rajoy y logró convertirse en presidente gracias a los votos de 180 diputados de una heterogénea amalgama de partidos, muchos le auguraron que tendría grandes dificultades para formar Gobierno, que le darían muchas calabazas, que sería en cualquier caso un equipo casi interino y para poco más que un ratito, que el propio presidente se daría de bruces con la realidad y se resignaría a formar una lista para salir del paso y poco más...

Cinco días después, muchas de esas previsiones se están desbaratando y hasta los más críticos con el que consideraban presidente por accidente empiezan a tomarse a éste y a su Gobierno en serio. Ni el presidente ni sus ministros, por lo que se ve, han llegado al poder resignados a convertirse pronto en 'ex'.

El Gobierno Sánchez está lleno simbolismo, de recados, de mensajes:

A Europa, de convicción europeísta: Borrell, ex presidente del Parlamento Europeo; Calviño, ex directora general de Presupuestos de la Comisión Europea.

A Catalunya, de firmeza y también de diálogo: Borrell, Batet, la experta constitucional Calvo.

A la sociedad civil, de reconocimiento del mérito y la valía sin necesidad de llevar carnet del partido: Duque, Delgado, Grande-Marlaska, Huerta.

A la sociedad española en su conjunto, de feminismo ejerciente. El nuevo Ejecutivo no es paritario, pues tiene más mujeres que hombres. Tantas mujeres, que quizás no haya que llamarle al órgano colegiado Consejo de Ministros ni Consejo de Ministros y de Ministras, sino directamente Consejo de Ministras.

Al propio PSOE, de autoestima, de aliento, de empoderamiento, al incorporar nombres de larga carrera política interna sin apenas desmontar para ello ni el grupo parlamentario y sus portavoces en las comisiones ni las áreas de la dirección federal del partido.

A los territorios socialistas, la mayoría de ellos representados en el Consejo, y especialmente a los barones en su día levantiscos contra Sánchez: Montero, que llega directamente desde el Gobierno de Susana Díaz; Montón, que lo hace desde el de Ximo Puig.

Al puñado de fieles a Sánchez que le acompañaron en el exilio al que le condenó durante ocho meses la gestora: Ábalos, Valerio, Robles, Calvo, Montón.

Al descabezado PP, al que se le está diciendo a voces que el PSOE ha vuelto. A Pablo Iglesias y a su formación, a los que no se les hace por ahora ni un guiño de complicidad. A Albert Rivera, al que con la exitosa moción de censura en su conjunto y con este final de hoy se le pone más difícil seguir en el protagonismo político que habían conseguido en los meses de agónica de Rajoy.

Siguiendo costumbres recientes que ya empiezan a convertirse en tradición (María Teresa Fernández de la Vega con Zapatero, Soraya Sáenz de Santamaría con Rajoy), en el nuevo Gobierno no hay un hombre fuerte sino una mujer fuerte: Carmen Calvo. Fue de las últimas en incorporarse al grupo de apoyo de Sánchez en su travesía del desierto, pero ha escalado posiciones a pasos agigantados.

“Pedro está encandilado con ella”, comenta otro miembro de la ejecutiva socialista. Tan encandilado, que la había convertido de facto en la número cuatro del partido, sólo por detrás del propio Sánchez, de Lastra y de Ábalos, y que hace pocas semanas era la preferida por Sánchez para que en otoño próximo se convirtiera en la candidata socialista a la Alcaldía de Madrid.

Ahora, en el Gobierno, Calvo tendrá delegadas por Sánchez tanto la autoritas como la potestas sobre un equipo muy ambicioso, con muchas mujeres en posiciones clave y con una curiosa mezcla de políticos trasversales con ya media o larga trayectoria (Borrell, Ábalos, Robles, Batet, la propia Calvo) y de expertos en la materia de la que cada uno de ellos se va a ocupar: Celaá, Duque, Valerio, Huerta, Planas, Grande-Marlaska, Ribera, Montero, Delgado, Calviño, Montón, Maroto...

Un Gobierno, en fin, tan armado, equipado, compensado y pensado que cuesta creer que Sánchez lo haya improvisado en apenas cinco días. El tenaz Pedro Sánchez, el reboteador que acostumbra a aprovechar las segundas oportunidades, probablemente tenía algunos de sus nombres en la cabeza desde hace tiempo, al menos desde su primer intento de investidura como presidente, en marzo de 2016.

El Gobierno que ha formado Pedro Sánchez ha sorprendido a propios y extraños. A la mayoría, para bien. Hasta algún dirigente del PP, como el presidente castellano leonés, Juan Vicente Herrera, lo ve “muy sólido”.

Cuando el viernes pasado Sánchez sacó adelante en el Congreso la moción de censura a Mariano Rajoy y logró convertirse en presidente gracias a los votos de 180 diputados de una heterogénea amalgama de partidos, muchos le auguraron que tendría grandes dificultades para formar Gobierno, que le darían muchas calabazas, que sería en cualquier caso un equipo casi interino y para poco más que un ratito, que el propio presidente se daría de bruces con la realidad y se resignaría a formar una lista para salir del paso y poco más...