Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Coordinación o muerte
Sostienen los británicos que todos los gobiernos son de coalición entre el ministro del Tesoro, al que hay que arrancarle los recursos para cualquier tipo de iniciativa, y el resto de miembros del Ejecutivo. Si esto sigue siendo así, el nuevo Ejecutivo español es en realidad un Gobierno de doble coalición. Por un lado, del PSOE con Unidas Podemos. Por otro, de todos los que desde esta semana se sientan en el Consejo de Ministros con la titular de Hacienda, María Jesús Montero. Por si le faltaba algún aliciente a la fórmula, Montero es además la portavoz del Gobierno; es decir, la responsable máxima de la comunicación.
La experiencia dice que el secreto del buen o mal funcionamiento de los gobiernos de coalición entre dos o más formaciones diferentes es la cohesión interna, la coordinación entre los diferentes ministros, y la comunicación a la sociedad de lo que barajan, proponen y hacen. Quizás por eso el presidente, Pedro Sánchez, decía este domingo en su comparecencia pública para presentar a su equipo de Gobierno que “este hablará con varias voces, pero siempre con una misma palabra”.
Lo de una misma palabra será complicado hacerlo. La distancia ideológica entre algunos miembros del Gobierno que van a trabajar en el mismo área o en áreas cercanas es enorme. Por ejemplo, entre el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, y la vicepresidenta tercera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, hay un gran lejanía ideológica. O entre el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, por un lado, y la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, y el ministro de Consumo, Alberto Garzón, por otro.
De la coordinación general entre las dos formaciones de la coalición se encargará una comisión de diez miembros que se formara en breve y que se recoge en un “protocolo de funcionamiento, coordinación, desarrollo y seguimiento del acuerdo de Gobierno progresista de coalición” que se firmó la pasada semana. Dentro del Gobierno, de coordinar y cohesionar perfiles tan diferentes como los que antes se citaban se va a encargar la vicepresidenta primera, Carmen Calvo. Ya se entrenó en esas lides en algunas fases de la negociación entre PSOE y Unidas Podemos tras las elecciones del 28 de abril. Como se entrenó también en parte Montero, la titular de Hacienda. Ahora tendrán ambas mucho más trabajo.
Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias saben que lo de la coordinación y cohesión es la clave principal para que el Ejecutivo tenga recorrido y cumpla con éxito buena parte del ambicioso programa de Gobierno o fracase mediana o estrepitosamente y muera sin llegar a cumplir el periodo de mandato de la legislatura. Entre los socialistas, se vio con cierta alarma el protagonismo de Iglesias, que el mismo día de la investidura concedía entrevistas, y se ha visto con buenos ojos su actitud moderada posterior, encajando con deportividad esa cuarta vicepresidencia que a última hora creó Sánchez para Teresa Ribera sin decírselo a su socio.
Pero, contraviniendo aquella máxima de que el roce hace el cariño, a Iglesias no se le instala finalmente cerca del presidente y de la vicepresidenta primera. La semana pasada se barajaba la posibilidad de que Iglesias se instalara en Moncloa, en una torre que los funcionarios llaman INIA Norte. No será así. El líder de Podemos tendrá su despacho de vicepresidente a unos seis kilómetros del complejo presidencial: en el edificio central del Ministerio de Sanidad, en el Paseo del Prado, frente al museo, donde también estará un ministro de su grupo político, Alberto Garzón, y otro del socio socialista, Salvador Illa, titular de Sanidad.
Distancias físicas de los despachos al margen, la relación personal entre Sánchez e Iglesias será también crucial para la coordinación y cohesión del Gobierno. Hace cinco años, cuando ambos empezaban a destacar como políticos, la relación era tibia. Se convirtió en muy mala a comienzos de 2016, cuando Iglesias no apoyó el primer intento de investidura de Sánchez. Mejoró en 2018 con la moción de censura a Rajoy y los primeros meses de Gobierno de Sánchez. Empeoró de nuevo tras las elecciones del 28 de abril de 2019 y hasta las del 10 de noviembre pasado. Y ahora está en su mejor momento, al menos en apariencia: se han dado más abrazos en público en los últimos dos meses que sonoras bofetadas en los cinco años anteriores.
Sostienen los británicos que todos los gobiernos son de coalición entre el ministro del Tesoro, al que hay que arrancarle los recursos para cualquier tipo de iniciativa, y el resto de miembros del Ejecutivo. Si esto sigue siendo así, el nuevo Ejecutivo español es en realidad un Gobierno de doble coalición. Por un lado, del PSOE con Unidas Podemos. Por otro, de todos los que desde esta semana se sientan en el Consejo de Ministros con la titular de Hacienda, María Jesús Montero. Por si le faltaba algún aliciente a la fórmula, Montero es además la portavoz del Gobierno; es decir, la responsable máxima de la comunicación.
La experiencia dice que el secreto del buen o mal funcionamiento de los gobiernos de coalición entre dos o más formaciones diferentes es la cohesión interna, la coordinación entre los diferentes ministros, y la comunicación a la sociedad de lo que barajan, proponen y hacen. Quizás por eso el presidente, Pedro Sánchez, decía este domingo en su comparecencia pública para presentar a su equipo de Gobierno que “este hablará con varias voces, pero siempre con una misma palabra”.