El 'Cachu Fest', el festival que desde Degaña (Asturias) reivindica el derecho de los territorios a no morir en silencio
Trabáu, en el concejo de Degaña, se convierte desde este viernes en el centro neurálgico del suroccidente asturiano. En el centro de “un puñetazo en la mesa” para reclamar una presencia, para demostrar el poder de concentración y el interés.
“La necesidad”, como dice Vitor García Rodríguez, el último cunqueiru, que tienen los territorios, da igual lo alejados o pequeños que sean, de su parcela de cultura y de ocio. La necesidad del respeto y el derecho a la singularidad de los territorios y sus identidades.
A cualquiera que se le diga que es un festival pequeño al que acudirán entre 400 y 500 personas, en un concejo de poco más de 800, le pueden hacer chiribitas los ojos en una zona donde el mayor inconveniente, como señala Vitor, es el alojamiento.
Aún así, nada más publicar que se iba a celebrar el 'Cachu Fest' y sin haber programa ya “se llenó todo” y por eso también habilitaron una zona de acampada y para furgonetas, con duchas y baños. Hay asistentes no sólo de toda Asturias, sino también de Vitoria, Castilla y León o Madrid. Esto es poder de atracción.
La parte festivalera
¿Por qué 'Cachu Fest'? El cachu es el cuenco tradicional de madera, con el que se bebía vino, elaborado por los cunqueiros o tixileiros (oficio tradicional de los concejos de Ibias y Degaña que fabricaban la tixela, la vajilla, en madera con el torno de pedal y que salían a vender en una particular trashumancia).
Con el festival lo que se persigue es poner en valor los elementos etnográficos de la zona, como este cachu, y de paso reivindicar la cultura de la zona, que es lo que impregna toda la actividad que se desarrollará entre el viernes 22 y el domingo 24 de septiembre: “La idea es contribuir a dar valor a lo nuestro”, apunta el organizador.
Nace de la colaboración entre La guarida del cunqueiru, aka Vitor y Rosa, Rosa y Vitor, y Espacio Tormaleo, una iniciativa local que trabaja por la dinamización y la movilización de la zona, así como la creación de empleo. El 70% de este festival está financiado por los Fondos Next Generation para ofertas culturales en áreas no urbanas, conseguidos por esta segunda entidad.
Espacio Tormaleo que lleva organizando actividades a lo largo de todo este año, como conciertos y exposiciones o la rehabilitación de un cortín abandonado para su reutilización como contenedor cultural, y que precisamente será el anfiteatro que acoja el concierto acústico programado para el sábado. Otro elemento cultural puesto en valor que representa la apicultura y el ecosistema de las abejas.
Esta financiación procura que prácticamente todas las actividades sean gratis, salvo el showcooking del sábado con el cocinero David Montes a dos euros la entrada, y la prèmiere de Il Mulín, la película documental de Álex Galán, para lo que montaron un cine real para la tarde del mismo sábado.
Elegir actividad no resulta fácil en este evento por la variedad. Hay mucho que ver y conocer y hay que manejarlo en pequeños grupos. El viernes arranca con el ciclo de cine sobre despoblación y las películas Soñando un lugar, Honeyland y El desvío para dar paso a los conciertos de '6 Riales' y 'Alienda'.
El sábado viene cargado de actividades, con las visitas grupales a la antigua Fábrica de Luz en el pueblo de Degaña, un antiguo complejo hidráulico que incluye un molino y que procuraba la autosuficiencia energética del lugar mucho antes de que el concepto formara parte de nuestra actualidad.
Con la modernidad cayó en desuso, en 2011 el Ayuntamiento lo arregló y reconvirtió en un centro de interpretación que nunca se abrió y que ahora recupera la vecindad. Incluye también un recorrido a pie con la interpretación del paisaje de esta parte del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias y donde se hablará de la soberanía y la autosuficiencia energética y la producción de energía limpia.
En Zarréu se visitará una exposición fotográfica sobre los aguilandeiros de toda Asturias, junto con un paseo interpretado por la historia minera de la zona y el impacto de la minería a nivel social y económico. La última opción para la mañana es una cata de vino DOP de Cangas. La jornada concluirá con un concierto a cargo de Guieldu y Eva Tejedor y les pandereteres.
Ya el domingo de mañana se ha organizado una visita al Molino de Rusil, elemento estrella junto con el cachu de este festival, y otra al Posadoiro, además de contemplar el arte de María de Roxo en Villaoril.
El vermú, o life set para el moderneo, a cargo de 'Llevólu’l sumiciu', al que pondrá punto final a esta edición una parrillada en la que también hay opciones veganas y vegetarianas.
La prèmiere
Podría decirse que el acto estrella es el estreno de la película documental de Álex Galán, Il Mulín, una producción que cuenta la historia de un pueblo, el cunqueiru, que “rompe una carretera por un error de la administración que acaba con el último molino del valle”.
Para ello han habilitado una carpa en un espacio en Trabáu al que dotaron de moqueta, butacas y máquina de palomitas, con capacidad para unas 300 personas, y con pantalla de 2,5x4 metros en la que se exhibirá esta película en la que sus protagonistas también fueron productores, como señala Galán.
La periodista Ana Paz Paredes será la encargada de moderar la mesa redonda posterior, “¿quién mejor que ella, que también participó en la recuperación del molín?”, en la que se hablará de despoblamiento, futuro, modelos de autogestión, soberanía… “de actividad comunal”, coinciden en señalar tanto García como Galán.
Un estreno que contará con la presencia de la viceconsejera de Cultura, Vanessa Gutiérrez, y el director de Política Llingüística, Antón García, la directora de Antena y Contenidos de la RTPA, Lucía Herrera, representantes de los ayuntamientos de Degaña e Ibias o la Asociación de Turismo Rural Fuentes del Narcea.
La producción cuenta con el apoyo de la RTPA y el Gobierno del Principado de Asturias y, tras el estreno que “por supuesto no podía ser en otro sitio que en Trabáu”, afirma Álex Galán, buscará otros recorridos para difundir Il Mulín y su historia en diferentes circuitos y cines rurales, sobre todo del norte. “El año que viene se podrá ver en la TPA pero queremos darle primero ese recorrido presencial, como hicimos con Salvajes”, explica.
Lo cierto es que el largo es sorpresa hasta para sus propios protagonistas, que no vieron más que lo poco publicado en redes. Il Mulín es una historia que “habla de la vecindad y de la familia como símbolo de la resistencia. Un grupo de 10 personas que se juntan para reparar un error de la Administración de hace 40 años con una carretera que movió el caudal del río, lo que hace que quede fuera de uso el último molino del valle”.
Es una historia, como resume su realizador, que habla también de “soberanía alimentaria: unos vecinos que hacían la harina y que ahora tienen que pagar por conseguir una harina que ya no pueden producir. Rompen la carretera de lado a lado para que pase el río de nuevo y hacen que el molino vuelva a funcionar”.
Grabar este movimiento le ha llevado un año, de septiembre a septiembre, que empezó de una forma casual, en vida aún de Vitorino, tío de Vitor, cuando le contaba que “en Degaña se puede grabar un western. Lo tomábamos medio en broma y ahora es una película, más que un documental, aunque también lo es, pero donde no hay entrevistas largas. Son los propios vecinos y vecinas las que actúan y desarrollan las acciones, los que dirigen el plan de grabación, tienen en cuenta las horas de luz… El guion lo marcaron ellos en cierta manera. Lo que hicimos fue canalizar las historias de este valle, pero son historias reales”.
“Lo guay”, añade Álex Galán, que habita en un pueblo de Cangas de Onís, “es que mientras están en su misión de recuperar el molino y su soberanía, no se daban cuenta de que estaban sacando adelante una producción audiovisual. El hecho”, remarca, “es que ellas y ellos pueden crear la cultura, no solo acogerla”.
Una historia, la del molín de Rusil, como tantas otras contadas desde pequeños lugares que se encuentran “pasando tiempo en el territorio, hablando con las paisanas y los paisanos. Il Mulín sale de muchas conversaciones y sobremesas con ellas y ellos. Salen de habitar el territorio y que la mirada que prevalezca sea la del territorio. El director, en mi caso, tiene que hacerse a un lado y que sean ellas y ellos los que lo cuenten. Lo importante es cómo se trata la historia y se muestra esa autogestión de los pueblos y su soberanía”.
La parte reivindicativa
“¡La que están montando es gordísima! Esto demuestra el interés que tiene la gente”, afirma Álex Galán. “Esto es un tirón de orejas a la Administración desde las zonas con menos recursos hacia las zonas que tienen más recursos. Fíjate que van a arropar un evento así, frente a otras ofertas más comunes que se replican en otros lugares. Lo que se pretende es que se genere la sensación inversa, cuando piensas qué pena vivir aquí cuando en la ciudad se exhibe algo nuevo… pues de lo que se trata es que se piense qué pena no vivir en Trabáu. Hay que cambiar el paradigma”.
Y añade “es que este tirón lo da gente que está produciendo un evento cultural de estas dimensiones y que se dedica a la ganadería, a la minería… Hay que reclamar a la Administración el poder de la vecindad. La trampa en la que se está cayendo es pensar que es ella la que nos tiene que proveer, pero también tenemos capacidad de agencia. Y aquí tenemos este festival en medio de los bosques de Trabáu. Son iniciativas como las que se están llevando también a cabo en Santo Adriano con La Ponte o en Piloña con La Benéfica. Es la fuerza de lo común, de lo vecinal”.
“El Cachu Fest es un puñetazo en la mesa”, refuerza Vitor García. “Las ofertas culturales tienen cabida en los concejos pequeños y despoblados. Es nuestra necesidad por luchar contra la despoblación, que la Administración pública vea que la gente se mueve, que también pagamos impuestos y tenemos derecho a disfrutarlos”.
Este cunqueiru dinamizador de su concejo sigue la estela aprovechando el aprendizaje de otros como los hermanos Jesús y Manolo Niembro, de Asiegu (Cabrales), donde se demuestra lo que puede conseguir la actividad comunal con el concepto de “la aldea global entendido como comunidad y gracias al trabajo de la gente con inquietudes se hacen cosas sin perder el foco importante: lo comunal y la vecindad”.
Siempre hay un catalizador en todo grupo humano, siempre hay a quien se le ocurre la idea y los demás la replican porque lo ven útil: “los precursores son los referentes que se alimentan de otros referentes y que se convierten, a su vez, en referencia para otros. Son los elementos punzantes que empujan a la Administración”, reflexiona.
Si no hay población no hay servicios, y donde no hay servicios no hay población. La gente tiene que elegir libremente dónde vivir y para eso hay que conocerlo, saber qué oportunidades ofrecen estos territorios.
García señala que la gente con iniciativas también tiene proyectos vitales y laborales que necesitan de la actividad, y que por “una cuestión anímica” también necesitan de unos resultados: “Si peleo para que mi negocio funcione y veo la dejadez de la Administración y el desinterés de la sociedad, veo que no tiene sentido lo que hago. Necesito la movilización social para evitar la pérdida de la identidad de estos territorios y sus singularidades. Es la necesidad personal de cada emprendedor y emprendedora para no desanimarse y ver cómo se muere todo”.
Hay mucho discurso porque hay mucho análisis y reflexión detrás de un evento que, a primera vista, puede parecer lúdico sin más: “Es el sentimiento de una responsabilidad muy grande e injusta de cómo transmitir todo esto a las generaciones futuras. Estamos ante una pescadilla que se muerde la cola donde si no hay población no hay servicios, y donde no hay servicios no hay población. La gente tiene que elegir libremente dónde vivir y para eso hay que conocerlo, saber qué oportunidades ofrecen estos territorios. Parece que enmarcado en un evento lúdico es una buena manera de mostrarlo. Esta pregunta se le tiene que hacer todo el mundo: la organización, la vecindad, la Administración, los asistentes… Se trata de un proceso de aprendizaje continuo donde somos el elemento que dinamita y dinamiza”, reflexiona.
Porque “la cultura también sale de los pueblos, se hace desde aquí para quienes están aquí. Las comunidades pequeñas también tenemos derecho a la cultura, a la identidad cultural y el derecho a nuestras singularidades, a nuestro territorio. No vale hablar solo de números, sino del impacto de esos números: ¿Qué vale más, las 270 personas que van a venir a ver Il Mulín a Trabáu o 2.700 que se concentran en Oviedo? Eso es lo que reclamamos”.
Una metáfora de la reivindicación de unos territorios que se niegan a morir o, al menos, a no morir en silencio.
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