A Cantina, el bar tienda donde María e Inma recuperaron cientos de palabras olvidadas en Asturias

Raquel L. Murias

Boal (Asturias) —
6 de enero de 2025 21:24 h

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Inma Méndez Freije perdió la timidez detrás de la barra de A Cantina de Castrillón, una timidez que se diluyó mientras un vecino del pueblo, Manolo da Torre, le chivaba por lo bajo cómo hacer un carajillo con nata o un sol y sombra, y que le sirvió a ella toda la vida como aprendizaje.

“Siempre fui muy tímida y yo, que soy logopeda, tengo que enfrentarme en mi día a día a hablar con las familias, compañeros… cuando veo que me bloqueo, recuerdo a Manolo, que con sus palabras por lo bajo me daba fuerza para confiar en mí misma cuando no tenía ni idea de cómo servir lo que me pedían”. Inma Méndez se hizo grande en un lugar pequeño, y después ella hizo grande a ese lugar. Lo hizo junto a su madre, María Freije, que regenta este bar tienda desde hace 18 años, el bar Castrillón al que todo el mundo llama cariñosamente A Cantina.

Un bar tienda ubicado en el pueblo de Castrillón, en Boal, y que mantiene la vida y el pulso en una de las zonas más envejecidas de Asturias y donde más aprieta el despoblamiento. Juntas, madre e hija, no solo ponen cafés, dan comidas, carajillos o cervezas, también venden productos en la tienda, escuchan y aprenden. “Te quedas alucinado con el nivel de algunas conversaciones que se dan en A Cantina: política, filosofía, poesía… la gente de los pueblos tiene mucha más sabiduría de lo que creemos”, explica Inma Méndez.

Fue precisamente ella quien, disfrutando la realidad de A Cantina y dándose cuenta de que en aquella barra estaba en realidad la vida más viva de una Asturias rural que a veces parece apagarse, decidió emprender una actividad maravillosa, poner un buzón donde la gente podía apuntar, anotar y meter dentro aquella palabra que con el paso del tiempo había quedado en desuso o en el olvido: palabras “esqueicidas”.

“Son palabras da nosa fala, en gallego-asturiano, dichos, refranes o adivinanzas que en muchos casos se fueron perdiendo. En el buzón hemos recopilado cientos y cientos de palabras, y la gente se ha involucrado muchísimo. Tenemos una riqueza lingüística que no la podemos perder y yo misma me encargué de ir apuntándolas y subiéndolas a las redes sociales”, relata. Y así, Inma quitó también la timidez a mucha de la gente que en la barra no se conocían entre sí, pero que miraban el buzón e intentaban recordar de forma conjunta alguna palabra que les hiciese viajar a cuando eran pequeños, a cuando los pueblos estaban llenos de gente, a cuando nadie temía al abandono de la zona rural.

María, su madre, lleva dieciocho años al frente de este negocio, un bar tienda que abre todos los días sin excepción. ¿Nunca se puso mala? “No”, contesta. “Ponerse sí se puso mala, pero ella vino a trabajar igual”, apunta su hija.

María tomó las riendas de A Cantina con 43 años y cuatro hijos. “Era de un tío mío que siempre me había insistido en que me quedase con el negocio, pero la primera vez que me lo propuso yo era una cría y a mi padre no le gustaban nada los bares. Después estuvo regentado por un matrimonio muchísimos años y entonces, al jubilarse ellos, ”me animé“, explica María, que transmite una serenidad pasmosa y absoluta, la de una mujer que quiere llegar a jubilarse para viajar, pero que no ha decidido el destino porque todos le sirven.

Una mujer que se quita los méritos de encima uno a uno porque tampoco se ha parado a pensar que en realidad lo son. “Yo antes de tener el bar tienda cuidaba vacas, luego me vine aquí pensando que iba a ser menos duro, y lo cierto es que la vida es dura igual”, apunta. Y vuelve a sonreír mientras llega el olor rico de su cocina, famosa por su caldo y su carne guisada. Porque María, que antes era ganadera, ahora sigue siéndolo, pero además es hostelera, chigrera, cocinera y madre y abuela.

En los últimos años, y aunque Castrillón puede parecer que queda lejos de casi todos los sitios, las tecnologías han cambiado la vida y la realidad del bar, porque internet ha llegado también a este pequeño pueblo del occidente asturiano, para lo bueno y para lo malo.

Es cierto que hay menos gente, pero igual de cierto es que sobran pantallas. Y cuando se hacían aquellos silencios atronadores, a Inma le volvía a dar vueltas su cabeza, “porque yo soy una enamorada de la vida del pueblo y me gusta venir todos los fines de semana a esta cantina. Esos silencios me mataban, no habían pasado antes”. Y ahí discurrió otra vez, volviendo a acordarse de Manolo da Torre, que seguro que la apoyaba en su iniciativa.

“Recordé las hojas que distribuía el cura en la parroquia, Canteira, que falleció hace años y al que todos teníamos un cariño especial, y que recogían el día a día de lo que ocurría en los pueblos y pensé que era una buena opción para hacer aquí. Y lo hice, cada mes publico una, por la parte de adelante siempre hay alguna curiosidad, o se recoge alguna actividad tradicional que hagamos en el bar o en la zona. Siempre recopila un refrán en ”a nosa fala y por atrás hay pasatiempos“. ”Me gusta que la gente entre y lo coja, pose su teléfono y lo lea, algunos también se lo llevan a casa“, explica Inma.

Y así se mató el silencio de A Cantina, el lugar donde la gente de los pueblos cercanos se reúne, manteniendo la mejor red social del mundo, que es la de la vida. “Echan la partida, debaten, ahora estamos empezando con las partidas de ajedrez, la gente viene a comer o a cenar, al final somos una familia y es la verdad, al año nuevo le pediría que no se mueva nadie de esta barra, porque cuando alguien fallece lo sientes tanto…”, explica María.

Es precisamente una de esas palabras olvidadas: “señardá” (nostalgia), la que le eriza la piel a Inma cuando se acuerda de Manolo da Torre y de ella, de pequeña, corriendo por detrás de aquella barra, entre el mandil de su madre, los deberes del cole y los cafés de por la tarde.

Fue crecer en A Cantina lo que le hizo ver la vida desde otra perspectiva, la de que en los lugares pequeños puede estar la esencia para cambiar el mundo y para mantenerlo vivo. Por eso ellas siguen aquí y por eso Inma asegura que sabe que cuando su madre se jubile y viaje habrá alguien tomando las riendas de A Cantina. “Vuelvo a ponerme romántica, pero es que lo sé. Quizás yo...” y vuelve la señardá de Inma a la barra del bar y vuelve a mirar la esquina desde la que Manolo da Torre la animaba siempre.