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El océano es una gran autopista de datos que está creciendo. Cada vez que usamos Internet en nuestros móviles y ordenadores, toneladas de información –o de gigabits o terabits para ser más correctos–, viajan a través de la red de cables que atraviesan el fondo marino conectando los continentes. Los satélites –tan populares en nuestro imaginario de ordenadores portátiles, tabletas o telefonía móvil– solo transmiten el 1% de los datos internacionales en Internet; el otro 99% se mueve a través de la fibra óptica que descansa en el fondo marino o yace enterrada en algunos puntos de nuestras costas.
Este mapa de la compañía de investigación de mercado de telecomunicaciones Telegeography muestra con todo detalle el recorrido de estos cables bajo el agua. “En total, hoy en día hay unos 530 activos o en proceso de instalación que recorren alrededor de 1,3 millones de kilómetros de suelo marino”, explican en la compañía al preguntarles sobre los datos; “aunque las cifras exactas varían, pues las instalaciones entran en servicio o se desactivan constantemente”.
Los puntos rojos son los puertos de llegada, es decir, los lugares cerca de la costa donde la información recala para ser distribuida en ese continente. Los satélites solo se usan para llegar a localizaciones remotas o para transmitir información desde una fuente a múltiples localizaciones; si no, los datos viajan a través de los cables de fibra óptica, mucho más rápidos y baratos de fabricar y operar.
Cuando hablamos desde un teléfono móvil, la señal solo es inalámbrica desde nuestro aparato hasta la primera antena de telefonía móvil; luego, los datos se mueven a través de cables terrestres, o para conexiones entre continentes, por debajo del océano. El mar, por tanto, está cada vez más lleno de cables. Desde el primero que se instaló en 1850 entre Irlanda y Terrranova, en Canadá, estos han ido aumentando, primero por el uso del teléfono y más tarde con Internet. Se colocan utilizando barcos que se adaptan específicamente para este propósito, transportando y posicionando lentamente la infraestructura en el fondo del mar. Son navíos especiales que pueden transportar miles de kilómetros de cable óptico mar adentro. También se utiliza un arado submarino para enterrarlos más cerca de las costas, donde las actividades navales, como el fondeo y la pesca, son más frecuentes y podrían dañar estas infraestructuras.
Al tratarse de tubos relativamente pequeños, del tamaño de una manguera corriente de jardín, con protección de silicona, plástico y materiales como el acero o aluminio, no suelen causar problemas a la fauna marina. Sin embargo, en los años 60 hubo casos de ballenas que se enredaron con cables de telégrafos y en los 80 se advirtió de que los tiburones podían sentirse atraídos por las vibraciones y morderlos. Durante años, las compañías desarrollaron aislantes para evitar estos accidentes, y en 2014 Google anunció que sus estructuras se recubrirían de kevlar, un material usado para productos como guantes aislantes, chaquetas impermeables o equipos para esquiar.
Con los nuevos parece que las alteraciones del entorno se han reducido, pero todavía hay casos donde se requiere intervenir de forma más agresiva. En el año 2020, por ejemplo, hubo que trasladar más de 500.000 vieiras para tender una conexión de fibra en la isla de Man, en las Islas Británicas.
En cualquier caso, la verdadera amenaza para estos cables son los grandes buques pesqueros, las anclas de los barcos y, en menor medida, fenómenos naturales como terremotos. Cada año, alrededor de 100 experimentan fallos de algún tipo. Si no nos percatamos de ello es porque las compañías que transmiten datos por Internet, y que mantienen las páginas web o mensajes en línea, distribuyen su capacidad de conexión entre múltiples cables para que la información siga transmitiéndose en caso de que uno de ellos tenga algún problema.
La importancia de esta enorme masa de cableado submarino es tal que los principales proveedores de contenidos como Google, Meta, Microsoft o Amazon son ahora también grandes inversores en la construcción de nuevos cables. Tradicionalmente los dueños han sido las operadoras de telecomunicaciones, tanto públicas como privadas, que constituidas en un consorcio vendían su capacidad a diferentes usuarios. Pero los gigantes tecnológicos empiezan a considerar esencial tener en propiedad una infraestructura que cada vez tiene más importancia con el crecimiento del ancho de banda y el uso de Internet.
Este mapa también ofrece pistas sobre la interconexión entre diversos lugares del planeta. Uno puede ver que hay múltiples líneas que conectan Europa y América, o Asia y Estados Unidos. Sin embargo, no hay ni uno solo entre América del Sur y Australia, y apenas hay unos cuantos enlaces que lleguen al continente africano.
Los cables son las vías para la comunicación entre empresas, gobiernos, grupos y ciudadanos. Si no existen en ciertas zonas es porque los intercambios de datos son escasos, pero, como admiten los creadores del mapa de Telegeography, esto podría cambiar si las conexiones necesitaran ser más intensas. Incluso en la Antártida, el único continente donde no llega ninguno, se está considerando establecer una conexión para permitir la mejor comunicación de sus investigadores.
Los cables submarinos son una más de las acciones que los humanos estamos llevando a cabo en los océanos. Por su escasa dimensión (unos 18-22 milímetros) y su colocación fija no suponen, según los estudios, un gran problema para los ecosistemas marinos. Pero sí reflejan la tendencia de los humanos de ocupar cada vez más espacios naturales para desarrollar su actividad. Las autoridades ambientales necesitan controlar su impacto y, según defienden expertos que han estudiado el tema, como la investigadora de la Universidad de Nueva York, Nicole Starosielski, deberían también promover la recuperación de algunas de estas instalaciones para que sus materiales se puedan reciclar o reutilizar.
Hacer una búsqueda en Google, escribir un correo electrónico o leer un periódico extranjero puede que parezcan tareas que se producen de forma intangible, pero este mapa nos muestra que ocurren en espacios muy concretos, en nuestros mares y océanos.
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