Con conciertos y charlas literarias en medio de la calzada, aceras mucho más amplias, un nuevo carril bici y antiguos aparcamientos de coches convertidos en lugar de recreo, los residentes de Logroño se han beneficiado del espacio público que ganaron a los coches durante el estado de alarma, una recuperación que, según el ayuntamiento, es definitiva.
En el apogeo de la pandemia, la capital riojana puso en marcha la campaña 'Logroño calles abiertas', una iniciativa que sigue en marcha y con la que el Gobierno local pretende transformar el espacio urbano en favor del peatón y del ciclista y en detrimento de los coches.
Hasta ahora, lo ha hecho basándose en lo que se conoce como 'urbanismo táctico': intervenciones ligeras –de bajo coste y muy rápidas– que a veces consisten sencillamente en pintar un tramo de la calzada o en instalar bolardos. “Si proponíamos la medida una semana, a lo mejor veíamos el resultado en la calle a los 10 días”, cuenta Alfonso Sanz, uno de los urbanistas del equipo de Gea21 que ha trabajado con el ayuntamiento en la estrategia.
Con estas medidas de urgencia se creó en mayo un área pacificada, donde se han suprimido algunos carriles, se ha reconducido el tráfico y se ha limitado la velocidad en el interior de la zona a 30km/h, entre otras acciones. También se ha reforzado la infraestructura ciclista, con un nuevo carril bidireccional para bicis que cruza un puente, y se han ampliado las aceras en las calles donde la anchura original hacía imposible respetar el mínimo de distancia interpersonal requerido para evitar el coronavirus.
El próximo paso será extender la limitación de velocidad a toda la ciudad, algo que ya está habilitado por resolución pero que todavía necesita ser aprobado, como explica Jaime Caballero, concejal de Desarrollo Urbano Sostenible de Logroño. También se continuará con la ampliación de la red ciclista, con nuevo un corredor este-oeste que conecte los barrios periféricos con el centro.
La visión de devolver a la ciudadanía el espacio público, acaparado en buena medida por los automóviles, forma parte del plan de movilidad urbana sostenible que la administración local había aprobado en 2013 pero que, siete años después, seguía sin ejecutar. “Lo llamábamos el 'plan cajón', como se llama a aquellos planes que se guardan cuidadosamente porque no hay voluntad política de ponerlos en marcha”, apunta Sanz.
Para este urbanista, la pandemia ha demostrado no solo que el plan se podía ejecutar, sino que además podía llevarse a cabo en cuestión de días, como de hecho ha sucedido.
La necesidad de garantizar la seguridad entre viandantes para frenar la expansión de la COVID-19 llevó al Gobierno municipal a apurar acciones que, al ser reversibles, pueden servir también de experimento para demostrar si en la práctica funcionan. Según Caballero, el espacio público recuperado ya es de la gente. “Sería injustificable volver a darle ese espacio a los coches”, recalca; “y más en un contexto de nueva normalidad en que tememos que los usuarios de transporte público se vean tentados a coger el coche privado por miedo al contagio”.
La estrategia de calles abiertas no solo se ha llevado al centro, que según Sanz ya estaba muy peatonalizado. “Se ha comprobado que se puede intervenir en barrios de todo tipo, como los de la periferia, que tienen características muy diversas pero sabiendo que en todos ellos los coches han adoptado los mismos hábitos de ocupación del espacio público”, señala.
La prueba es el barrio de Madre de Dios. Donde antes circulaban y aparcaban los coches, los vecinos y la biblioteca Rafael Azcona han organizado actividades culturales al aire libre, como conciertos o tertulias literarias. “El pasado viernes hubo un encuentro de tejedoras, junto con un concierto de una violinista que ejecutó las piezas musicales que había tocado durante el confinamiento, un sonido muy a cuarentena que nos llenó de emoción a todos”, cuenta Rocío Muñoz, una de las vecinas del barrio y secretaria de la junta de la asociación vecinal Madre de Dios. “El próximo viernes presentamos nuestro proyecto de radio comunitaria”, agrega.
Aunque ella está contenta con los cambios, pide que se tenga en cuenta la opinión de los residentes en las siguientes actuaciones. “Vemos la oportunidad de que se intervenga, pero nos parece preocupante que sean medidas rápidas, puntuales y que con esto, con la urgencia, no veamos que hay un problema estructural de fondo que requiere intervenciones mucho más integradoras y más complejas”.
Otras áreas de la ciudad están esperando transformaciones similares para sus calles. Es el caso de San José, una zona contigua a Madre de Dios, de características físicas muy parecidas y que, según el ayuntamiento, será la próxima área pacificada de Logroño. Esta vez, sin embargo, tendrá que ser por la vía tradicional, con los trámites de rigor que el estado de alarma permitía sortear.
Raquel Villar, arquitecta y miembro del colectivo Ciudades Cuidadas, está al frente de la asociación vecinal de este barrio que quiere convertirse en supermanzana. Dice que su asociación, donde participan 368 vecinos (de los cerca de 9.000 que viven en San José), se siente muy escuchada, pero pide al ayuntamiento que “sea muy valientes” al eliminar plazas de aparcamiento y que sigan adelante con el proyecto de corredor ciclista que no se llegó a materializar durante el confinamiento.