En el sistema de producción globalizado que se ha desarrollado en las últimas décadas, la mayoría de los países depende, al menos parcialmente, de bienes importados, y solo entre el 11% y el 28% de la población global puede cubrir su demanda de algunos cultivos básicos dentro de un radio de 100 kilómetros. Es la conclusión de un estudio que acaba de publicarse en la revista científica Nature Food.
El estudio da peso a la advertencia que en las últimas semanas repite la Agencia de la ONU para la Agricultura y Alimentación (FAO): las medidas para contener el COVID-19 pueden provocar una deficiencia de alimentos en varias regiones del mundo si se interrumpe la cadena de alimentación.
“La producción local no puede cubrir la demanda de comida en la mayor parte del mundo, al menos con los métodos de producción actuales y con nuestros hábitos de consumo”, explica uno de los investigadores del estudio, Matti Kunmu.
La globalización, que ha favorecido la variedad de nuestras dietas y la eficacia de los cultivos, ha originado a su vez problemas como el empobrecimiento del suelo o sistemas de producción local con menos diversidad que favorecen la vulnerabilidad en tiempos de crisis. Sin embargo, los modelos locales que se proponen como alternativa, advierten los científicos, plantean otros problemas, y solo resultan sostenibles y resilientes si se tienen en cuenta otras variables e implican un cambio en nuestra manera de consumir.
“Hay una línea muy fina entre beneficiarse del comercio internacional y no llegar a ser demasiado dependiente de él”, advierten.
Según sus cálculos, para los que han estudiado seis clases de cultivos esenciales para la humanidad (los cereales de climas templados como el trigo o la cebada, el arroz, el maíz, los granos tropicales, las raíces como la mandioca y las legumbres), aun cuando se optimizan las distancias entre los cultivos y el consumo, los sistemas locales resultan insuficientes. Al menos en el sistema de producción y demanda actual.
Pero no todas las regiones ni cultivos tienen la misma interdependencia. Por ejemplo, mientras en el caso del arroz y el maíz solo un 10% de la población global podría cubrir su demanda dentro de un radio relativamente pequeño, para cereales como el trigo y las legumbres, entre un 22% y un 24% podrían hacerlo con producción local.
En Europa y América del Norte, el trigo se puede obtener en un radio de 500 kilómetros, pero la media global para este cereal es de unos 3.800 kilómetros, según la investigación.
Al optimizar las distancias entre la producción y el consumo con sencillas medidas, como minimizar el desperdicio de alimentos o aumentar el rendimiento de las cosechas, también encontraron diferencias. De las cuencas de alimentación en las que dividieron el mundo, es decir, las áreas interdependientes que formaban una zona de producción de consumo autosuficiente, las que mayores distancias podrían ahorrar se encontraban en África y Sudamérica mientras que otras como en Europa y Oceanía apenas se reducirían.
Por eso los autores, que aceptan las limitaciones de su estudio y piden más investigación en esta área, abogan por un análisis basado en la complejidad de los sistemas que tenga en cuenta los costes y beneficios de los sistemas locales y globales de la producción de alimentos.
Como apuntan otras investigaciones, para ellos un sistema agrícola más sostenible depende de múltiples variables además de lo “local”. Promover la diversidad de los cultivos de cercanía puede disminuir la pérdida de comida, reducir las emisiones al evitar el transporte e incrementar la seguridad alimentaria. Pero también puede crear otros problemas ambientales o de contaminación del agua si se realiza en zonas de gran densidad de población o con dificultades para respetar sus entornos. Además, exponen a otras amenazas como las pérdidas de cosechas.
En su opinión, para conseguir mayor resilencia se necesitan sistemas flexibles que se adapten a distintos escenarios y puedan adaptarse ante posibles impactos. Y tengan en cuenta las necesidades singulares de cada región.
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