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Miriam Leirós comenzó un blog hace tres años para contar sus actividades en clase y hoy lidera un movimiento donde participan más de 2.000 colegios.
Esta maestra de primaria de un pequeño municipio a las afueras de Vigo, el CEIP Antonio Palacios de O Porriño (Pontevedra), está detrás de Teachers for Future Spain, la asociación de docentes que ha integrado las ideas contra el cambio climático de Greta Thunberg.
Leirós no imaginaba que despertaría tanto interés en centros tan diferentes. Reciben mensajes de escuelas públicas, privadas y colegios católicos concertados. Hasta el punto de que hoy en día, admite, no descansan por un trabajo que hacen en su tiempo libre. “Cada vez hay más interés y vemos mucha gente con ganas de hacer algo”, dice. “Pero al final somos profesores ya concienciados y dependemos de las horas que podamos dedicar”.
La educación ambiental, una de las herramientas para comprender la crisis climática y buscar soluciones creativas para el futuro, sigue ausente en la enseñanza formal de los menores. Sera Huertas, técnico en el Centro de Educación Ambiental de la Comunidad Valenciana, explica que el currículum no la incluye de manera transversal. Por lo que se produce una paradoja: en las escuelas y los institutos uno se encuentra con mucha ilusión y entusiasmo por parte de los profesores y los alumnos, pero el programa académico no refleja la importancia del cambio climático y el medio ambiente.
Patricia Ibarra, otra de las maestras que coopera en Teachers for Future desde el colegio público Ciudad de Nejapa, en la localidad madrileña de Tres Cantos, explica que, a pesar del esfuerzo, todos coinciden en que merece la pena. En su opinión, muchos de los que participan en las actividades que proponen son personas que desde hace tiempo querían dar un paso más pero no sabían cómo. “Algunos se sentían los bichos raros del colegio, los pesados que siempre iban recordando sobre los plásticos o la necesidad de reducir el gasto de papel, por lo que unirse, aunque sea por las redes, les proporciona una especie de apoyo y les hace sentir mejor”.
Algo parecido cuenta Juan Ignacio Cubero, profesor del instituto Los Castillos de Alcorcón que lleva más de 20 años trabajando para dinamizar la escuela. Para él, en los últimos años ha habido un cambio en la opinión y ahora preocuparse por temas ambientales está mejor visto. Pero a veces, confiesa, no es fácil. “Pienso en esas catedrales que se empezaron en el siglo XIII. Quienes las construyeron nunca pudieron verlas terminadas. Pero cada uno puso su piedra, despacio, todos juntos, y ahora después de tantos años siguen en pie”.
Todos estos profesores, y los de otros muchos centros, son los que están encargándose de decirles a los niños cómo podemos actuar para hacer frente a los cambios que los científicos nos anuncian. De ellos, y de algunos padres, salen muchas veces las ideas para conectar a los alumnos con la naturaleza y explicar su responsabilidad con el entorno y para descubrir las posibilidades que tienen para transformarlo.
“El nuevo sistema de la LOMLOE abre una puerta importante a la enseñanza de la sostenibilidad”, explica Miriam Leirós por teléfono al hablar del futuro, “pero dependerá de cómo la apliquen las comunidades autónomas”. Mientras tanto apenas hay formación sobre estos temas para los docentes que se enfrentan a una lista de tareas burocráticas creciente con la pandemia. “Incluso para algo que podría ser tan útil como dar clases en el exterior”, comenta, “hay que rellenar múltiples papeles y autorizaciones”.
“Con los recursos de los que se disponen y las circunstancias del profesor se hace mucho más de lo que pensamos”, aclara el experto Sera Huertas. “Pero no podemos quedarnos con las actividades que hacíamos hace 25 años. Tenemos que ir un par de pasos más allá”.
Para ello, propone este experto, deberían ir integrando las energías renovables, contar con aparcamientos para bicis y patinetes, fomentar los comedores con productos ecológicos y de cercanía y renaturalizar los espacios. “Durante mucho tiempo los patios se fueron cubriendo de cemento y hormigón, y luego se añadía un techado para proteger del sol”, continúa. “Ahora habría que seguir el proceso inverso y crear de nuevo zonas con árboles y plantas autóctonas. No solo para atenuar el calor sino también porque muchos estudios muestran que reduce la contaminación”.
Juan Ignacio Cubero está también convencido de la importancia de los espacios verdes. Muestra orgulloso el gran patio ajardinado en el que pueden correr sus alumnos. Tienen abetos, castaños, tilos, eucaliptos, pinos, fresnos, plátanos de sombra, y una colonia de gorriones comunes y molineros que, junto con las urracas, hacen el trabajo de limpieza cuando los niños acaban el recreo. “Cambiar los hábitos es lo más difícil que hay porque cuesta mucho esfuerzo y es lento”, comenta mientras recoge varias pelotas de papel de plata y un par de cartones de zumo que hay en el suelo. “A todos nos parece bien cuidar el planeta, pero nadie quiere renunciar a nada”.