Antes de ponerse con la literatura, Félix Romero (Barcelona, 1975) se ha dedicado por entero a la conservación de los bosques, y la lucha contra los incendios. Este ingeniero forestal ha sido responsable del programa de Bosques de WWF España y presidente de FSC España, el sello de certificación forestal sostenible. Ahora estrena su segunda novela 'El fuego callado', que arranca con un brutal incendio como los que se ceban estos días con el campo. Este es un libro de ficción, pero lleno de realidad, con mucha de la verdad de la que no se suele hablar cuando en los pueblos alguien prende una cerilla para que arda el monte.
¿Por qué se prende fuego al bosque?
Los incendios son síntomas de una enfermedad que no estamos sabiendo curar. Una enfermedad vinculada a circunstancias sociales, desencuentros entre las personas que viven en los pueblos, conflictos entre el del parque nacional y el cazador, entre el ecologista y el agricultor… En el libro intento pintar lo que puede haber detrás de esa parte de los incendios que son intencionados y que ponen en jaque sistemáticamente al sistema de extinción.
¿Qué pasa en un pueblo cuando se quema su monte?
Actualmente los pueblos casi no viven del monte, pero sin el monte no son nada. Cuando llega el fuego, está el daño de saber que eso ya nunca volverá a ser como antes, pero también lo que se pierde de suelo, de recursos, de biodiversidad.
¿La novela se inspira en algún caso real?
Mi primer trabajo como ingeniero forestal fue en incendios. He trabajado en incendios en Castilla-La Mancha y en gestión forestal en Castilla y León. Pero Aldeanueva del Mansillo [el lugar donde transcurre la novela] podría ser cualquier pueblo del país. Los aspectos rocambolescos son de una España rural que está ahí, en cualquier esquina. En el libro hay una parte ficticia, pero también trato de contar que hay una serie de cosas en la sociedad que no están superadas… Yo he presenciado incendios forestales, pero no quiero dar casos concretos para que luego nadie se sienta señalado.
¿Hoy en día hay más incendios forestales?
En el libro no entro en estadísticas, pero lo cierto es que hemos mejorado muchísimo en extinción en los últimos años. En la década de los 90 hubo algún año con hasta 400.000 hectáreas ardidas, a día de hoy se están quemando más o menos unas 100.000, incluso hay años que no se pasan de las 60.000-70.000. Hoy se apagan muchos incendios en fase de conato, antes de que haya ardido una hectárea. Se localiza el humo, se da la alerta y se consigue apagar antes de que vaya a más. Así se acaba con la grandísima mayoría de los incendios. De unos 13.500 fuegos al año de media, no llegan a 100 los que se convierten en grandes incendios. Los medios de extinción apagan casi todo muy rápido. Pero hay un mínimo de incendios que se dan en unas circunstancias muy particulares. Cuando se buscan las causas, se ve que más de la mitad son intencionados.
¿Los incendios provocados son más difíciles de apagar?
Aquellos incendios que son negligencias, vinculados a una quema, un vertedero, una colilla... son fuegos a los que se suele llegar rápidamente porque empiezan cerca de una carretera o una infraestructura. Pero en aquellos que se hacen a mala fe, por lo general se buscan unas condiciones especiales, en un momento determinado.
¿Dónde está el problema de los incendios intencionados?
La parte vinculada a la psicología del incendio, a las motivaciones que hacen que una persona quiera quemar el bosque, está sin resolver. La sociedad debería ser un poco más activa en esto, es una de las cosas que intento reflejar en el libro. Todo el mundo sabe que hay un problema, pero nadie lo dice. Y cuando estalla, ya es tarde. El incendio se podía haber apagado muchos años antes si se hubieran solucionado ciertas cosas. En un pueblo puede ser un enfrentamiento, un conflicto… pero nadie hace nada, porque ha sido así toda la vida. Esto es un poco como la violencia de género llevada a la ecología, no nos podemos callar, no se pueden tolerar determinadas actitudes.
¿En los pueblos se sabe más de lo que se dice?
Sí, sin duda. Se saben muchas cosas. Quizá no que se va a prender fuego al día siguiente, pero se sabe cómo se opera, se saben conversaciones que se escuchan en el bar... Hay pueblos en los que sistemáticamente ocurren incendios y cuando trabajas en incendios forestales conoces comarcas, pueblos, en los que al llegar el calor, en determinadas fechas, aparecen los fuegos.
¿Es más fácil contar todo esto en forma de novela?
A mí me lo parece. Hay que decir qué está pasando y para mí es más fácil contarlo en novela. De hecho, la he escrito muy rápidamente, ha sido como si ya la tuviera en la cabeza.
¿Qué tiene que ver la España vaciada con los incendios forestales?
La España vaciada lleva a una serie de conflictos. No hay un entendimiento entre lo que quiere la gente más conservacionista y la gente más productivista. O con lo que quiere el paisano, que lo único que busca es que le dejen vivir en su pueblo tal y como ha hecho siempre. Cada vez hay menos gente, pero también más presión social y opiniones que llegan desde fuera. Por otro lado, que haya más España vaciada da pie a que haya más vegetación dispuesta a arder. Se retroalimenta la parte ecológica con la psicológica. Y este cóctel en verano, con temperaturas de 40 grados, vientos fuertes y un contexto de cambio climático creciente, hace que los grandes incendios vayan a más. Aunque hemos mejorado mucho en extinción, los pocos grandes incendios que ocurren queman de media una superficie mayor. Digamos que una vez que la cerilla está en el monte entran en juego otros factores, como el abandono del bosque y si hay gestión forestal o no, pero el origen está en la cerilla.
¿El exceso de proteccionismo puede ser contraproducente?
Sin ecología no hay vida: los bosques albergan las dos terceras partes de la biodiversidad. Me gustaría que fuésemos una sociedad capaz de no tocar sus bosques, pero eso es imposible, necesitamos recursos naturales. Hay que armonizar la protección estricta de una parte de ellos con la conservación a través de una gestión con conocimiento de lo que se está haciendo. Y claro, a veces para que no se queme un bosque hay que cortar madera y generar economía local. Si la gente ve que el monte les da dinero, no se les va a ocurrir quemarlo.
¿Se puede volver a repoblar de personas el mundo rural?
Es un tema complicado. Yo no soy partidario de volver a lo que teníamos en cada pueblo. No podemos mantener un sistema territorial heredado de la época de la Reconquista, con 8.000 municipios en España. Además, la sociedad ha cambiado. No podemos obligar a nadie a quedarse en un pueblo si no quiere. Yo mismo vivo en un pueblecito en la provincia de Toledo y veo lo que hay alrededor. Por otro lado, tenemos un problema muy serio de vertebración territorial. A mí me crispa mucho cada vez que veo los desarrollos urbanísticos en las grandes ciudades, incluso cuando se pide la construcción de 10.000 viviendas de protección oficial… Eso son 10 pueblos de 1.000 habitantes que están invitando a marcharse. No se invierte en revertir la situación.
¿Qué hay que hacer entonces con la España vaciada?
Hay que trabajar para una vertebración del territorio, pero manteniendo un equilibrio, también hay que dejar espacio a la biodiversidad. No es un trauma que determinadas zonas de España dejen de estar ocupadas.
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